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Isaac Bousnane corta el pelo a un hombre sin hogar en la Plaza de La Merced. FRANCIS SILVA

El peluquero que da esperanza a los 'sintecho' de Málaga

Isaac Bousnane, de 35 años y origen marroquí, dedica sus días libres a cortar el pelo a personas sin hogar para ayudarlas a salir de la calle

Domingo, 26 de diciembre 2021, 00:31

En la calle ya lo conocen. Isaac Bousnane, de 35 años y originario de Mesquine (Marruecos), se ha convertido en el peluquero de los 'sintecho' ... de la ciudad. A primera hora prepara su mochila, en la que porta todos los instrumentos necesarios para dejar a punto hasta las barbas más rebeldes. Así comienza su ritual y arranca el recorrido por los parques, las plazas y los rincones en los que, a duras penas, sobreviven quienes casi han agotado sus esperanzas de escapar de las garras del sinhogarismo. En Málaga hay unas 150 personas en esta situación, según estima el Área de Derechos Sociales del consistorio municipal.

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Estas salidas se han vuelto una «recarga de energía» para el barbero y suele llevarlas a cabo en sus días de descanso. Fue al finalizar la cuarentena cuando decidió que colaboraría con las personas que viven en la calle y no tienen la posibilidad de costearse estos cuidados. Entonces residía en Marbella y esta idea no lo abandonó desde que un día le llamó la atención la cantidad de gente que había visto en estado de abandono. «Quiero hacer esto toda la vida», revela.

«En realidad no necesitan un corte de pelo, lo que más agradecen es desahogarse y que haya alguien que les escuche», sostiene Bousnane. Como explica el barbero, él siempre aprovecha estas charlas para trasladarles un mensaje: «Les insisto en que nunca es demasiado tarde para empezar de nuevo». Ese es su propósito, ayudarles a recuperar la confianza para retomar las riendas de sus vidas y que el día de mañana puedan abandonar la calle.

En esta ocasión, el barbero realiza su primera parada en la plaza de la Merced. En una esquina, aprovechando el calor que desprende un puesto de buñuelos situado a escasos metros, encuentra a tres personas sentadas en un banco. Están rodeadas de maletas, cartones de vino y botellas de alcohol. Se acerca con paso decidido. «Buenos días, ¿cómo estáis? Soy peluquero y quería preguntaros si alguien quiere un corte de pelo», introduce Bousnane.

Se produce un silencio que dura unos instantes. La única mujer del grupo, Rosa María González, de 51 años, acaba animándose, todavía algo incrédula por su golpe de suerte. Mientras Bousnane coloca una capa alrededor de su cuello y busca en su mochila el peine y las tijeras, empiezan a entablar una conversación. Ella le dice que puede llamarla Rosi. Se dirige a ella con el mismo cariño con el que hablaría a un familiar. Sin paternalismos y desde la cercanía. «Ya verás qué guapa vas a estar, se van a pelear por ti», bromea, provocando una sonora carcajada a la indigente.

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El peluquero corresponde al abrazo de Rosi González, una mujer 'sintecho', después de cortarle el pelo. F. SILVA

Con mucho cuidado, intenta desenredar los nudos que llevan días enzarzados en su cabello. «Tú tira, que el dolor ya lo llevo yo en el alma y está cicatrizando. Ya mismo se me caen las grapas», le indica González intentando esbozar una sonrisa que no acaba de asomar. Al tiempo, le va relatando algunos episodios de su vida. De sus dos vidas, porque el sinhogarismo marca un antes y un después. Le cuenta que solía ser la alegría de la casa, pero su historia se truncó hace dos años, cuando se quedó sin trabajo y empezaron a aflorar los problemas. Sobrepasada, se refugió en la bebida y esta adicción acabó conduciéndola a la calle

Superar las adicciones

«La mayoría de la gente que está en esta situación tiene problemas con las drogas, de alcoholismo, con sus familiares... la principal traba es que piensan que ya nunca van a poder salir de ahí y empezar de cero», reflexiona el barbero. Pero se puede, subraya, porque él es un ejemplo de ello. Aunque nunca llegó a verse sin un techo bajo el que dormir, afirma que lo perdió todo cuando intentó montar una empresa y quienes iban a ser sus socios desaparecieron con el dinero.

