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carlos benito
Domingo, 19 de octubre 2014, 02:38
Suena a recochineo, pero el lugar del planeta donde mejor se vive no podría quedar más lejos de España. Bueno, un poquitín más lejos sí, porque nuestras antípodas exactas se sitúan en Nueva Zelanda, pero ciertamente Canberra nos pilla bastante a desmano, a 17.500 kilómetros en línea recta de Madrid, como resaltando que el bienestar máximo es una condición distante y ajena. Los responsables de atribuir esa distinción a la capital australiana son los analistas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que han clasificado 362 regiones de 34 países en función de nueve parámetros: la renta, la educación, el trabajo, la seguridad, la salud, el medio ambiente, la vivienda, el compromiso con lo público y el acceso a internet. Los mejores registros han correspondido al llamado Territorio de la Capital Australiana, la pequeña autonomía donde se ubica Canberra, allá en el otro extremo del mundo.
Los primeros sorprendidos por este resultado han sido los australianos, incluido un buen número de residentes en Canberra. Hablamos de una ciudad singular, que se planificó a principios del siglo XX para servir de capital al país: como la disputa entre Sídney y Melbourne amenazaba con eternizarse, las autoridades decidieron levantar una ciudad nueva en este espacio entre montañas, un anfiteatro natural a unos 150 kilómetros de la costa. En el concurso internacional convocado para diseñarla se impusieron los Griffin, Walter Burley y Marion Mahony, un matrimonio de Chicago que trazó un plano repleto de motivos geométricos, quizá más bonito para verlo que para habitarlo. Parte de sus ideas nunca se llevaron a cabo y, de hecho, algunas de sus aportaciones más importantes tardaron lo suyo en convertirse en realidad: el lago artificial Burley Griffin, corazón de su propuesta, no estuvo terminado hasta 1964.
Hoy, con algo más de 381.000 habitantes, Canberra es la octava localidad más habitada de Australia, pero su apariencia difiere bastante de nuestra idea de capital. Se extiende por una superficie de 815 kilómetros cuadrados como dos tercios de Nueva York, para solo un 4,5% de su población y sus barriadas residenciales se intercalan con espacios de naturaleza virgen, como un muestrario del mítico bush australiano. En Canberra están el Parlamento, la Corte Suprema, el Memorial de la Guerra, el Museo Nacional, la Galería Nacional, múltiples agencias federales y dos universidades, en una aglomeración institucional que da lugar a que el 34% de los puestos de trabajo corresponda al sector público. Esta peculiar sociología, por supuesto, repercute en los resultados del estudio de la OCDE, donde Canberra obtiene resultados arrolladores en materias como seguridad, compromiso con lo público, renta o empleo: el paro se sitúa en el 4,6%, la menor tasa de Australia, aunque también hay que tener en cuenta que Tasmania, en el extremo malo de la tabla, ronda el 7%.
En otras partes de Australia se preguntan estos días si el bienestar se puede reducir a estos parámetros, sin considerar cuestiones como el frío helador de julio la temperatura mínima media durante ese mes es de cero grados o el aburrimiento que se adueña de la ciudad desparramada en cuanto cae la noche. El alcalde de Melbourne ha reaccionado con ironía a la noticia de que Canberra sea el mejor lugar para vivir: «¡Era el secreto mejor guardado del mundo! ¡Ninguno de nosotros lo sabía!», ha dicho. Y un columnista de prensa empezaba así su valoración del asunto: «Canberra no es, como podría pensarse, un erial desolado de barrios deprimentes salpicados de monumentos caros, lagos falsos, megatiendas de pornografía, praderas infestadas de serpientes e interminables y confusas rotondas».
Australia arrasa
De las seis regiones que han obtenido los mejores resultados en el estudio de la OCDE sobre el bienestar, cinco son australianas. Por este orden, Canberra, Australia Occidental, Queensland, Nueva Gales del Sur y Victoria. Solo New Hampshire (Estados Unidos) se cuela entre ellas, en el tercer puesto de la lista.
De País Vasco a Andalucía
País Vasco es la región que se coloca en un lugar más destacado (el 111, de un total de 362), mientras que Andalucía es la más rezagada (242). España obtiene sus mejores notas en seguridad y sanidad y, entre los 34 países examinados, ocupa el puesto 21. La OCDE destaca que, entre el País Vasco y Andalucía, existe la misma diferencia en la formación de los trabajadores que entre Suecia y España en su conjunto.
En la cola
México se sitúa el último de los 34 países de la OCDE. Los diez puestos de cola en la clasificación por regiones están ocupados por estados mexicanos.
