El pasado lunes, en el cielo cibernético se generó una tensión que azotó en particular a la adolescencia. WhatsApp, Instagram y Facebook sufrieron una caída ... mundial que duró seis horas. Twitter se llenó de gente extraña y Telegram recibió a más de 70 millones de usuarios nuevos. En ese tiempo, el dueño del cotarro, Mark Zuckerberg, perdió unos 6.000 millones de euros en acciones, según Bloomerg, lo cual debe suponer apenas un ligero escozor para la quinta fortuna del mundo, valorada en 122.000 millones de dólares. Corren malos tiempos para el magnate; a los escándalos respecto a los fallos de privacidad, el uso político de sus aplicaciones y a la compraventa de información se añade el surgimiento de una extrabajadora, garganta profunda que ha filtrado un informe en el que se reconoce que la desinformación, la toxicidad y el contenido violento prevalecen en la red social por antonomasia, o que Instagram promueve individuos inseguros. La empresa reconoce en informes privados que «para un 32% de las chicas que se sienten mal con su cuerpo, Instagram les hace sentir peor», y que hay un conflicto entre lo que es bueno para los usuarios y lo que es rentable para la compañía. Ninguna sorpresa.
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Las seis horas en las que estos tres servicios estuvieron inutilizados han provocado sin embargo un silencio muy valioso: millones de usuarios sorprendidos de tener la tarde libre. El error informático ofrece aquí una experiencia de vida, silencio, lectura o meditación, un profundo abandono de sí mismo, tan preciado que convendría preguntarse si no sería bueno para la humanidad que las redes sociales y los servicios de mensajería fueran empujados al vacío durante un tiempo determinado en algunas circunstancias. Se trata de una cuestión sentimental, pero también social y que atañe a la forma de vida. Algunos expertos señalan que es cuestión de tiempo que la red caiga y anuncian el peligro de que el mundo experimente una desconexión total. Esto lo recoge un libro muy reciente de Esther Paniagua llamado 'Error 404' (Ed. Debate) y que, con una asombrosa pertinencia, recoge opiniones que ayudan a valorar las posibilidades de que esto ocurra y la hecatombe que produciría. Algunas veces uno intenta desconectarse durante un tiempo. Estar ausente, apagar el móvil, ponerse en 'modo avión' o sencillamente desconectar los datos para permitir llamadas que podrían considerarse urgentes, aunque la realidad es que nada es imprescindible. Cuando vuelves a esa realidad, suelen llegar los mensajes que te han enviado durante ese tiempo. Esto no ha ocurrido con este apagón. Los wasap que se enviaron no llegaron a ninguna parte. Dónde están ahora esos miles, millones de textos que fueron enviados a la nada, y quizá alguno habría cambiado para siempre el destino de alguna vida.
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