Verano 2020: A la sombra de la Historia

Una tragedia que conmocionó a Málaga: el accidente del DC-10 de Spantax

El piloto decidió abortar la maniobra de despegue, consiguió dominar el avión e incluso frenarlo un poco, pero no pudo detenerlo

Lunes, 17 de agosto 2020, 00:22

Habían pasado unos minutos de las doce de una soleada y apacible mañana de septiembre. El comandante, Juan Pérez Pérez, al mando de un gigantesco ... DC-10 de la compañía de vuelos chárter Spantax, notó una vibración grave y tuvo la sensación de que algo había golpeado el avión justo cuando este estaba a punto de remontar el vuelo, con los motores a la máxima potencia. El piloto decidió abortar la maniobra de despegue, consiguió dominar el avión e incluso frenarlo un poco, pero no pudo detenerlo. El aparato siguió rodando a alta velocidad y, una vez terminada la pista, rompió la valla que separaba el aeropuerto de la carretera, cruzó la vía ante el estupor de los muchos coches que en aquel momento circulaban por la antigua nacional y se detuvo a unos cincuenta metros de la carretera. A los pocos instantes el avión empezó a arder.

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El accidente del DC-10 de Spantax ocurrió el lunes 13 de septiembre de 1982 y ha sido el accidente de aviación más grave acaecido en Málaga. Murieron 53 pasajeros: cincuenta en el acto y tres a causa de las graves quemaduras. Hubo cuarenta heridos graves y ochenta leves, de los 380 pasajeros más trece tripulantes que viajaban en el avión. El DC-10, que solo tenía tres años de antigüedad, realizaba la ruta Madrid-Nueva York y había hecho escala en Málaga. La mayoría de los pasajeros eran de nacionalidad estadounidense.

La causa del accidente, según el informe de la investigación, fue el desprendimiento parcial de la cubierta de una de las ruedas delanteras. Cuando el piloto quiso abortar la maniobra de despegue, ya era tarde. El problema fue que el avión se incendió por la cola y eso produjo que las víctimas perecieran quemadas. El comandante Juan Pérez contaba con 17.000 horas de vuelo y declaró ese mismo día a la agencia EFE que con su maniobra salvó muchas vidas. Esa misma noche voló a Palma de Mallorca.

En un principio los pasajeros no le dieron excesiva importancia. Pensaron que había sido un fallo mecánico y que pronto bajarían del avión. Pero, a los pocos segundos, empezó a salir mucho humo de la parte trasera del aparato, se produjo un incendio y los gritos y el pánico se apoderaron de los pasajeros. Aquello fue el infierno. Cedamos la palabra a uno de los supervivientes de la tragedia. Se llamaba Javier Chapa, tenía 25 años y era un joven valenciano que se dirigía a Nueva York, donde estaba estudiando. Tengamos en cuenta que sus declaraciones las hizo a los jóvenes periodistas de SUR Joaquín Marín y Pedro Luis Gómez, desde la tranquilidad del hotel Guadalmar, a las tres y media de la tarde, esto es, solo tres horas después del siniestro: «Noté cosas extrañas, saltos anormales y cosas así. Pude ver por la ventanilla que se acababa la pista y me di cuenta de que cruzábamos una autopista. Después nuevos saltos y el avión se detuvo. Conseguí llegar a una de las puertas centrales, que estaba cerrada, y logré abrirla. Me tiré fuera sin pensarlo y corrí como un desesperado». Luego volvió y sacó a dos o tres personas. Presenció cómo unos americanos llegaron a pegar al comandante. Allí solo había gritos, llantos y gente pidiendo auxilio. El miedo era que el avión explotase y por eso los supervivientes, cuando salían del avión, corrían como locos por el descampado.

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Los que tuvieron más suerte fueron los que estaban en las filas delanteras, ya que el incendió empezó en la cola del avión. Según la investigación, las causas de las muertes fueron el histerismo y el pánico que se adueñaron de los viajeros de manera que obstruyeron el pasillo. Además, las instrucciones de funcionamiento de la puerta trasera estaban en dos idiomas. Si las hubieran leído, hubieran abierto la puerta. Algunos pasajeros volvieron al avión, pero para tratar de recuperar su equipaje. Tengamos en cuenta que entonces no existían vuelos 'low cost' y visitaban nuestra costa turistas ricos. De hecho, una de las personas que trabajó en el desescombro posterior del aparato descubrió una maleta con doble fondo que contenía dos millones y medio de pesetas «en billetes grandes».

Uno de los momentos más sobrecogedores después del accidente fue ver cómo un superviviente, el pequeño niño cubano Gerardo Terry, jugaba en las salas del aeropuerto a la pelota y preguntaba cuándo venía su madre.

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Hasta las cuatro de la tarde no se sofocó el incendio. Fue ejemplar la actuación de los equipos de rescate y de cientos de malagueños que acudieron a los hospitales a donar sangre.

Recuerdos de un niño de diez años

Aquel verano que acababa había sido el del Mundial 82. Precisamente entonces se habían puesto de moda películas del tipo de 'Aeropuerto 78', que tuvieron que dejar de grabarse por las justificadas protestas de las compañías aéreas.

A mis diez años aquella tragedia me dejó una huella imborrable. Me imaginaba a esos pasajeros en el estrecho pasillo del avión intentando escapar del fuego, mientras procuraban coger sus preciadas maletas. Algunos murieron por su avaricia.

Mi padre, que era el jefe del negociado de cementerios del Ayuntamiento, recibió una llamada del alcalde Pedro Aparicio pidiéndole que se quedara toda la tarde de guardia porque aún no se conocía la magnitud de la tragedia. Unos días después comenzaban las clases y todos mis compañeros no hablaban de otra cosa. Recuerdo cómo me impresionó que algunos supervivientes tomaron esa misma tarde un vuelo a Nueva York, como si nada hubiese ocurrido.

Desde entonces aprendí que el momento más peligroso del vuelo es el del despegue. Y siempre que paso por aquella carretera miro el descampado donde ardió el avión de Spantax.

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