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Es un tema recurrente que siempre está sobre la mesa: la importancia de reducir la ingesta de azúcares por su incidencia negativa en nuestra dieta. Sin embargo, son muchos los mitos y las medias verdades extendidas entre los consumidores en lo referido a este producto. Comso recueda la OCU, la Organización Mundial de la Salud recomienda limitar la ingesta de azúcares libres, de forma que no superen el 10% del aporte calórico total de la dieta (y mejor aún si no pasan del 5%). Esto supone, para una dieta de 2.000 kcal/día, no más de 50 gramos de azúcar. El problema, como critica la organización de consumidores, es que bajo el paraguas de esta recomendación -que sí es cierta y tiene un fundamento científico- se han acuñado «una serie de afirmaciones que son falsas, exageradas o requieren ser matizadas, porque no son ciertas sin más», advierten.
Por todo ello, desde la Organización de consumidores y usuarios ponen sobre la mesa seis de los grandes mitos que rodean al azúcar:
A menudo recibimos mensajes sobre la conveniencia de eliminar todos los azúcares de la dieta sin matices, lo que puede conducir a prescindir no solo de los alimentos con azúcares añadidos, sino también de otros que tienen azúcar de forma natural en su composición (como la fruta y verdura sin licuar, triturar o exprimir, o la leche.). Sin embargo, desde la OCU nos recuerdan que está probado científicamente que los azúcares simples que se encuentran en estos alimentos no tienen efectos adversos para la salud y que no hay motivo alguno, más bien al contrario, para dejar de consumirlos.
Desde la OCU señalan que todos los azúcares contienen la misma sustancia, la sacarosa, y por tanto, todos tienen las mismas calorías. Lo único que varía es el proceso de obtención, por lo que, con el proceso de refinado, cambia el aspecto y la textura. «El azúcar integral tiene algún nutriente más, pero en cantidades muy reducidas. Además, existe el riesgo de, por pensar erróneamente que son mejores que el azúcar refinado, consumamos más cantidad», puntualizan.
La respuesta -y crítica- de la OCU es clara: No. Según afirman, resulta complicado distinguir entre el azúcar naturalmente presente en el alimento y el añadido, ya que muchos fabricantes no los diferencian en el etiquetado. Aunque encontremos productos con la frase «sin azúcares añadidos», esto no impiden el uso de edulcorante o incluso preparados de frutas (pasta de dátil o zumo de manzana) para conseguir dulzor sin aportar apenas ningún beneficio.
Otros endulzantes alternativos como la miel, el jarabe de arce o el sirope de agave contienen casi tanto azúcar como el azúcar mismo y tienen un perfil calórico muy semejante. Explican desde la OCU que, unas pocas trazas de otros nutrientes no alcanzan para justificar su fama de «más saludables», pues desde un punto de vista nutricional las diferencias son muy poco significativas.
El empleo de edulcorantes no nutritivos o con muy bajo valor calórico como la sacarina, el aspartamo o la stevia pueden ayudar a reducir el consumo de azúcar. Sin embargo, desde la OCU señalan que varios estudios han demostrado que este reemplazo no aporta ningún beneficio en el control del peso porque no ayuda a educar el paladar y orientar su interés hacia otro tipo de sabores.
La OCU destaca que, hasta el momento, no se ha podido establecer una relación directa e inequívoca entre un consumo elevado de azúcares y el aumento de probabilidades de aparición de diabetes de tipo 2. No obstante, sí se ha observado que una alta ingesta de azúcares añadidos es un factor desequilibrante de la dieta y favorece el desarrollo de obesidad y sobrepeso que, a su vez, sí es un claro factor de riesgo para el desarrollo de diabetes mellitus.
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