Pocas personas llevan bien el envejecer. Pero entre hombres y mujeres también se afronta de formas diferentes.
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Lalia González-Santiago
Modelos de vejez
Hace años me di cuenta de que iba ... por las calles mirando a las mujeres mayores para averiguar qué tipo de vieja iba yo a ser. Vi que las hay hippies, recuidadas, envaradas, agotadas, olvidadas de sí, incluso empeñadas en seguir la moda de la juventud. Fieras, tiernas, alegres, perdidas... Consciente del paso del tiempo, buscaba modelos que me guiaran. La cultura mainstream no admite la decadencia, tiene implantados férreos controles para que el ideal ni se cuartee: cuerpos diez, barrigas planas, melenas brillantes, sonrisas profidén. Todo lo que no sea exitoso, feliz, radiante, no aparece.
¿Cómo envejecer, pues? ¿Quién lo sabe? Aunque la juventud es el único mal que se cura con los años, sigue siendo un valor absoluto, mientras la edad se convierte en un tabú. En especial para las mujeres. Ahí la diferencia de género es inclemente: mientras un hombre con canas y arrugas mantiene su atractivo, a las mujeres se nos insta a mantener la imagen lozana de la adolescencia. Algo, obviamente, imposible.
Pero llega la hora en que el poema de Gil de Biedma que leímos en su momento con cierta displicencia, toma una actualidad dramática: «Que la vida iba en serio/ uno lo empieza a comprender más tarde». Incluso el nonagenario Alberti de 'La arboleda perdida' tiene un eco nuevo: «Tiempo, tiempo, ¿por qué no hay más tiempo?». Una lírica manera de anotar que el almanaque no perdona y el talle nunca volverá a su sitio.
Todo insta, digo, a no reconocer el paso del tiempo, a esconderlo. Leía ayer a la cantante Cher declarar que cuando cumplió 60 se dio cuenta de que había cumplido 40, algo muy ocurrente que no esconde las innumerables operaciones de cirugía plástica a las que se ha sometido.
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«Las mujeres de cierta edad nos sabemos invisibles, dicen que sucede a partir de los 50, y hasta despreciadas»
Las mujeres de cierta edad (tenemos problemas hasta para ponerle nombre) nos sabemos invisibles, dicen que sucede a partir de los 50, y hasta despreciadas, como se vio en aquel 'acto fallido' de Álex de la Iglesia cuando menospreció a un público de «señoras mayores». Lo que pasa es que no nos importa, en general. Podemos, y debemos, reírnos de ello, aunque la tiranía del cuerpo ha sido un pesado lastre. Hay una gran frase para no olvidar de la enorme Anna Magnani a un maquillador: «No me toques ni una arruga, he tardado toda una vida en hacérmelas».
En fin, he llevado mis pesquisas mas allá y sigo con el trabajo de campo, cada vez con más urgencia, acompañada de amigas estupendas en mi mismo trance, pero más sabias. Ofrezco un par de testimonios esclarecedores de esta docta investigación, por si a alguien le sirven. El primero, el grito de guerra de una destacada maestra: «Vieja sí, pero gorda nunca». El otro, el consejo de una escritora de fama: contra la vejez, una vida llena de viajes y amantes de todas las edades.
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Seguiremos trabajando en ello.
Juan José Téllez
Nosotros
Conservo una fotografía de mi abuela Jeromita. En ella y en blanco y negro, apenas levanto un par de años del suelo: cabezón como ahora, ¿dónde estarán los rizos? Ella, de luto perpetuo, tiene la edad que voy a cumplir en noviembre, 60 años. Sin embargo, apacible y melancólica como era, vista desde la perspectiva de hoy me asemeja un cruce entre la señora que anuncia la fabada y la del yogur griego, con su inefable hiyab mediterráneo.
Mi cómplice Tito Muñoz –nada que ver con el rumbero de la jet–, el que perpetró el 'Tarrés' de Serrat y 'Los Mares del Surf' de Javier Ruibal, lo ha explicado en décimas: «No sé como puede ser:/Hoy me está mirando un viejo/que se ha metido en mi espejo…». ¿Seré yo ahora como veo a mi abuela entonces? Cuando dicen que los 60 son los nuevos 50 y que los 50 son los nuevos 40, también se me viene a la memoria el día que Paco de Lucía pasó a ser sexagenario, pastoreando a sus dos hijos de corta edad: «Me he metido en el wáter para leer el periódico. Es el único sitio donde puedo estar tranquilo».
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«Uno no sólo cumple años para ponerse más viejo –me negó en otra ocasión–. También para ponerse más sabio».
Otra vez, al mentarle yo a un músico con el que no congeniaba, repuso: «A los 20, piensas que es un gilipollas pero cambiará con la edad. Quien es gilipollas a los 20, es mucho más gilipollas a los 50».
«No tenemos edad y la vida nos empuja a recorrerla sin un cronómetro que marque previamente nuestra meta»
Con 60, lo sé, hay quien es capaz de hacer un ironman o de convertirse en vegano. Otros, en cambio, fueron tercera edad desde que volvieron de la mili. A lo mejor, el tiempo es como el dinero y no siempre es equitativo. Soy consciente de que, a partir de ahora, no correré ninguna maratón. Pero tampoco lo hice nunca, no hace falta jurarlo. Del atletismo sexual, ni hablamos. Nunca me faltó conversación, pero ahora creo que digo menos tonterías. Veo a un transeúnte de mi quinta vestido con pantalones cortos y alpargatas con calcetines. Le miro con la perplejidad con la que la caverna juzgaba a las hijas góticas de ZP. ¿Me estaré haciendo matusalén y prejuicioso? No creo: siempre sentí simpatía por el diablo y detesté, desde mi remota adolescencia, ir vestido de tirolés por la calle. Nosotros los de entonces ya no somos los mismos, pero sí lo somos.
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No sé la edad que tiene esa dama eterna que me mira con piernas de pilates desde el altar de su minifalda. Ni el tipo canoso que lleva la tez limpia como un bebé que todavía usara Nenuco. Un colega salió del armario a esas alturas, dejando inexplicablemente sorprendida a su familia. Tengo amigos jubilados con los años que estoy a punto de cumplir este año. Otros tienen nietos desde hace mucho y tampoco se parecen a mi abuela. Todas y cada una de esas referencias constituyen un claro motivo de envidia y de alegría. Será que, como en el viejo cantable, no tenemos edad y la vida nos empuja a recorrerla sin un cronometro que marque previamente nuestra meta. Eso sí, no nos pongamos estupendos: los 60 serán los nuevos 50, pero lo cierto es, qué quieren que les diga, que los 20 siempre serán los 20.
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