1.100
españoles, aproximadamente, residen en Canberra, donde funcion el Club Hispano-Australiano.
Lo de las rotondas canberranas es una obsesión muy extendida entre los demás australianos, que suelen tirar rápidamente de ese tópico y de la hiperpoblación de burócratas y políticos cuando quieren menospreciar su capital, pero no solo los vecinos maliciosos difunden impresiones negativas de la ciudad. El escritor estadounidense Bill Bryson, que dedicó un libro a Australia, se despachaba así: «Mi único consejo, si vais alguna vez a Canberra, es que no dejéis vuestro hotel sin un buen mapa, una brújula, provisiones para varios días y un teléfono móvil con el número de un servicio de rescate. Yo caminé dos horas por barrios verdes, agradables, interminablemente idénticos, sin la seguridad de no haber estado dando vueltas en un gran círculo». Eso sí, lo que nadie discute a Canberra, aunque haya tenido un peso menor en la clasificación de la OCDE, es ese privilegio de la naturaleza que rodea la ciudad y se cuela con audacia en su interior: nunca se llegó a cumplir el plan de los Griffin de cubrir de flores de distintos colores las colinas que rodean la ciudad, pero panorámicas como la de Tidbinbilla nevada no dejan indiferente a nadie.
Tres euros el café
«Yo mantengo una relación de amor-odio con Canberra. Como ciudad para divertirse no me gusta, pero... ¡llevo viviendo casi 45 años en ella! Canberra es una ciudad cómoda y poco complicada, buena para crear una familia y todo lo que eso conlleva. Pero también se suele decir que s una ciudad sin alma: todo es previsible, no estimula la imaginación sino la continuidad de la rutina», reflexiona el malagueño Juan Rodríguez, que preside el Consejo de Residentes Españoles de Canberra. Juan se jubiló hace un par de años de su último empleo, como educador en una escuela secundaria, y antes estuvo trabajando de funcionario del Gobierno australiano durante dos décadas: fue, por ejemplo, gerente de su pabellón en la Expo 92. Ahora vela por los intereses de la colonia española en Canberra, unas 1.100 personas que han ido llegando desde finales de los 50: últimamente anda muy preocupado por el problema de los emigrantes de primera generación, a quienes la vejez borra muchas veces de la memoria el poco inglés que aprendieron.
Juan relativiza la fama de ciudad cara que arrastra Canberra: «Lo es con respecto a ciudades europeas, pero no tanto con respecto a otras ciudades australianas. Hay que tener en cuenta que tiene el sueldo medio más alto de Australia: un profesor de secundaria con, digamos, siete años de experiencia cobra unos 60.000 euros al año. Un café cuesta unos tres euros y una casa normal en un barrio normal sale por más de 300.000». Y destaca la renovación continua de la población: «Aquí todo el mundo es nuevo, Canberra sigue atrayendo a personas de fuera».
Una de esas personas es Macarena de la Vega, que todavía contempla la capital con los ojos ávidos del recién llegado. La joven madrileña se estableció allí hace dos meses, para hacer su tesis de Historia de la Arquitectura en la Universidad de Canberra. Está viviendo en el barrio de Belconnen, en casa de una chica de Tasmania que trabaja de funcionaria y le cobra unos 500 euros al mes, y ya ha descubierto algunas maravillas inesperadas de su nuevo entorno: «Lo que más me gusta es poder ir a la Universidad y a casi cualquier sitio andando y encontrarme canguros que comen césped tranquilamente. La naturaleza invade la ciudad y se puede salir de casa con las botas puestas y andar por reservas naturales y alrededor de los lagos artificiales. Es cierto que es una ciudad que se nota nueva, artificial y, en definitiva, poco ciudad y mucho menos capital, por lo menos a ojos de una madrileña».
Ya ha comprobado, también, que los autobuses del sábado dejan de circular a medianoche, complicando las estrategias de ocio al estilo español, y que no resulta sencillo hacer amigos. «Pero he conocido a algunos canberranos y, en general, la gente es muy educada, encantadora elogia Macarena. No te puedes subir ni bajar del autobús sin saludar al conductor o dar las gracias, y es increíble lo mucho que me ha ayudado y apoyado todo el personal de la Universidad, sin un vuelve mañana. Cuesta montar un plan de cañas después de trabajar o encontrar algo interesante que hacer el fin de semana, pero no dejaré de intentarlo. ¡Si todo va bien, viviré cuatro años en la mejor ciudad del mundo!».
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