'Yolandiño'

A ver si España, en lugar de una matria, van a ser dos: Yolanda y Calviño, en adelante, 'Yolandiño'. Juntas tienen nombre como de delantero ... o quizás de comparsa de bloco del Carnaval de Olinda en Brasil. Pernambuco es Patrimonio de la Humanidad y del que firma. Recuerdo cómo, bajo los barrios de casas de colores, chiquillos de piel oscura y tirante saltaban al mar desde los espigones y al sonar el ritmo del frevo, graciosas bailarinas hacían girar paraguas azules, blancos y amarillos. Y qué distintas son la una de la otra. Yolanda pertenece a una estirpe antigua que hunde sus raíces en las leyendas yolándicas del comunismo gallego, casi un baile alrededor del cromlech de Fene con vestidos blancos y flores en el pelo. Es casi un estado de ánimo y el calor de un cucurucho de castañas en el bolsillo una tarde de invierno en Pucela. Todo alude a su sonrisa, aunque después descuelgue el teléfono y exija que salgan los toros del bono cultural o los banderilleros se queden sin ayudas por la pandemia porque a ella le sale de la 'yolandia'. No importa, pues su polvo de hadas cubre las solapas de los trajes de todo el que comparte con ella espacio y que la hace indestructible por la vía de la magia. El que se mete con ella queda maldito y retratado como el asesino de Campanilla.

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De Calviño se dicen todas las cosas y no pasa nada, porque es una señora de derechas y a las mujeres de derechas se les puede insultar de cualquier manera. Están aún menos protegidas que los hombres. Nadia tiene nombre de gimnasta disciplinada de la ortodoxia presupuestaria europea. Ejecuta la danza de los 140.000 millones de euros del Next Generation y la puntúan nueve con algo los del Ecofin. Ahí se comprende perfectamente su realidad palpable y su utilidad. 'Yolandiño' son, por tanto, dos mujeres que, dicen, se pelean por Pedro, que es lo que se decía de Soraya y de Cospedal, otra gran pareja acrobática con cianuro en el anillo. Me acuerdo mucho de cómo se decía que don Mariano -'Marca', habano y colonia de Álvarez Gómez- se sentaba en La Moncloa a ver cómo las chicas se peleaban por su cariño, pues sin él no eran nada, como se vio más adelante. A Sánchez le pasa al revés. El débil es él.

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