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Román Gubern ha publicado 42 libros.

«Franco robó mi juventud»

Intelectual lúcido, Gubern recuerda los años «hedonistas y creativos» de la Gauche Divine y critica que ahora el poder lo ejerzan las élites financieras

césar coca

Martes, 4 de noviembre 2014, 00:54

Román Gubern (Barcelona, 1934) nació en el seno de una familia de la alta burguesía catalana, vivió en Francia e Italia durante la Guerra Civil, sufrió una condena a trabajos forzados mientras estaba en la mili y estuvo a punto de desertar, fue uno de los promotores de aquel grupo renovador y lúdico al que llamaron la Gauche Divine, dirigió colecciones de cromos de Bruguera, militó en el PSUC, repartió panfletos a la entrada de la fábrica de Pegaso, impartió clase en California y vivió la explosión del movimiento hippy y la contracultura, asesoró al Vaticano, ha publicado 42 libros, ha sido guionista, director y hasta actor ocasional.

La suya es una vida tan repleta como el estudio en el que se pasa el día trabajando, ubicado en la parte alta de Barcelona, en el que ya no cabe ni un libro más. Los volúmenes se agolpan en las estanterías y apenas hay sitio para una mesa, dos ordenadores y una colchoneta que usa para dormir una breve siesta cada tarde sin necesidad de irse a casa. Pero en la biografía de uno de los principales intelectuales que ha dado este país en el último medio siglo existe una gran carencia que confiesa con amargura: «Siento que Franco robó mi juventud. Es la época del placer y la sexualidad y a mi generación nos la hurtaron. No lo perdono, ni lo perdonaré nunca».

Su familia estaba relacionada con la alta burguesía profesional y financiera. No tendría una infancia difícil.

No crea, tuve la mala suerte de una familia partida en dos. Mi abuelo paterno era catalanista, amigo de Lluís Companys, y había sido el primer presidente del Tribunal Superior de Cataluña.En la familia de mi madre eran banqueros y fascistas. He llegado a preguntarme cómo debió de ser el noviazgo de mis padres, de qué hablarían.

Al empezar la guerra se trasladaron a Francia. ¿Qué sucedió?

Nada más comenzar el conflicto, a mi padre lo detuvieron unos de la FAI cuando iba por la calle. Por suerte, un acomodador del Liceo, que lo conocía, lo vio todo y avisó a la familia. Intervino Companys y lo salvaron de milagro. Parece que fueron a por mi padre porque se les había escapado mi abuelo, que se negó a firmar unas penas de muerte de unas personas a las que ellos ya habían fusilado, y acto seguido se fue a Marsella. Tras lo de mi padre, seguimos sus pasos, como tantos otros miembros de la burguesía catalana.

¿Regresaron pronto?

De Marsella nos fuimos a San Remo, según me dijeron porque era más barato, y cuando empezó a verse que Franco iba a ganar la guerra nos instalamos en Biarritz, con otros muchos exiliados. El día que pasamos la frontera, mi madre me dijo que saludara a unos falangistas que vimos y yo lo hice, por la costumbre, levantando el puño izquierdo. Vivimos un año o algo más en San Sebastián. Yo estuve empadronado y allí vi mi primera película.

Luego volvieron a Barcelona.

Sí, y fuimos a vivir a la casa de mi abuelo fascista, que era rico. El otro no pudo regresar hasta 1942, después de haber recurrido a todo tipo de influencias, incluida la Iglesia. Le pusieron una multa y le prohibieron ejercer. Mi abuelo se convirtió en la viva imagen de la derrota.

Usted estudió Derecho, pero eso no le gustaba nada. ¿Por qué lo hizo, entonces?

Mientras estaba en Bachillerato, hice un curso de Electrónica por correspondencia. Aquello me gustaba mucho. Luego, el director del Instituto Psicotécnico de la Diputación, que era un organismo que asesoraba sobre carreras y futuro laboral, me desaconsejó que estudiara Ingeniería de Telecomunicaciones, porque, me dijo, era una carrera que no tenía ningún futuro. Al final, estudié Derecho, como habían hecho mi padre y mi abuelo, sin ningún interés.

La libertad se llama París

Estando en la mili, un día cometió «la tontería de escribir a una amiga suiza contándole lo que había sucedido en algunas huelgas de aquellos días». La carta fue interceptada y solo algunas maniobras de su familia frenaron el consejo de guerra que querían montarle. «Estuve mes y medio en el calabozo y me condenaron a un año de trabajos forzados en los Pirineos». Gubern cierra los ojos lo hace muchas veces durante la entrevista, como si estuviera repasando escena por escena la película de su vida y recuerda la depresión sufrida durante ese tiempo. Estaba muy cerca de la frontera de Francia, apenas a unos centenares de metros, y pensó seriamente en desertar. Finalmente no lo hizo. Ycuando regresó a casa se enfrentó a la dura realidad de la vida laboral.

