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Domingo, 17 de mayo 2020, 00:09
Lo recuerda Consumer y los fogones de cualquier casa pueden confirmarlo: el tomate frito industrial es el rey de las salsas y, en estos días de confinamiento por la crisis del coronavirus, se ha convertido en un producto comodín en la despensa por su versatilidad para emplearlo en infinidad de recetas: lo mismo vale para hacer pizza, pasta, empanada, carne en salsa o para pescado. A su favor juega también su precio asequible, su composición -es parecido al casero- y su duración. Sin embargo, ¿somos conscientes del contenido real de los botes de tomate frito industrial que más se venden en el supermercado? ¿sabemos elegir la opción más sana? Consumer ha realizado un análisis de su composición nutricional y avisa: para escoger una buena salta de tomate hay que leer siempre el etiquetado. Es tan importante como no dejarse llevar por el reclamo 'casero' o 'natural' del envase.
Para optar por las mejores opciones debemos consultar en el etiquetado varios aspectos: el porcentaje de tomate, la cantidad de sal, tipo de aceite utilizado, azúcares añadidos y almidones. Así, cuanto más cantidad de porcentaje de tomate tenga, más saludable será. Consumer recomienda, además, escoger productos elaborados con tomates frescos -pueden elaborarse añadiéndolos en diferentes formas: frescos y cortados, zumo, puré, pasta o concentrado de tomate-.
En cuanto a la sal, pasa justo lo contrario: cuanta menos tenga, mejor -es recomendable que no sobrepase el 1,25%-. Por su parte, el aceite de oliva virgen extra será la opción más saludable y, en cuanto a los azúcares añadidos, Consumer señala que suelen tener una cantidad que no es preocupante (el máximo permitido es del 5%). Por último, en ocasiones se añaden almidones para espesar, «si escogemos productos elaborados solo con los ingredientes básicos, se parecerá más al que hacemos en casa», apunta el informe.
Los fabricantes están obligados por la legislación a que un mínimo de un 25% de tomate. Y es algo que, según Consumer, se cumple «con creces» en todas las marcas analizadas. Dicha cantidad oscila entre el 79% de Pedro Luis y el 90 % de Apis, Hida y Eroski Oliva. «Se trata de un aspecto complejo de consultar en el etiquetado debido a que la legislación indica que en este tipo de productos la cantidad de tomate debe expresarse en función del peso utilizado para preparar 100 gramos de producto acabado. Así, encontramos que las cantidades están comprendidas entre 138 g de tomate/100 g de la salsa que etiqueta Hida y los 170 g/100 g de la de Apis. La cantidad de tomate es mayor que la de salsa porque, como se ha comentado, durante el proceso de elaboración se evapora parte del agua. En el etiquetado de Gvtarra no se muestra la cantidad de tomate empleada, lo cual puede considerarse un incumplimiento importante de la legislación».
El aceite es, junto al tomate, otro ingrediente fundamental en la elaboración de la salsa de tomate. Según la legislación, la cantidad de aceite en el tomate frito debe ser de, al menos, el 3 %. Lo más habitual es utilizar aceite de girasol (como en Orlando, Apis, Solís, Gvtarra) o de oliva (Solís Oliva), que en la mayoría de los casos analizados es virgen extra (Pedro Luis, Hida y Eroski Oliva). El informe apunta que también hay marcas que emplean una mezcla de los dos tipos de aceite, como Solís Casero (5,7 % girasol y 1 % oliva). «Desde el punto de vista nutricional y organoléptico, la mejor opción es el aceite de oliva virgen extra. De todos modos, ninguno de ellos se puede considerar una mala opción». En los productos analizados, la cantidad de aceite está comprendida entre el 3,2 % de Solís Oliva y el 6,7 % de Solís Casero.
El contenido de azúcar es, sin duda, el ingrediente que más recelo puede generar entre los consumidores. Consumer, sin embargo, recuerda que están obligados a respetar un límite máximo del 5 % de azúcares añadidos, lo que viene a representar 5 gramos de azúcar (aproximadamente una cucharilla de postre) en 100 gramos de producto. «Se trata de algo parecido a lo que hacemos en casa cuando elaboramos tomate frito y añadimos un poco de azúcar para corregir la acidez que aporta el tomate».
Para evitar confusiones, en este apartado es conveniente destacar que no se hace distinción entre los azúcares naturalmente presentes en los alimentos, como los que contiene el tomate, y los azúcares añadidos durante la elaboración del producto. «Son estos últimos los que deberíamos limitar (la Organización Mundial de la Salud recomienda no consumir más de 50 gramos diarios)».
En los casos analizados en el estudio, los que cuentan con más cantidad de azúcares totales varían entre un 7,8 % y un 4,5 %. «En cualquier caso, ya hemos visto que la cantidad máxima de azúcares añadidos que pueden contener no es muy significativa (5 %), así que no deberíamos preocuparnos demasiado por este aspecto, sobre todo considerando que en el tamaño de una ración (40 g) puede haber tan solo una cantidad máxima de azúcares añadidos de 2 g».
En opinión de Consumer, es más preocupante la cantidad de sal que de azúcares. Se estima que un alimento tiene mucha sal cuando supera 1,25 g por cada 100 g y, precisamente, dos de los productos estudiados rebasan esta cantidad: Orlando y Apis (ambos con un 1,5 % de sal). Eso sí, ninguno de ellos sobrepasa la cantidad máxima que permite la legislación para el tomate frito, que es del 2,5 %. Las marcas con menor cantidad de sal fueron Hida (0,6 %), Gvtarra (0,88 %) y Solís Casero (0,9 %). En las salsas comerciales, la sal cumple la misma función principal que en las que elaboramos en casa: potenciar el sabor del alimento.
Las conclusiones del informe son claras: «no se puede considerar un producto insano, siempre que tenga una adecuada composición». Consumer destaca que aporta pocas calorías, «concreto unas 80 kcal por cada 100 gramos, el equivalente a un yogur o una manzana». «Lógicamente, los productos que más cantidad de grasa tienen (es decir, más cantidad de aceite) son también los que aportan más calorías, como Solís Casero (con un 7 % de grasa y 102 kcal/100 g), aunque sigue siendo un valor bajo«. Por lo demás, el resto de los nutrientes se encuentran en cantidades poco significativas: promedio de 6,2% de azúcares totales -los añadidos por el fabricante más los que están naturalmente presente en el tomate-, 1,2 % de proteínas y 1,2 % de fibra. Lo más destacable en este aspecto es la cantidad de sal, según el informe. Consulta el estudio, aquí.
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