Lalia González-Santiago
Contra el malismo
La primera vez que alguien descalificó como «buenista» un argumento mío giré las antenas. Tenemos desarrollado un sexto sentido para adoptar 'palabros', por tal de ... aparecer siempre bien informados. Entendí que quería decir que era ingenuo, utópico, simplista, bienintencionado pero irrealizable. Me quedó el regusto de que, al fin, me había delatado. Siempre he pensado que me tocaba ser buena porque me falta inteligencia para ser mala y por tanto, lo de 'buenista', algo deleznable según los repartidores de credenciales, era un terrible, e irremediable, defecto de mi carácter.
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Por principio, los periodistas consideramos que las buenas noticias no son noticia, luego es preciso escarbar en la maldad para sacar contenidos. Siempre se cuenta que en Japón se creó un medio que solo publicaba informaciones positivas y quebró enseguida.
Esto de lo malo como paradigma de la vida se ha extendido. En especial a la política, con su poder prescriptor, pero también a otras profesiones. Molan los matones, triunfan aquellos a los que rodea un aura de perversidad, de capacidad para dañar. Todo menos conceder un guiño, aceptar un argumento de otro, ceder el paso.
Sin embargo, es una representación falsa de la vida común y corriente, que, a fuerza de no ser noticia, o norma de conducta 'mainstream', corre el riesgo de quedar como una reliquia arqueológica. Allá fuera, en la realidad de la gente corriente, la vida se disfruta, se hacen favores, se es generoso, se preocupa uno de otro, se ama, se alcanzan acuerdos, se concede la razón al que la tiene, hasta se perdona.
«Siempre he pensado que me tocaba ser buena porque me falta inteligencia para ser mala»
Incluso si tienen ese punto de imposible, o de falsa solución, las ideas 'buenistas' encierran un fondo de aspiración, de ideal. Un punto de fuga al que conviene aferrarse para construir consensos básicos de civilización que contengan a las bestias. Veamos el caso de Trump, el más claro y evidente: su discurso machista, racista y xenófobo cala en gente de toda condición, que se siente legitimada para dar rienda suelta a odios viscerales que se ha tardado años en corregir. Entre nosotros es un peligro similar la demonización de la inmigración por parte de ciertos políticos.
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A pesar de esta visión matonista de la vida, lo cierto es que «la bondad sostiene el mundo». Sin ella «la oscuridad inundaría» éste y lo «precipitaría en el caos abismal». Lo dice Josep María Esquirol en su magnífico ensayo 'La penúltima bondad', donde defiende todo lo que está contracorriente: el 'sentir inteligente', la generosidad sin más fundamento que ella misma, la felicidad de la alegría, la pasión de pensar. Cita la monumental 'Vida y Destino ', de Vasili Grossman: «Son las personas corrientes las que llevan en sus corazones el amor por todo cuanto vive. Aman y cuidad de la vida de modo natural y espontáneo. Al final del día prefieren el calor del hogar a encender hogueras en las plazas».
Frente a ellos, los matones no engañan. Se pongan como se pongan, se ve que en el fondo solo son pobres hombres.
Juan José Téllez
El buen sentido de la palabra bueno
Harry el Sucio sigue de moda. Muerto y enterrado Rousseau, el ser humano ya no es bueno por naturaleza sino que una horda de frikis de la mala baba inundan las tertulias, los taxis, las paradas de autobús, los chats de internet y otras tribunas públicas poniendo a caer de un burro a aquellos que contemplamos la realidad desde el viejo ideal machadiano que reivindicaba el buen sentido de la palabra bueno.
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Buenistas, nos llaman. También bambis, mientras ellos asumen la testosterona del cazador que se carga a la madre del cervatillo en el clásico de Disney. Buenistas, a mucha honra, en la defensa de los derechos civiles y de los derechos humanos, en la conquista de la libertad, igualdad, fraternidad, esas pamplinas, ya saben. Los partidarios del buenismo tendríamos naturalmente nuestros antagonistas en las filas del malismo, cuyo santo patrón debiera ser Donald Trump que estás en los twiters.
He ahí a los malistas, los que aplauden que cierren puertas y puertos a los inmigrantes y al mismo tiempo reclaman que no haya fondos de cooperación para países a dos velas y a los que facilitamos en cambio armas y tiranos a buen precio. La gente de oración diaria que cree que la policía no hace lo suficiente por expulsar a los sin techo de los cajeros del banco. Los que contemplan la foto de un niño muerto en una playa y sueltan que de haber sobrevivido en veinte años sería un yihadista. Los que llaman feminazis a las feministas y ponen el acento en que una mujer mató a un hombre y no en las veintiséis mujeres asesinadas por el machismo este año. Aquellos que proclaman que los parados no deberían contar con subsidio con tal de que suplicaran trabajo aunque fuese pagando. Los patriotas que no pagan IVA, los que dudan del cambio climático y consagran el sagrado dogma de la contención del déficit. Aquellos que están en contra de los impuestos pero luego se quejan de la educación y de la salud pública o proclaman su libertad para escoger colegio y médico privados, pero con subvención estatal. Los que vociferan contra los gays por sentirse orgullosos cuando debieran, como toda la vida de Dios, mostrarse avergonzados por ser mariquitas. Los que, quizá porque su propia alma ya haya muerto, no consideran prioritario sacar a Franco del Valle ni darle sepultura digna a sus caídos.
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«Los peores son los malistas de baja intensidad, los domésticos, las viejas del visillo, los de la tiña»
Los peores, sin embargo, son los malistas de baja intensidad, los domésticos, las viejas del visillo, los de la tiña. Los que van por la vida como en un 4x4, los que sospechan que si han contratado a su cuñado en una multinacional es sólo porque es amigo del alcalde. Los que creen saber de buena tinta que el que ha estropeado la cerradura del portal es el moro que vive en el sexto y no el pijo torpe del segundo be. Los que inventan un alias y se dedican a vilipendiar desde el libelo milenial del ciberespacio. Por ejemplo.
Frente a Harry el Sucio, alegrémonos el día con aquellos buenistas que creen que nadie tiene la razón todo el tiempo pero que merece la pena defender el derecho a expresar cualquier idea. Incluso la de los malvados.
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