
La parada de los monstruos
CRUCE DE VÍAS ·
Hay sueños que no se olvidan, aunque soy consciente de que los de la infancia cambian de sentido después de pasar tanto tiempoSecciones
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CRUCE DE VÍAS ·
Hay sueños que no se olvidan, aunque soy consciente de que los de la infancia cambian de sentido después de pasar tanto tiempoEl otro día volví a ver la película de Tod Browning. Me trajo recuerdos de cuando era niño y mis padres me llevaban al circo. ... A veces la memoria engaña, pero aquel espectáculo bajo la inmensa carpa de lona me dejaba una extraña sensación de tristeza. Los animales que salían a la pista no tenían nada que ver con los que aparecían en las películas de aventuras. Supongo que los animales del circo estaban aburridos y cansados de repetir todos los días la misma función. Los tigres y los leones andaban por la jaula obedeciendo las órdenes del domador como si estuvieran en clase de gimnasia. Alguno rugía sin ganas porque formaba parte de la actuación. Igual pasaba con los elefantes que andaban a paso lento por encima del cuerpo de la mujer que permanecía tendida e inmóvil en medio de la pista de arena. Ella se hacía la muerta aguantando la respiración. Pero lo más triste eran los payasos, sobre todo uno con la nariz roja y redonda, como un tomate, que no paraba de llorar. Y también estaban los trapecistas que daban vueltas por el aire hasta caer aposta en la red. Entonces saludaban sonrientes, como si hubieran caído del cielo.
Hay sueños que no se olvidan, aunque soy consciente de que los sueños de la infancia cambian de sentido después de pasar tanto tiempo. Recuerdo la pesadilla que tuve una de aquellas noches. Yo estaba sentado solo bajo la carpa del circo y fui testigo de la violenta rebelión de los animales. Los leones y el tigre de Bengala que permanecían encerrados en la jaula se lanzaron contra el domador y le arrancaron las cuatro extremidades; los elefantes partieron por la mitad el cuerpo de la mujer; el perrito se negó a pasar por el aro, tomó impulso y se abalanzó contra el cuello del adiestrador; los cansinos caballos se volvieron salvajes y los jinetes saltaron por los aires. Yo estaba solo como el payaso de la nariz roja, pero sin soltar una lágrima. No sentía ninguna pena, como si me hubiese solidarizado con los animales y estuviera dispuesto a luchar con todas mis fuerzas contra las víctimas de la opresión. Lo que sentí fue una fiera ansia de libertad.
Al día siguiente de aquel macabro sueño, vi pasar por la calle las caravanas con saltimbanquis, acróbatas, trapecistas, jinetes, payasos, magos, equilibristas. Los nómadas se dirigían hacia otro lugar donde entretener el tiempo y paliar el dolor de la soledad. Los artistas del maravilloso mundo del circo de la vida se detuvieron justo delante de mí. Los remolques de los animales estaban vacíos. Miré tras los cristales intentando distinguir alguno de los personajes del sueño, pero tampoco los vi. Ni la domadora de elefantes, ni el profesor de gimnasia, nadie. Los fantasmas de la desgracia también habían desaparecido.
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