La otra tarde iba paseando por una de esas calles peatonales por las que apenas hay coches. Al pasar por delante de una agencia de ... viajes, me quedé plantado delante del escaparate contemplando las imágenes de los distintos lugares del mundo que aparecían en una pantalla. Vi imágenes de Egipto, Roma, Estambul, Nueva York, Costa Rica, París; hasta que el leve sonido de un claxon me despabiló del ensimismamiento. Me eché a un lado y pedí disculpas al taxista que sonrió después de haber aguardado pacientemente a que comenzaran a repetirse de nuevo las imágenes para pedir paso. Tras el taxi iban otros coches que también habían permanecido quietos y en silencio mientras yo miraba con gran atención y curiosidad el escaparate, como si aquella pantalla presagiara el destino. Nunca había sentido una atracción tan poderosa por los anuncios de las agencias de viajes. Me trasladé a cada uno de los lugares que salían en la pantalla. En pocos segundos iba de un extremo a otro del planeta. Fue como soñar despierto, hasta que el taxista me hizo volver a la realidad.
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Después continué el paseo dejando libre el centro de la calle para permitir circular a los vehículos que realizan viajes cotidianos y nos llevan a destinos tan próximos que no los tenemos en cuenta. Entonces evoqué los pequeños viajes que realizo todos los días. Pensé en el paisaje que hay nada más salir de casa como si lo viera por primera vez. El mar que se funde con el cielo en el horizonte. ¿Cuántos amaneceres he visto sin detenerme a pensar que esa visión no va a ser eterna? ¿Cuántas veces la luna me ha dejado hipnotizado? No hay una puesta de sol igual en ningún lugar del mundo. Estoy hablando de instantes mágicos en los que el tiempo se detiene y la belleza de la luz eclipsa los pensamientos.
Llevo unos años viajando sin moverme de la ciudad. Los últimos días de calima, miraba a través de la ventana las manchas de polvo cubriendo las fachadas de los edificios y las hojas de los árboles. Las marcas de nuestras huellas en las aceras. Oía a la gente exclamar asombrada que estábamos en Marte. Ahora regreso a ese lugar que mencioné al principio, esa línea difusa donde se juntan el cielo y el mar. Viajo con la mirada hasta llegar al desierto del Sahara. Me convierto en una partícula de arena en medio del aire en suspensión. Así voy de un lado al otro hasta perderme en la órbita celeste. Los pensamientos también viajan y nos llevan consigo. No hace falta salir de casa. Dejo atrás el horizonte y dirijo la vista a la pantalla del ordenador que tengo delante para consultar precios de vuelos y hoteles. Me pongo en marcha, ya falta poco para despegar.
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