En 1956 murió mi padre y uno de mis tíos, un falangista, había hecho un desfalco y la Banca Garriga-Nogués fue absorbida por Banesto. Habíamos dejado de ser ricos y tuve que ponerme a trabajar en una gestoría con otro de mis tíos. A mí aquello me aburría tremendamente.

Nada que ver con el cine, que ya le entusiasmaba.

Estando en la Universidad me había convertido en director del cine-club del SEU(Sindicato de Estudiantes Universitarios). Muchos años después supe que el SEU había sido objetivo preferente de lo que se llamó el entrismo, la penetración de gente del PCE en todos los ámbitos de la vida social. El entonces jefe nacional del SEU era del partido... Yo aún no me había hecho del PCE, pero desde luego era antifranquista. Fui un niño del franquismo con todas las de la ley, contradicciones incluidas.

Alguna vez ha dicho que conoció lo que era la libertad durante una estancia en París.

En el verano de 1958 hubo un encuentro de cine-clubes en París, así que reuní mis ahorros y me fui. Tenía la intención de quedarme si encontraba un trabajo y como hablaba inglés y francés me ofrecieron un modesto empleo como administrativo en la Unesco, en la preparación de una asamblea. Eso me permitió vivir un año en París. Fue la decisión más inteligente que he tomado en mi vida.

¿Tanto le impresionó?

La sensación de libertad que sentí allí era extraordinaria. Vivía muy modestamente, en una chambre de bonne (una buhardilla), pero el ambiente era increíble. Me pasaba el día en la cinemateca: llevaba un bocadillo y a lo largo de la tarde veía tres películas.

Muy distinto de lo que sucedía por aquí, como aquella esperpéntica historia que le ocurrió en un taxi...

Sí, tendría ya veintitantos años e iba en un taxi con una chica. Empezamos a besarnos y el taxista amenazó con llevarnos a la comisaría. Eso ocurría muy a menudo. La juventud es la etapa de la alegría de vivir, del sexo, del placer... y a mi generación nos lo quitaron. No lo perdono ni lo perdonaré.

Pero volvió a Barcelona. ¿Por qué?

Volví para la boda de mi hermano, me propusieron algunas cosas relacionadas con el cine, un documental sobre la Costa Brava... quedé atrapado y no regresé.

Distintas militancias

Antes de adentrarse de forma profesional en el estudio del cine, Román Gubern conoció de primera mano el mundo editorial. Los proyectos audiovisuales de los que habla le dejaron endeudado y gracias a la recomendación de un pariente entró en la editorial Bruguera, el gran sello del cómic, la novela ilustrada y los coleccionables. «Ocupé el puesto de responsable de cromos y fue un trabajo en el que aprendí muchísimo de cultura de la imagen». «Conocí allí a Corín Tellado», dice sin asomo de ironía. También escribió textos de encargo, que firmaba con seudónimo. Ysupo lo que era la censura. Recuerda dos anécdotas al respecto:el libro de Historia de las Religiones que hizo con un tono abiertamente divulgativo, en el que le obligaron a añadir que «Jesucristo era hijo de Dios»;y un volumen de la traducción de la enciclopedia Larousse él escribió y editó la parte del cine que hubo de ser retirado de las librerías porque una errata había convertido a «Pablo, apóstol de los gentiles» en «Pablo, apóstol de los genitales».

Diez personajes en busca de película

  • El mayor especialista español en historia del cine acepta participar en un juego el de asignar un personaje de una película clásica a diez protagonistas de la vida política y social de los que todos los días salen en los periódicos. Estas son sus respuestas.

  • ¿En qué personaje ve a Mariano Rajoy?

  • El banquero de Qué bello es vivir.

  • Artur Mas.

  • El alcalde de Bienvenido Mr. Marshall.

  • Oriol Junqueras.

  • El doctor Jekyll.

  • Esperanza Aguirre.

  • Cualquiera de las protagonistas de Las que tienen que servir.

  • Rodrigo Rato.

  • Mister Arkadin.

  • Iñaki Urdangarin.

  • El papel interpretado por Orson Welles en El tercer hombre.

  • Ana Mato.

  • La tía Tula.

  • Pep Guardiola.

  • El personaje que hizo Sterling Hayden en Atraco perfecto.

  • Mercedes Milá.

  • La Sarita Montiel de El último cuplé.

  • Ana Botín.

  • El personaje de Bette Davies en Jezabel.

Su experiencia de militancia política no fue muy positiva. ¿Por qué?

En París había tenido algunos contactos con comunistas. Al regresar a Barcelona, me hice del PSUC, a través de Ricardo Bofill. Nunca fui marxista, pero eran los únicos que hacían oposición de verdad. Recuerdo que repartí panfletos a la entrada de la fábrica de Pegaso. Me temblaban las piernas. El desencanto llegó pronto.

