Relacionolos 40º con el whisky, no con el tiempo. El pasado domingo se alcanzó esa temperatura y tuve la sensación de soplarme una botella entera. ... Ese día comenzaron a caerse libros y otros objetos de la estantería como si de pronto les hubiera dado un golpe de calor. Por la noche me costó conciliar el sueño. A eso de las cuatro de la madrugada me despertó un ruido imponente. Una estantería se vino abajo con los distintos atlas que he ido acumulando a lo largo de los años. Los atlas siempre acaban estando desfasados. Los libros con sus mapas quedaron desparramados por el suelo. Me levanté de la cama, los recogí y los dejé encima de la mesa. Me asomé a la ventana. La calle estaba quieta y silenciosa, como si no hubiera pasado nada. El alud de papel me despabiló. Desde la cama fui repasando con los ojos cerrados la geografía universal. Vi los picos más altos del planeta perderse en las nubes y los ríos más caudalosos desembocando en mares y océanos. Hasta que volví a quedarme dormido en el desierto de Wadi Rum. Entonces tuve un sueño. Iba caminando solo por el desierto en pleno mediodía. Me caían gotas de sudor y el cuerpo se iba desintegrando con cada una de esas gotas hasta confundirse con la arena y desaparecer. Me había evaporado sin darme cuenta. Me levanté aturdido y fui al cuarto de baño. Me eché agua en la cara y no sentí nada. Miré al espejo y lo encontré vacío. El espejo únicamente reflejaba la pared de enfrente.
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Desde el lunes no sé dónde estoy porque no me veo. Tampoco noto que haya nadie alrededor. El silencio del desierto por la noche, eso es todo. Mi esperanza es que en realidad sigo dormido y lo que sucede forma parte del sueño. Intento abrir los ojos, pero es inútil. Nunca me había ocurrido nada igual. La increíble sensación de no existir. Me consuela comprobar que, por ahora, todavía soy capaz de hilvanar pensamientos. Durante el sueño se pierde la noción del tiempo, o sea que quizá continúa siendo la madrugada del lunes. Hay pesadillas que se hacen eternas y por mucho que lo intentemos no conseguimos quitárnoslas de la cabeza. Por un momento parece que despertamos, incluso abrimos los ojos y suspiramos aliviados, hasta que inmediatamente nos sumergimos de nuevo en el sueño y retorna la angustia.
Suena el teléfono que está sobre la mesilla de noche. La pantalla se enciende. Una voz desconocida pregunta por otra persona. Respondo que se ha equivocado y se disculpa. Yo también doy las gracias, no digo que acaba de salvarme la vida porque no lo comprendería. Al lado del teléfono hay una botella de cuarenta grados. Hace mucho calor fuera y también dentro. Amanece y sigo caminando por el desierto.
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