Cambio de marcha
Cuando conduzco desconecto el teléfono móvil, sin embargo soy incapaz de ignorar la historia que tengo en la cabeza
Cuando la mente se queda en blanco y no se me ocurre ninguna historia que escribir, cojo el coche y conduzco sin rumbo fijo hasta ... que me vienen las ideas. Dicen que los pensamientos limitan la visión del conductor y que por lo tanto es peligroso pensar mientras se conduce. Yo no solo pienso sino que piso el acelerador y me introduzco en ese túnel fantástico plagado de luces. Me juego la vida por el mero hecho de sacar adelante un relato. Hasta que alguien toca el claxon y entonces reduzco la marcha y vuelvo a la realidad. Cuando conduzco desconecto el teléfono móvil, sin embargo soy incapaz de ignorar la historia que tengo en la cabeza.
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Nada más subir al coche contacto con la imaginación. Recuerdo un día que estaba colapsado con una novela y no podía coger el coche porque la víspera lo había llevado al taller. Así que fui a la parada de autobús y subí al primero que paró. El azar quiso que oyera una conversación entre dos mujeres que me dio las claves para resolver la novela. Otra noche iba en taxi cuando un comentario del taxista hizo que, de pronto, se abriera el cielo. Los automóviles son mi salvación, sin embargo me da miedo conducir y me produce aún más temor que conduzca otra persona. Una mezcla extraña de deseo y peligro que guarda bastante relación con la literatura.
Salvo los casos del taxi y el autobús, el resto de las ocasiones me encontraba solo cuando la inspiración llegaba a visitarme sobre ruedas. Si voy con otra persona conduzco concentrado exclusivamente en la carretera. Dicen que una novela es la historia de una obsesión y sus consecuencias, por eso procuro no dar la tabarra a quien vaya conmigo en el coche con la historia que ando escribiendo porque correría el riesgo de distraerme y provocar un accidente.
A veces las ideas surgen andando por la calle, aunque suelen ser argumentos con menos fuerza motriz. Me planteo si hay alguna relación entre los caballos de vapor y la velocidad de la mente, al fin y al cabo todo son máquinas. Hubo un tiempo en que aparte de ponerme a conducir también relacionaba la inspiración con el alcohol. No concebía escribir sin una copa al lado. Esta simbiosis me produjo grandes descalabros económicos. Ahora estoy escribiendo sin beber y el coche descansa en su plaza de aparcamiento. Sé que tarde o temprano sucumbiré a una de las dos tentaciones, pero la edad me ha enseñado a no mezclarlas. Nunca me han gustado los combinados.
Cae la noche. Abro la puerta, conecto con el otro mundo, avanzo, cambio de marcha y sigo adelante, cada vez a más velocidad, los personajes se cruzan por las calles vacías, no hay freno, la vida sigue y yo la estoy escribiendo.
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