Un zaguán es una parte de la casa que sigue a la puerta de entrada. Pero no tiene nada que ver con eso que en ... los pisos llamamos vestíbulo o hall. Es palabra que suena a tránsito y abrigo. En aquellas casas que tuvieron padres o abuelos, el zaguán siempre era un buen sitio para esperar a alguien. Un lugar semiabierto que servía para protegerse de la lluvia o el viento. Su nombre nos trae sensación de calor, intimidad o refugio.
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Todavía quedan zaguanes en Málaga. En el casco histórico quedan casas que fueron unifamiliares, casi palacios, que sobrevivieron por poder dividirse y pasaron a ser de vecinos. En ellas, su zaguán se ha constituido en un elemento fundamental del edificio y característico de eso que los estudiosos de arquitectura llaman tipología. Con esta palabra distinguimos unas maneras de otras de hacer edificios primero para después agrupar dentro de un mismo cajón, la casa romana, la mediterránea y la andaluza. Distintos apellidos para algo que habla el mismo idioma espacial: puerta-zaguán-patio-casa.
Es maravillosa la secuencia de zaguán - patio - zaguán que precede a la casa -calle del Pimpi en su acceso desde calle Granada. De belleza proporcionada el que precede al patio del palacio de la Aduana. En él, el buen hacer del «musealizar» ha colocado una hermosa escultura rescatada del subsuelo que mirando a la entrada saluda al recién llegado y le invita a pasar a palacio, a través de su patio. El último que descubrí fue en la calle Especerías. Nada más verlo me atrajo hacia adentro. En la vorágine del tráfico peatonal navideño, actuó como un remanso tras los rápidos de un río.
En mis primeros años en Málaga participé en la catalogación de edificios del centro histórico. En complicidad con otro arquitecto pasamos unas cuantas mañanas dibujando, de edificio en edificio, navegando por el centro, de patio en patio, de zaguán en zaguán. Me siento privilegiado por aquello y por haber podido después proyectar conjuntos de vivienda social en la ciudad, difíciles de resolver por lo limitado de la relación entre superficie total y número de viviendas. De sus construcciones, que hoy solo son unas piezas más en el engranaje urbano, me queda la satisfacción de haber dedicado tiempo a dibujar el aire entre fuera y dentro del edificio. De haber aprendido a espaciar, a proyectar atemperando el paso a la casa desde la calle, poco a poco. Y a trabajar con ese aire que solidifica en espacios sin uso aparente, que son de todos y de nadie y que sirven para hacer partícipes de vida a sus habitantes: galería, patio, zaguán ...
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Hace un tiempo, clamamos por la necesidad de poder diseñar escaleras fuera de normativa. Hoy la mirada de lo rentable desprecia esos metros cuadrados que el saber hacer puso delante de la casa para nuestro abrigo. En defensa de la arquitectura, recordamos la utilidad de lo inútil de ese espacio que hacia el interior filtra ruidos de la calle, que no es casa ni ciudad. Remanso del ajetreo callejero. Aire para el encuentro, que es recogido allí, en el zaguán.
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