
En el año 1951 publicaba Melchor Fernández Almagro el, a nuestro juicio, mejor compendio biográfico escrito sobre don Antonio Cánovas del Castillo, que, además, estaba redactado con una alegantísima prosa. No por ello dejan de llamar mucho la atención las primeras líneas de esta obra, en las que se decía: «Próximo a finalizar el primer tercio del siglo XIX, Málaga se encontraba ya en la saludable crisis de crecimiento que vinieron a promover o estimular, con su llegada en momentos diferentes, don Manuel Agustín Heredia y los hermanos don Martín y don Pablo Larios, procedentes de la tierra de Cameros, como tantos otros comerciantes, riojanos también, o vascos, o montañeses o catalanes, que asimismo corrieron la aventura de trabajar en Andalucía, afrontando el riesgo de un clima blando y gentes perezosas…».
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En aquella Málaga nació Cánovas el 28 de febrero de 1828, en la calle Nuño Gómez. Su existencia finó al ser asesinado por un terrorista el 8 de agosto de 1897, en el balneario guipuzcoano de Santa Águeda. Hoy se cumplen 122 años del criminal atentado que acabó con la vida del único Hombre de Estado que ha habido en España desde los tiempos del cardenal Cisneros.
Con aquel magnicidio desapareció una figura trascendental en la Historia de España, a la que nuestra nación debió un período de paz sin precedentes en el siglo XIX, y que durante casi 40 años supuso para Málaga un constante y decidido apoyo, por más que penosas circunstancias económicas, el ciego egoísmo de una parte de la burguesía y la deplorable actitud de un sector de la Iglesia, impidieron que el pueblo dejara de pasar hambre y de vivir en una horrible miseria durante los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX.
Málaga debe a Cánovas dos trascendentales aportaciones: la creación del Parque y la construcción del Puerto. Pero la gran iniciativa que no pudo acometerse por causa de la citada crisis fue la solución del gravísimo problema que durante siglos suponían las inundaciones provocadas por el desbordamiento del Guadalmedina, que aún supone, en nuestra opinión, el gran reto que Málaga tiene pendiente de afrontar.
Cánovas reunió en su persona unas cualidades excepcionales, que tuvieron en la política –y también en la cultura– una extraordinaria repercusión. Sobre su trayectoria pública, primero como gobernante y más tarde como estadista, conviene recalcar que hoy no es posible analizarla con rigor sin tener en cuenta las circunstancias de los tiempos que le tocó vivir en el convulso siglo XIX. Desde su comienzo, al desastre de Trafalgar y la Guerra de la Independencia, lamentables consecuencias de la decadencia iniciada tras la muerte de Carlos III, sucedió el oprobioso reinado de Fernando VII, que dio nuevos motivos para que la sangrienta confrontación civil arrasase España durante casi medio siglo.
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Tal era el panorama cuando Cánovas, apenas cumplidos 47 años, comenzó a liderar los destinos de España logrando la restauración de la monarquía en la persona de Alfonso XII a comienzos de 1875. Y al siguiente año estableció las bases para la convivencia entre los españoles con la Constitución de 1876, que fue aceptada por todos, con la sola excepción de Ruiz Zorrilla, republicano y «conspirador compulsivo».
Cánovas logró estabilizar el Trono, normalizar la misión del Ejército y atenuar el poder de la Iglesia, de la que decía que: por cada alegría que daba, daba también 20 disgustos…
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El poderoso influjo de su portentosa inteligencia, su afán integrador y su altura de miras consiguió a lo largo de 25 años restañar muchas heridas, pese a que las ancestrales lacras sociales que nuestra nación arrastraba y, sobre todo la ceguera política y la ineptitud de muchos de los gobernantes que le sucedieron, hicieron imposible la continuidad del sistema y la regeneración de España. Es muy de resaltar que una de las opiniones más favorables al gran político malagueño fue expresada por don José Prat, presidente del PSOE, en una entrevista televisiva realizada a comienzos de los años 70 por Juan Marichal.
