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DARÍO MENOR
Viernes, 10 de noviembre 2017, 01:01
Pese a ser el Estado más pequeño del mundo, dentro de los Muros Vaticanos no falta casi de nada: hay una gasolinera, una farmacia, una oficina de correos, un banco con sus cajeros en latín y hasta un supermercado y una tienda con ropa, electrodomésticos, alcohol, tabaco y productos de lujo. Probablemente sean los mejores lugares de Roma para comprar: en sus estantes hay de todo y libre de impuestos.
Por eso una de las aspiraciones históricas de los romanos ha sido conseguir la tarjeta que te exigen a la hora de pagar. En teoría está reservada para los trabajadores y jubilados del Vaticano, así como para el personal de las embajadas ante la Santa Sede, pero, en la práctica, se han hecho con ella un buen número de familiares, amigos y enchufados. La agencia católica francesa I Media calculó que había hasta 40.000 de estas tarjetas en circulación.
Esta legión de compradores se llevaron un disgusto con la decisión anunciada ayer por el Vaticano: a partir del año que viene se acaba la venta de cigarrillos y puros. Hasta ahora cada persona que contaba con un permiso podía adquirir 60 cajetillas al mes. No sólo compraban los fumadores, pues no era mal negocio revenderlas tras haber pagado 1,6 euros menos por cada una respecto a su precio en Italia.
La decisión de acabar con la venta es del propio Papa. Según explicó el portavoz vaticano, Greg Burke, a pesar de que los cigarrillos suponen una fuente de ingresos, «ningún beneficio puede ser legítimo si se pone en peligro la vida de las personas». Burke recordó que la Organización Mundial de la Salud calcula en más de siete millones las muertes anuales causadas por el tabaco.
La preocupación por la salud de los fieles afecta sólo a los fumadores, ya que de momento no hay noticias de que se vaya a poner fin a la venta de vinos y licores. Darle a la bebida es el pecado gastronómico más común en el Vaticano, el país con el récord mundial de consumo de vino per cápita. A cada uno de sus 900 habitantes le correspondería un promedio de 74 litros al año. Por suerte para su salud, muchas de esas botellas acaban en la mesa de los enchufados que cuentan con la codiciada tarjeta del supermercado.
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