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Salvador Salas
Incendio forestal Sierra Bermeja

«Mamá, el fuego ya está cerca del campo»

Los vecinos de las zonas afectadas por el incendio de Sierra Bermeja exorcizan miedos comunes antes de que la lluvia regale la primera invitación del día al optimismo

Lunes, 13 de septiembre 2021, 15:46

La noche da sus últimos coletazos mientras Alejandro espera en su furgoneta blanca, aparcada frente a una pequeña nave en el cruce de Casares. Apura ... un cigarrillo y tiene la preocupación cosida en los ojos. Son las seis de la mañana y ha perdido la cuenta de las horas que lleva contemplando la cortina de fuego que arrasa el monte, como si lo vigilara. El incendio de Sierra Bermeja avanza lento pero incontrolable hacia la costa: «Trabajo en la construcción. No sé qué hacer, si sacar los materiales que están en la nave o dejarlos ahí. También tengo aquí a mis dos perros». Si el incendio sigue ganando terreno, se los llevará. Mientras tanto, mantiene la mirada fija en la llamarada, paralizado en su coche, con las ventanas abiertas y el motor apagado.

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A unos kilómetros, protegido en su garita, Joaquín analiza la evolución del incendio: «Todo lo que apagan de día se vuelve a activar de noche». Trabaja como vigilante de seguridad en el complejo Urbaser, un enorme contenedor de residuos cuya cercanía preocupa a los equipos que trabajan en la extinción, conscientes de que el contacto del fuego con el material acumulado allí podría ser nefasto. Da los buenos días a los conductores que entran y salen del recinto, con quienes mantiene breves conversaciones que desde el miércoles giran en torno al mismo tema. «¿Llegará hasta aquí abajo?», pregunta uno. «No creo, aunque esta noche se ha avivado», responde Joaquín.

En el mirador de Sierra Bermeja permanece aparcada una pareja de policías locales. La vista resulta reveladora: el incendio se extiende por todo el monte, como una enorme cicatriz, de este a oeste, empeñado en ensancharse hacia el sur un poco más cada hora. Abajo hay un núcleo que casas diseminadas que no han sido desalojadas. Sus vecinos han corrido mejor suerte que los de Jubrique, Genalguacil, Faraján, Pujerra, Júzcar y Alpandeire, evacuados ayer de forma preventiva. «Pero yo no bajaría la guardia», advierte uno de los agentes. A ver si llueve». Pero la lluvia no cuaja más allá del espejismos de unas cuantas gotas que se mezclan con la ceniza que cubre el aire de toda la zona afectada.

Francisca, vecina de Benarrabá. Salvador Salas

Preocupan los montes de la Acedía y el Duque, repletos de pinos y algarrobos que echarían a arder enseguida. Pero aquí cada uno tiene su propia historia. Un coche aparca en el mirador y alguien se baja para asomarse a un paisaje ahora devastador. «Mamá, el fuego ya está cerca del campo». Gregorio avisa por teléfono a su familia, que tiene una casa en el monte del Duque: «Pero nosotros vivimos en Casares y de momento estamos seguros». Van a dar las siete de la mañana, aunque los vecinos duermen con un ojo abierto desde hace cinco noches. «Me he levantado a hacer un mandado y he venido a ver el fuego», cuenta Manolo, que trabaja en el campo: «A mí me duelen los animales, todos los que se habrán quemado. Hay muchas cabras monteses».

Cualquier explanada desde la que se divise el incendio se convierte en un improvisado punto de encuentro para los vecinos de la zona. Los corrillos sirven para exorcizar miedos comunes. «Desde mi casa», interviene José, «se ve el resplandor, y eso que ayer parecía que estaba apagado». Mari Ángeles confirma que en Gaucín, donde vive, «la cosa está peor que anoche». Porque el fuego, vuelve a ilustrar José, «va de reculo». En Benarrabá Francisca no para de dar vueltas a la plaza situada frente al hotel del pueblo, lúcida hasta el dolor: «¿Cuántas criaturas se habrán quedado sin nada? Tengo 84 años y nunca he visto nada igual. Mi hijo trabaja en la fábrica de corcho y si se quema el corcho se quema el trabajo». El viento aprieta al mediodía y los ceños vuelven a fruncirse.

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Ya en Estepona, pasadas las dos de la tarde, rompe a llover con fuerza por primera vez en todo el día. En el puesto de mando suena un aplauso espontáneo de militares, policías, bomberos, políticos y periodistas. El agua cae, aunque sea durante menos de una hora, como una invitación al optimismo. Y todas las miradas se elevan al cielo: que se repita.

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