Cánovas, al redactar la Constitución del 76, se inclinó por un sistema político inspirado en el británico, con dos grandes partidos. «Aspiro a que una Constitución liberal y generosa cobije a cuantos españoles deseen la prosperidad de la patria… Para mi tendrán la misma consideración moderados, progresistas, unionistas o revolucionarios… Estoy resuelto a no excluir a nadie… No preguntaré al que venga lo que haya sido: me bastará saber lo que se propone ser…».
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La excepcional trayectoria de Cánovas mereció el reconocimiento de sus contemporáneos, incluyendo el de sus adversarios políticos. Es muy significativo que uno de sus más grandes amigos fue Emilio Castelar, que había sido el último presidente de la Primera República, lo cual dice mucho de cómo ambos respetaban sus antagónicos planteamientos políticos. Y resulta oportuno reordar la frase que pronunció Sagasta, su más conspicuo opositor, al conocer la noticia del asesinato de Cánovas: «... ahora ya podemos tutearnos todos...», evidenciando así la grandeza moral de quien acababa de morir.
Otro de los mejores analistas de quien fue llamado «el monstruo» en reconocimiento a sus extraordinarias cualidades intelectuales», José Luis Comellas, afirmó que muerto Cánovas, la izquierda siguió considerándolo su enemigo, y la derecha abjuró de sus postulados. Después la Dictadura de Primo de Rivera tachó a Cánovas de Liberal, la Segunda República lo motejó de archimonárquico y el Franquismo nuevamente de Liberal, remachando así la proscripción de su ideario.
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Hoy considero necesario e imprescindible que se recupere su memoria y su pensamiento, para iluminar el camino de la –con mayúsculas– Política. Recordemos que Comellas también nos aportó una importante reflexión sobre la personalidad política de Cánovas del Castillo: «No deja de ser asombroso que un hombre de ingenio mordaz como Cánovas no lo emplease nunca en la tribuna política: está aún por descubrir un solo gesto público de descalificación a sus adversarios».
Pero a Cánovas, sobre todo, es preciso recordarlo en dos grandes campos: el primero de ellos es como hombre de Estado, que quiso y supo poner el servicio a la patria por encima de cualquier otra consideración. Cabe recordar, como único ejemplo, que en aras a la gobernación del país dimitió su cargo de presidente del gobierno en dos ocasiones para ceder la gobernación del país a su principal opositor político. Hoy esto puede parecer increíble… pero así fue.
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Su otra gran faceta es la de haber personificado la cultura durante casi 40 años de la vida de España: su ingente capacidad de trabajo y sus vastísimos conocimientos le llevaron a ser miembro de cinco Reales Academias existentes en su época -la Española, de la Historia, de Bellas Artes de San Fernando, de Ciencias Morales y Políticas y de Jurisprudencia y Legislación-, además de ocupar la presidencia del Ateneo de Madrid en tres períodos. Y algo insólito: un extraordinario y finísimo sentido del humor, en ocasiones difícilmente percibido en su tiempo por muchos políticos.
De Cánovas, que con Lázaro Galdiano fue primer bibliófilo de su época, siguiendo la estela que marcaron Estébanez Calderón o Bartolomé José Gallardo, y que tuvo en Menéndez y Pelayo su más destacado continuador, recordemos hoy un detalle olvidado: la donación que hizo de 500 libros de su biblioteca a la Sociedad Económica de Amigos del País. Respecto a su biblioteca lo menos que podemos hacer hoy es llorar. A un político antequerano se debió el que no se comprara a sus herederos, por lo que tras su muerte se dispersó. Ese fue otro crimen de estado…
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Málaga tardó 78 años en levantarle una estatua. Y el Ayuntamiento le dedicó una lápida en su salón de sesiones 112 años después de que lo aprobara en un pleno que tuvo lugar pocos días más tarde de su muerte. Sobran las palabras.
Quede para terminar estas breves líneas una última referencia sobre la arrolladora personalidad y la extraordinaria inteligencia de Cánovas: las palabras que Cos-Gayón pronunció poco después del alevoso crimen en una sesión extraordinaria celebrada en su honor por la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas: «Muchas palabras serían necesarias para analizar la obra de Cánovas. Pero Cánovas no merece el análisis. Cánovas es digno de la síntesis...». Eso es lo que hemos intentado hoy.
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