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El vía crucis de antorchas del Monte Calvario proclama la grandeza de lo sencillo
El Cristo Yacente de la Paz y la Unidad presidió este ejercicio del primer sábado de cuaresma, que va camino de los 30 años
El primer sábado de cuaresma en Málaga es para saborear el romanticismo de la Hermandad del Monte Calvario, que confiere prioridad a los sentimientos, y dirigirse, ya en la noche, al santuario de la Victoria para buscar al Cristo Yacente de la Paz y la Unidad. La imagen, en la urna acristalada que realizara hace unos años el taller de Orfebrería Montenegro, se disponía a regresar a su ermita, después de haber sido objeto de un solemne quinario desde el pasado martes en la basílica de la Patrona, donde presidió un aparato de cultos efímero muy llamativo, con un notable números de cirios color tiniebla dispuestos entre candeleros, ciriales, hachones y faroles. Y al igual que el fulgor de la luz tomó especial relevancia estos días en el altar montado por la albacería de esta cofradía del Viernes Santo en el templo victoriano, también lo ha sido en la calle, durante el tradicional vía crucis de antorchas del Yacente del añorado sacerdote Manuel Gámez, fundador de la hermandad, que va camino ya de las cuatro décadas desde que se instauró.
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Este piadoso ejercicio es, de alguna manera, una forma de recordar la pasión de Jesús de Nazaret y de acompañarlo en los sufrimientos que tuvo camino al Calvario. Y hacia el Gólgota malagueño se dirigió la severa comitiva, abierta por el muñidor, que, con el tintineo de la campanilla, anunciaba la pronta llegada del Señor. Dos hermanas con antorchas daban escolta al sirviente de la hermandad y, a continuación, se situaban varios monaguillos, que creaban nubes de incienso para perfumar un ambiente que era de completa solemnidad y respeto. Y, tras estos, la cruz guía de la hermandad, que cuenta un relicario que contiene una astilla de la cruz de Cristo y una reliquia de San Francisco de Paula. Esta insignia, que sirve para abrir el cortejo, era flanqueada por dos faroles. Después, le sucedían dos hileras de hermanos portando largos cirios color tiniebla, el guion corporativo junto a la presidencia, con el hermano mayor de la corporación, Arturo Fernández Sanmartín, al frente, el trío de música de la capilla Caeli, la cuadrilla de acólitos y seis miembros de la corporación con antorchas, que no se encendieron de inicio, abriendo paso al Yacente, que exhibía las potencias diseñadas por Fernando Prini, obra igualmente de Montenegro, que recibió de los jóvenes de la hermandad hace cuatro años por el 50.º aniversario de su bendición.
Detalles
El armónico conjunto procesional del Señor de la Paz y la Unidad mostraba detalles que no pasaban desapercibidos. Así, atendiendo a la austeridad que define el tiempo de cuaresma, las andas no presentaban, en este caso, flores, sino un austero exorno, en las anforitas tomadas del trono de la Virgen del Monte Calvario, compuesto por espinos, relacionados con el pecado, y laurel, que simboliza el triunfo de Cristo sobre la muerte. Asimismo, tulipas y hurricanes acogían la cera color tiniebla, y en las esquinas, cuatro pequeños faroles dorados y los ángeles mancebos del imaginero Manuel Carmona, todas estas piezas pertenecientes al trono del grupo escultórico de la Sagrada Mortaja, mientras que la urna se veía coronada por seis penachos de plumas negras, y en el frontal de las andas, una reliquia de San Francisco de Paula, promotor de la Orden de los Mínimos, y titular de esta cofradía, debido a la estrecha vinculación que desde hace siglos une a los 'frailes victorios' con la ermita del Monte Calvario que ello fundaron.
El silencio se apoderó de la noche cuando el Cristo de la Sagrada Mortaja se asomó a la calle. Eran las 21.08 horas y con cientos de devotos en los alrededores del santuario de la Patrona. La capilla musical interpretaba, cómo no, el 'Christus Factus Est', adaptación del padre Gámez, que también sonó al final del trayecto, pasados unos minutos sobre las 23 horas.
La primera estación se leyó a las puertas del templo; en concreto, en la plazuela del Cristo del Amor, a cargo del hermano de la corporación Damián Lampérez, con voz alta y clara, que no precisó micrófono. Y la segunda, en la calle Amargura, junto a la cruz que se emplaza en este punto, camino ya de la ermita del Monte Calvario, en la subida por la vía dolorosa, donde se halla el resto de cruces y con la ciudad iluminada como fondo de la escena, en una noche de recogimiento y oración con ocasión del ejercicio de un vía crucis verdadero, el de antorchas, que no necesita aditamentos para impulsar su convocatoria, porque, desde que comenzó a celebrarse, hace 35 años, ha sabido mantener su esencia más sobria de los frailes Mínimos, con una carga espiritual importante, lo que supone el encanto de lo verdadero, la grandeza de lo sencillo en una evocación al pasado actualizado por la hermandad victoriana.
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