Sala para recabar pruebas y buscar ADN. Sur Archivo
Policía Científica

El arte de resolver el crimen con una gota de sangre

El Grupo de Inspecciones Oculares de la Comisaría Provincial de Málaga recoge los vestigios claves de los escenarios más violentos de la Costa del Sol, que resultan determinantes para resolver complejas investigaciones

Lunes, 19 de mayo 2025, 00:25

En un escenario teñido de sangre, una diminuta gota en la planta del pie de la víctima esclareció un crimen machista en Málaga capital hace ya una década. Fue el único rastro que su marido dejó al cortarse mientras le asestaba las puñaladas con un cúter en una nave del polígono Guadalhorce. Pero, fue clave para su identificación e incriminación en los hechos. En agosto de 2022, David, estudiante de 21 años era hallado con dos disparos en la cabeza en una finca de Los Montes. Sin cámaras ni testigos, los restos de sangre fueron una vez más la llave para resolver la muerte. El patrón que seguía llevó a pensar a los expertos que el cuerpo había sido manipulado y que en la cremallera de la mochila podría haber restos genéticos. El análisis de este ADN y 150 años de árbol genealógico después se saldaron con la detención del asesino en serie 'Dinamita Montilla'.

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He aquí dos ejemplos en los que la observación, recolección y análisis de vestigios biológicos han sido determinantes para resolver arduas investigaciones policiales. «Las manchas de sangre explican perfectamente lo que ha ocurrido: el tipo de arma que se ha empleado, si la víctima ha podido defenderse o no, la posición en la que se encontraba y el número de ataques que ha sufrido», cuenta en una entrevista con SUR el jefe del Grupo de Inspecciones Oculares de la Policía Científica de Málaga, Rubén Martínez Moreno. Su equipo, formado por once profesionales, no lidia con testigos ni hace cantar a «malos». Lo suyo es la reconstrucción de los hechos mediante «pruebas objetivas».

Pedro J. Quero

–«Buenas noches, le llamamos de la Sala del 091, ha habido un crimen».

El teléfono puede sonar en cualquier momento del día. Si bien, la madrugada suele concentrar los delitos más violentos: homicidios y agresiones sexuales. Al descolgar, el inspector pide que no le cuenten demasiados detalles sobre lo ocurrido para no contaminarse. Enfundados en monos EPI y protegidos con guantes, gorros y mascarillas -esto último, en caso de riesgo por gases tóxicos-, los agentes desalojan el escenario de los hechos nada más llegar para proteger los vestigios. «Asegurada la zona y fijado un camino por el que discurrir todos los que tenemos que entrar y salir del lugar, nuestra prioridad son los indicios biológicos, pues son los que más fácilmente se deterioran. Estudiamos si hay sangre, esputo, semen…y trabajamos en función de si hay un autor conocido o no».

La búsqueda y selección de pruebas in situ, según el jefe, debe realizarse con exhaustividad, precisión y sin premura. «No se pueden tomar 60 muestras indiscriminadas y a ver si en alguna toca la lotería porque los análisis de ADN son muy caros y no hay un laboratorio en cada localidad como en Estados Unidos». Además, el criminal normalmente trata de enmascarar la escena limpiándola o tergiversándola para evitar que lo descubran y dificultar la labor policial, por lo que «hay que ver muchas hipótesis». A medida que avanzan, precisa, comienzan a desechar vías y a explorar otras, lo que puede dilatar el trabajo horas.

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Tras analizar la escena principal al más puro estilo CSI, los agentes amplían el radio en busca de otros vestigios que pudieran resultar determinantes. «En muchas ocasiones hemos encontrado efectos del autor en los contenedores de basura o en las alcantarillas de los alrededores». Una vez realizado el trabajo de campo, los expertos en Científica envían los vestigios al laboratorio -actualmente, España cuenta con cinco-, normalmente, de la Comisaría General de Madrid para extraer el ADN y obtener un perfil genético. En este paso, destaca el inspector, lo primordial es mantener la cadena de custodia con el fin de que no haya dudas sobre su procedencia o custodia de cara al pleito.

Pero, ¿qué ocurre cuando las muestras no arrojan un perfil genético? El inspector revela otras pruebas circunstanciales que pueden demostrar la participación del autor; algunas de ellas: análisis de fibras, pisadas, cristales rotos, pigmentos e incluso algas microscópicas marinas que se pueden encontrar en los pedales de un coche si el presunto autor de un crimen ha arrojado el cuerpo al mar o a un estanque -como ocurrió en 2015 con el pequeño Alejandro, de solo tres años, después de que su familia denunciara su desaparición en Rincón de la Victoria-. En esta línea, Martínez aboga por «una perspectiva más amplia». «Lo clásico nos permite seguir identificando a mucha gente, pero hay otras alternativas que no se conocen y que deberíamos poner en común entre los distintos grupos de la Policía».

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Aunque lo suyo son las manchas, los restos, los bastoncillos y los marcadores, hay casos que van más allá de la ciencia, como el de Sibora, una joven italo-albanesa de 22 años a la que se le perdió la pista el verano de 2014 en Torremolinos, adonde se había mudado tres años antes con su novio, el hombre que la vio por última vez, Se llama Marco y habían vivido juntos en un dúplex de la localidad malagueña. En mayo de 2023, el individuo fue detenido por asesinar a puñaladas a la que era su actual pareja, Paula, en Torremolinos. Los paralelismos resultaban escalofriantes y la familia de Sibora, a miles de kilómetros de distancia, pedía reabrir el caso de la desaparición de la joven.

El Grupo de Inspecciones Oculares de Málaga -con el inspector Martínez a la cabeza y el jefe de la Brigada, el comisario Salvador Romero de Córdoba- se convertía entonces en el motor incombustible de su búsqueda. En una confesión espontánea, Marco manifestó que el cadáver de Sibora estaba tras una pared del piso que compartieron, en el barrio del Calvario. Los agentes acudieron al menos en cuatro ocasiones a la vivienda en la que ya habitaba otra pareja para inspeccionar las paredes. Perforaron tabiques e introdujeron microcámaras para comprobar si efectivamente el cuerpo estaba emparedado en el piso. Pero no dio resultado.

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«Me acostaba y me levantaba pensando en ello, algo me decía que estaba ahí», confiesa el inspector, que no tiró la toalla. En su empeño por encontrarla, se percataron de una irregularidad en la pared de detrás y pasaron a cotejar planos. Tras ese tabique había un vestidor que no debía encontrarse en el lugar y lo tiraron abajo. En un cajón de madera, enterrado en cal, los policías encontraron el cadáver de la joven junto a algunas de sus pertenencias y un ramo de flores. «Fue una satisfacción brutal, sobre todo por su madre, porque de lo contrario se hubiera quedado allí hasta para siempre».

Licenciado en Química, el responsable de Inspecciones Oculares desde hace 15 años en Málaga, considerado un «maestro» para muchos de los policías que han pasado por sus manos, asegura que trata de inculcar a su equipo la profesionalidad y el buen hacer. «Nuestro trabajo termina dos, tres o cuatro años después, cuando asistimos al juicio, es por eso que en este grupo está prohibido ir con prisas. Siempre en busca de lo más irrelevante porque al final se convierte en algo crucial». Y con esta premisa, el inspector advierte a los malos: «El que comete un delito en Málaga activa el reloj de su propia detención.

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