El Don apacible
Ahora que las fronteras están cerradas paso la mayor parte del tiempo dedicado a viajar con la imaginación
Ahora que las fronteras están cerradas paso la mayor parte del tiempo dedicado a viajar con la imaginación. No me supone ningún esfuerzo, estoy acostumbrado. ... Visito países que no aparecen en los mapas, ciudades desconocidas y aldeas tan pequeñas que casi nadie las encuentra. Me cruzo por las calles con personajes anónimos, les pongo nombre e invento historias sobre ellos que algún día quizá se vuelvan reales en la ciudad de papel. El pasado lunes, una mujer que nunca había visto antes se sentó a mi lado en un banco del Parque y dijo con voz fatigada: «La constructora en la espalda me provoca mucho dolor en el brazo», y se agarró el hombro intentando aplacar el sufrimiento. La 'constructora' no es una errata que yo haya cometido sino la palabra que pronunció en lugar de contractura. La mujer transmitía auténtico agotamiento y barajé una serie de causas que podían provocar el cansancio. Entonces imaginé la relación que mantenía con el marido, las horas que los dos pasaban en casa sin cruzar palabra y la dichosa contractura que le impedía pensar en otras cosas.
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La semana anterior fui paseando con Pedro Molina Temboury desde el Rincón hasta La Araña y al llegar a la fábrica de cemento recordé lo que dijo Rosa Regás cuando la llevé a que conociera el escenario de mi novela 'El cuarto de las estrellas' que esa misma tarde ella iba a presentar. «¡No te has inventado nada!», exclamó asombrada. Rosa creía que La Araña era un territorio de ficción que cobraba vida en la novela, nunca imaginó que realmente existiera un lugar tan singular y fantástico. La literatura y la vida a menudo se confunden. Rosa, Pedro y yo compartimos aficiones que nos hacen cómplices. Nos atrae viajar, la vida al aire libre, las sobremesas, el cine, la literatura. La afinidad por conocer otros mundos fue la que nos congregó por primera vez a los tres hace ya bastantes años para hablar sobre literatura de viajes.
Ahora ando buscando dónde instalarme para escribir la próxima novela. Qué lugar elegir para pasar una larga temporada, probablemente años. Lo malo de la novela es que cuando terminas de construir la casa que tanto anhelabas tienes que abandonarla y empezar otra nueva. Doy vueltas a la esfera terrestre, me detengo un instante y vuelvo a girar la bola del mundo buscando el enclave más idóneo para desarrollar la historia. Un punto en el mapa mudo. Hasta que finalmente encuentro el sitio perfecto para empezar una nueva vida sin necesidad de abandonar el hogar. La mansa y caudalosa fantasía no conoce límites ni fronteras, las ilusiones tampoco. A partir de este instante la imaginación navegará conmigo a través del río apacible de la vida. Voy atento, o hacia las dos orillas y elijo a los compañeros de viaje.
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