Emilio Alba se queda con el recuerdo de aquellos veranos de juego y libertad de su infancia y juventud SUR

Aquel verano de Emilio Alba: La libertad de un recreo constante

La naturaliza estaba muy presente en los veranos de ese niño incansable que vivía aquellos días felices de la mañana a la noche en la calle

miguel ángel oeste

MÁLAGA

Lunes, 29 de julio 2019

Quedamos cerca del Arroyo Jaboneros. Es un día de terral. En Echevarría buscamos una cafetería tranquila donde la sombra dé un respiro al calor ... sofocante. Referente nacional e internacional en el campo de la oncología, Emilio Alba mantiene una sonrisa permanente en su cara amable, habla bajo y calmado, y uno siente inmediatamente que es un hombre curioso, sincero, comprometido, atento, al que le gusta conocer a las personas con las que trata y con quien se podría estar horas charlando. Durante un rato hablamos de libros y cine, de cuestiones alimentarias y de los cambios de una sociedad que corre demasiado. Hasta que le pregunto por el verano que lo marcó, por ese verano significativo para él, por esos días felices de su infancia en los que corría ajeno al tiempo. Ese niño incansable que jugaba sin parar, para el que no existía el calor ni el frío ni ninguna eventualidad excepto echarse a la calle con sus amigos todo el día.

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«Para mí los veranos son los de mi infancia y juventud. Veranos eternos que vivíamos desde la mañana a la noche en la calle. Ese es mi primer recuerdo, nada significativo», comenta con humildad. Emilio Alba nació en Archidona en 1958. «Soy de interior», remarca, «pero recuerdo que eran veranos maravillosos, en los que nos bañábamos en el Arroyo Marín, un afluente del Guadalhorce, que ahora tiene poca agua pero antes tenía mucha, una caminata de tres kilómetros o así, sin adultos, solo niños», un lugar donde se impone la naturaleza con chopos, olmos, pinos. Y la naturaleza estaba muy presente en los veranos para este catedrático de Oncología y director de Investigaciones Médico Sanitarias, pues en el río no solo se bañaban, también cogían ranas y cangrejos. Recuerda cómo ponían trampas para atrapar pájaros, «los animales estaban muy presentes en nuestra vida, una vida rural», comenta, y recuerda con cariño cómo cogían brevas en las higueras. Mientras me lo va relatando se interrumpe y me dice que «parece como si le hubiese pasado a otro, la verdad es que todo era diferente, las comidas eran diferentes, incluso recuerdo que yo con seis años ya iba solo al colegio».

Esa presencia omnipresente de los animales también se manifestaba en las calles, donde había muchos perros sueltos. Pero la sensación más fuerte para Alba es que el verano representaba una especie de recreo constante, un lanzarse al bullicio de la libertad para jugar al fútbol, al marro, al doti, y a otros juegos que ya no existen, con decenas de niños en la calle, «porque nuestra vida se hacía en la calle. Yo recuerdo levantarme, desayunar y salir de mi casa y no volver hasta la hora de la comida y cuando comía igual, me iba y ya hasta la noche».

«Recuerdo que viendo una película de John Wayne en el cine de verano, una salamanquesa cruzó el rostro del actor y los chiquillos gritábamos, porque no se iba, sino que parecía disfrutar con la película»

Era una época sin televisión, en la que los cines de verano itinerantes eran un acontecimiento. «Una de las sensaciones que más recuerdo son las paredes blancas e irregulares, porque el verano siempre lo asocio al sol y a esas paredes blancas e irregulares, como de yeso». Y en una de esas grandes paredes es donde él y sus amigos veían las películas en verano. «Y mira, mientras te lo estoy contando me he acordado de una anécdota», dice, la sonrisa siempre por delante, un detalle que tal vez refleja bien el antes y el ahora. «Recuerdo que viendo una película de John Wayne, no me acuerdo de cuál, pero podría ser 'Centauros del desierto' de John Ford, una salamanquesa cruzó el rostro del actor y los chiquillos gritábamos, porque no se iba, sino que parecía disfrutar con la película». Esto también le ha hecho recordar un verano con siete u ocho años en los que treinta niños se sentaron para ver 'Bonanza' en una tele que había comprado alguien.

Por la noche, cuando regresaba a su casa después de un día de regocijo, se le viene la imagen de su padre escuchando la radio. «Mi padre ponía la BBC, en la que había un programa en español. Fue la primera vez que escuché a los Beatles», recuerda, para decir a continuación: «El tiempo discurría distinto. No había tantos cambios. La fiesta del pueblo era el evento de agosto, tomar una Mirinda de naranja o limón. Como ves es una cosa muy simple y normal, pero lo recuerdo feliz, con esa sensación de albedrío y juego».

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Si bien su infancia no está ligada a la playa. Por eso quizá le gusta más la playa en invierno que en verano, en la actualidad todas las noches de San Juan la celebra junto a sus amigos de juventud. «Nos repetimos que todos somos de secano y que de mayores hemos celebrado la noche de San Juan», remarca. Y lo más curioso es que pese a que Alba tiene una amplia vida social, su grupo de amigos nuclear, con los que se va a cenar relajado, son sus amigos de la infancia de Archidona, con los que mantiene el contacto y no solo eso, es que todavía salen juntos una o dos veces al mes, con lo complicado que resulta por sus trabajos y matrimonios con hijos. O el hecho de que en la adolescencia conociera a su mujer, Lola, la mujer con la que comparte su vida desde entonces. Ese es quizá el poder, la fuerza más constatable de aquellos veranos infinitos en los que una pelota simbolizaba la felicidad. Y eso que como Alba explica no tiene «una visión romántica de que cualquier tiempo pasado fue mejor». Porque él, hombre cuidadoso, de trato delicado, es de esos profesionales que hacen que la sociedad sea un poco mejor, más luminosa, como se le presupone al verano.

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