Haizea, de ocho años, y su hermano Ekain, de diez, son hijos de la abogada donostiarra Nora Lizarza, quien vive en París desde 2002..

«Mamá, ¿qué es el terror?»

Psicólogos y profesores preparan un plan para explicar los atentados a los niños en París

Francisco Apaolaza

Domingo, 22 de noviembre 2015, 00:35

Los únicos que se salvaron de la masacre de París fueron los niños. A falta de una confirmación oficial, la suerte quiso que en ninguno ... de los lugares de los ataques hubiera criaturas. Otro asunto muy distinto es que toda esa onda expansiva de barbarie, de sangre, de miedo y de cristales rotos no les haya rozado; no les haya manchado. Así les ha intentado explicar Francia lo inexplicable.

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Haizea, de ocho años, mira el monumento de La République y los tenderetes de las televisiones desde una mirada limpia, seria, serena y azul. En el monumento a la resistencia del pueblo de París, ella y Ekain, su hermano, de diez años, son un reducto de inocencia en el escenario del horror, por eso tal vez los parisinos los miran fijamente, como si quisieran recuperar los terrenos perdidos de alguna dulzura, recordar quizás tanta ingenuidad perdida. Haizea tendría que haber estado en el Stade de France el viernes, pero su tío no pudo llevarla al partido. «Lo veía por la tele con su hermano y escucharon una explosión. ¿Qué es eso?, preguntaron. Su padre les dijo que habían tirado un petardo, que a veces esas cosas pasaban. Después nos dimos cuenta de que no», explica Nora Lizarza, una abogada donostiarra de 43 años que vive en París desde 2002. El sábado, en la familia tuvieron que enfrentarse a lo obvio: había pasado algo y había que contárselo. «Les dijimos que teníamos que hablar. Que habían sucedido unos ataques contra París, que habían sido unos terroristas que lo hicieron por su religión. Les contamos que era la religión de algunos de sus compañeros y que la habían entendido mal».

«Me sentí triste. Era algo malo», recuerda Haizea. Se metió en su habitación y dibujó con su hermano mayor una postal: una bandera tricolor, dos corazones y un Vive la France. Preguntó que a dónde se enviaba y el domingo sus padres los llevaron a la plaza de La République a entregar ese enorme regalo. «Cantamos La Marsellesa y gritamos Nous sommes le peuple (somos el pueblo)», recuerda Ekain. A sus diez años, se estaba enfrentando al destino de un país. Un poco después de que entregaran su mensaje, en esa misma plaza se vivieron momentos de pánico, con cientos de personas corriendo, tirándose al suelo y cayendo sobre las velas encendidas. Los padres corriendo con sus hijos en brazos y las sillitas fueron también la parte frágil de la escena. Pensado con frialdad, pasear a un bebé en esas áreas era llevarse un huevo a un partido de rugby.

Capital del miedo

Los escenarios ametrallados de los ataques hubieran sido «demasiado impacto» para los hijos de Nora, pero en la mañana del domingo se comenzaron a ver coches de niños circulando por la capital del miedo. Muchos consideraron ese paso fuera de la seguridad recomendada del hogar como un imperativo, casi como un deber ciudadano y esas cosas en Francia se toman muy en serio. «Creo que tienen que ponerse delante del mundo en el que les ha tocado vivir». Gilson, un empresario de 39 años, pensó en sus dos hijos de 7 y dos años cuando el viernes noche vio entrar a una mujer en su calle y desmayarse agarrándose el vientre ensangrentado. El domingo, después de todo un día en casa, decidió sacarlos a la calle y acercar una flor a la valla del cerco policial sobre Bataclan, en Boulevard Voltaire. Fueron de los primeros en atreverse a salir.

En dos días, Francia organizó muchas cosas, y entre ellas estaba la manera en la que contarían la barbarie a sus ciudadanos más jóvenes. El lunes, el Estado envió a los colegios equipos de psicólogos para que hablaran con los alumnos y asesoraran a los profesores. El dispositivo fue más fuerte en los lugares cercanos a los sucesos del viernes. El país había aprendido la lección de episodios pasados: en Madrid, diez años después de los atentados del 11 de marzo de 2004, la Comunidad de Madrid confirmó que una generación entera de madrileños estaba tocada por los atentados de los trenes y que conservaban las cicatrices de lo vivido, como si hubieran sufrido un shock postraumático en su conjunto.

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¿Cómo evitarlo? Los expertos recomiendan hablar del asunto con los niños, evitar dramatizaciones de lo sucedido y mantener una vida dentro de los cánones de lo cotidiano; no salirse del guión y controlar las muestras de temor. Los pequeños son más sensibles a la angustia de sus seres cercanos y a cómo lo viven, que a los hechos en sí. Las imágenes en bucle de las escenas de la carnicería en las televisiones y los comentarios de los informativos pronunciado en lenguaje adulto resultan incomprensibles para ellos. Las recomendaciones invitan a que se den las explicaciones oportunas de una manera calmada, con palabras y no con imágenes, y en el contexto de la familia.

En toda Francia, la primera hora de clase del lunes se dedicó a explicar lo sucedido y se hizo sin paños calientes. «No sabíamos lo que era un kamikaze», explica Ekain. «Nos explicaron lo que eran los chiíesy los suníes y otras cosas. Después hicimos preguntas todos y eso duró mucho tiempo. Los profesores nos dijeron que habíamos hecho algunas observaciones muy buenas». Ekain preguntó por qué habían hecho homenajes a los muertos el viernes en París y no a los muertos en el avión ruso que cayó en Egipto, un suceso que ya conocía antes del viernes.

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Los niños franceses están curiosamente informados de la actualidad. Hay varios medios de comunicación que están dedicados a explicar la actualidad a los jóvenes. Le Petit Quotidien sacó a la calle ese fin de semana una edición especial sobre los atentados con preguntas y respuestas que incluyen los suicidios, la elección de objetivos, la locura, el extremismo religioso, el duelo nacional, el contexto internacional y los apoyos de otros países que recibe Francia y las condiciones del estado de emergencia.

Pese a todos los esfuerzos, la sinrazón deja huecos vacíos difíciles de llenar. «Mamá, ¿qué es el terror?», preguntaba el lunes frente a las velas de La République Anne Lapeyre, a sus cinco años de edad. En ese momento, Caroline, su madre, solo llegó a arquear las cejas y a sostener una lágrima en el alero de sus pestañas: «Cariño, hay gente que quiere hacer el mal a los demás».

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