¿Qué lo desencadenó?

Fueron episodios que me traumatizaron políticamente:Mayo del 68 en París era una revolución, pero el PCF y los sindicatos comunistas firmaron unas mejoras salariales porque no querían esa revolución. Yluego, los tanques soviéticos en Praga ese mismo año. Ambas cosas me dejaron descolocado. Dejé de ir a las reuniones de célula y un tiempo después me enviaron a una emisaria para preguntarme por qué. Seguí colaborando algo, fue un alejamiento suave.

A cambio se hizo usted de otro grupo mucho más divertido: la Gauche Divine.

Fue una élite modernizadora y antifranquista:estábamos arquitectos, editores, cineastas, escritores... Teníamos mucha relación con Francia y también íbamos mucho a Londres, que entonces era los Beatles, Mary Quant y tantas cosas.

Se les acusó de frívolos. ¿Comparte esa apreciación?

Frívolos pero responsables. Había hedonismo, porque además coincide en esos años la llegada de la liberación sexual que supuso la píldora, pero también una gran ética del trabajo. No es casualidad que se crearan las editoriales Anagrama y Tusquets y que se reconvirtiera Lumen.

Pero usted se fue a EE UU. ¿Por qué?

Jaime Camino me animó a pedir una beca y me la dieron para ir al Instituto Tecnológico de Massachuset (MIT). Llegué en 1971, en un momento de enorme cambio. La zona de Boston era el centro de la contracultura y las comunas hippies.

Sueños y reformas

Gubern rejuvenece, literalmente, al recordar aquel tiempo en el campus de Cambridge. Y se ríe abiertamente cuando cuenta cómo durante dos semanas vivió en algo parecido a una comuna jesuita. «No me enteré de que lo era hasta que me marché a un piso. No me lo podía creer, porque hacían una vida de estudiantes de la época, salían con chicas...». Al acabar su estancia en la costa este le ofrecieron dar un curso sobre cine europeo en California. Siguió enseñando de costa a costa, aunque eso le supuso romper con una novia que tenía en Barcelona ante la imposibilidad de mantener una relación a miles de kilómetros. Cuando murió Franco, regresó porque «tenía el imperativo moral de estar aquí».

Así empezó su carrera universitaria en España, pero luego vivió una temporada en Roma, donde dirigió el Instituto Cervantes y terminó harto.

Acepté el nombramiento porque Terenci Moix me dijo que su estancia en Roma había sido la etapa más feliz de su vida. Pero fue un error: tuve que soportar una burocracia enorme, una absoluta ineficacia administrativa, así que cuando se inauguró presenté la dimisión y volví a la Universidad. Lo único divertido de mi estancia allí fue que me llamaron del Vaticano para formar parte de una comisión con motivo del centenario del cine.

¿Por qué fue divertido?

Frecuenté mucho el Vaticano, que es como el castillo de Kafka. Tuve interesantes almuerzos con cardenales:una vez pregunté a uno por Juan Pablo I y me contestó que creía que el Espíritu Santo se había equivocado porque su personalidad no era la adecuada para un Papa. Pero luego, añadió, el Espíritu Santo corrigió su error.

Ha publicado más de cuarenta ensayos y, al margen de algunos guiones, solo un libro de ficción. ¿No le ha tentado la novela, convertirse en el Umberto Eco español?

Escribí Máscaras de la ficción sobre los grandes arquetipos de la ficción. Yen ese otro libro de ficción del que habla me planteé contar la historia de Carmen en primera persona. Fue un experimento divertido. Pero es cierto que ahora me planteo qué puedo escribir. Estoy en un momento de crisis por ello y he pensado en el ejemplo de Eco, quien creo que se dio cuenta de que en el ámbito d la teoría ya tenía poco que decir, después de todo lo dicho, y optó por la ficción.

¿Cómo ve Cataluña?

Pertenezco a una generación que aún recuerda que los antifascistas catalanes lucharon codo con codo con los leoneses, madrileños, gallegos... Y en la resistencia contra Franco estábamos personas de muchos lugares. Eso crea unas soldaduras ideológicas. Si hubiese nacido en los ochenta y en la escuela me hubiesen contado las cosas que se han contado durante estos últimos años, lo vería distinto.

¿Cree que el mapa de España tendrá distintos límites dentro de digamos diez años?

He vivido en EE UU, que es un estado federal donde las normas son muy distintas de un estado a otro. A mí la solución federal me parece aceptable. Me contentaría con que fuera eficaz. Lo que me parece mal es que dos asociaciones privadas, que se mueven con dotaciones muy generosas de dinero público, sean los motores del cambio. Es éticamente injusto.

¿Qué reforma le gustaría ver?

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