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Bousnane rehízo su vida partiendo «desde menos cero», indica. No tuvo otra alternativa que aceptar su nueva situación porque rendirse, aunque las fuerzas flaqueasen, no era una opción. «Estas personas tienen que asimilar la tesitura en la que están y superar las adicciones que arrastran», sostiene el hombre. Es consciente de que no es tarea fácil, pero tampoco es imposible. Él mismo se lo dice sin rodeos a los clientes que atiende de manera altruista. Siempre desde el respeto, pero sin pelos en la lengua.

La mujer se despide del peluquero con un abrazo que él corresponde de corazón. Después de barrer el pelo cortado del suelo, desinfecta los materiales, los guarda en la mochila que se cuelga inmediatamente al hombro y continúa con la marcha. Bousnane avanza por la calle Alcazabilla y se maravilla de lo «bonita» que es Málaga, señalando que él también tiene que «dejar guapa a la gente» sin medios para ir a una peluquería.

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Su siguiente destino es el Paseo del Parque. Se acerca al auditorio Eduardo Ocón y, a unos metros del teatro abierto, se cruza con una cara conocida. Es la de Daniel Kamisnki, un hombre polaco de 35 años que acampa sus pocas pertenencias sobre un espacio de tierra rodeado por varios árboles, lo que le proporciona cierta sensación de intimidad. El indigente, a quien el barbero ya había cortado el pelo en otra ocasión, acepta su invitación sin pensarlo dos veces.

En uno de los bancos del auditorio Eduardo Ocón repasa la barba a Daniel Kaminski, a quien ya había atendido en otra ocasión. F. SILVA

Hay confianza y, mientras va preparando todo, el peluquero le pregunta cómo está, si ha buscado trabajo últimamente o si ha podido hablar con su familia. «I need help» –«necesito ayuda»–, le responde Kaminski en un momento dado. No se ve capaz de frenar su consumo de drogas, ni de salir del fondo del agujero en el que se siente atrapado. Cree que nadie lo va a contratar por no tener sus papeles ni dominar el idioma con fluidez, pese a que habla y entiende lo suficiente para mantener una conversación en castellano.

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«Tienes que moverte y preguntar; hay gente que sabe menos español que tú, que tampoco tiene documentos y consigue un trabajo», le contesta Bousnane, tratando de infundir ánimos. Pese al decaimiento del hombre, el barbero no pierde la paciencia ni desiste en su intento de convencer a Kaminski de que, si pone en ello todo su empeño, acabará encontrando un empleo. Eso sí, le aclara que debe «cambiar el chip porque todo está en la mente».

El marroquí lo ve claro. «A estas personas les hace falta un empujón, recuperar su autoestima», manifiesta. Su deseo es que alguno de los cortes de pelo y arreglos de barba que realiza de forma gratuita acabe devolviendo a alguien la confianza que necesita para retomar las riendas de su vida. «Hay gente a la que ya no veo en la calle; quizás regresaron a sus países o pidieron ayuda. Quiero pensar que están mejor», apunta consciente de su optimismo.

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Un efecto cadena

Bousnane quiere que el proyecto social que emprendió en solitario en plena pandemia algún día acabe adquiriendo mayores dimensiones. Su objetivo, cuenta, es que más peluqueros de Málaga, e incluso de otras ciudades, se sumen a esta iniciativa, provocando así «un efecto cadena» para echar una mano a las personas que están en situación de extrema vulnerabilidad.

El peluquero Isaac Bousnane, en el teatro abierto del Paseo del Parque en el que suelen dormir varias personas sin hogar, F. SILVA

Con este propósito suele postear algunas de sus intervenciones en su cuenta de Instagram –IG: Isaac Vantino–, en la que sube fotos del antes y el después del corte de pelo a quienes viven en la calle. Según dice, ya ha recibido varios mensajes de personas que también están interesadas en aportar su granito de arena. Incluso se propone impartir formaciones a barberos aprendices y que su alumnado se sumerja de lleno en esta experiencia. «Así podríamos llegar a más personas y ser de ayuda», reflexiona.

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El hombre asegura que recibe más de lo que da cuando mejora la imagen de personas necesitadas. «He aprendido muchísimo desde que empecé a hacer esto; me ayuda a darme cuenta de la suerte que tengo y a conocer a gente que tiene su historia y a la que a veces no se trata como a seres humanos», manifiesta Bousnane. El peluquero es un ejemplo de que, a pesar de todo, sigue habiendo lugar para la humanidad y la empatía.

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