Violencia contra la mujer: no podemos mirar para otro lado
José Antonio Satué Huerto
Obispo de Málaga
Sábado, 6 de diciembre 2025, 01:00
En apenas una semana, dos mujeres han sido asesinadas en la provincia de Málaga, víctimas de la violencia de género. Con ellas, ya son seis ... en lo que llevamos de año. A sus familias quiero hacer llegar mi cercanía y oración. Cada una de estas muertes es un fracaso colectivo, es una herida abierta en nuestra sociedad. Y nos interpela a todos: familias, instituciones, Iglesia, comunidades... No basta con condenarla; hace falta implicarse de verdad para que ninguna mujer tenga que vivir con miedo. No podemos acostumbrarnos, ni refugiarnos en explicaciones que nos alejen del sufrimiento real de tantas mujeres. No podemos permanecer indiferentes, sea cual sea nuestra sensibilidad social, ideológica o religiosa.
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Es oportuno recordar que ninguna interpretación bíblica puede justificar una pretendida superioridad del varón sobre la mujer. San Juan Pablo II analizó los textos del libro del Génesis, que desgraciadamente se han utilizado para sostener la subordinación femenina, y concluyó con claridad: «El texto bíblico proporciona bases suficientes para reconocer la igualdad esencial entre el hombre y la mujer», por lo que «la mujer no puede convertirse en objeto de dominio y de posesión masculina». También Benedicto XVI denunció que «aún persiste una mentalidad machista, que ignora la novedad del cristianismo, el cual reconoce y proclama la igual dignidad y responsabilidad de la mujer con respecto al hombre». El papa Francisco ha afirmado: «Los testimonios de las víctimas que se atreven a romper su silencio son un grito de socorro que no podemos ignorar. No podemos mirar para otro lado». Y el papa León XIV lamentaba recientemente «las relaciones que se intoxican por la voluntad de dominar al otro, una actitud que frecuentemente desemboca en violencia, como lo demuestran los numerosos y recientes casos de feminicidio».
Impulsados por el magisterio de los últimos papas, quienes seguimos a Jesucristo queremos estar del lado de las víctimas y de tantas personas e instituciones que trabajan incansablemente para erradicar esta lacra. Los proyectos de casas de acogida de Cáritas, presentes en dos arciprestazgos de nuestra diócesis, se han consolidado como un recurso esencial para mujeres embarazadas en situación de vulnerabilidad, algunas de ellas víctimas de violencia. Las religiosas Adoratrices ofrecen en Málaga un hogar de protección y acompañamiento integral (educativo, socio-laboral, psicológico, jurídico y sanitario) para mujeres que necesitan reconstruir su vida. La Casa del Sagrado Corazón (Cotolengo) y el Centro de Orientación Familiar, por su parte, han acogido a mujeres maltratadas y colaboran con los servicios sociales para facilitar una respuesta adecuada en centros especializados.
Es justo agradecer el esfuerzo de tantas personas que han trabajado y han asumido enormes sacrificios para avanzar en el reconocimiento de la igual dignidad de hombres y mujeres, y en la lucha contra la violencia machista. Pero queda un largo camino por recorrer, tanto en la sociedad como en la Iglesia. Por ello, animo a nuestras parroquias, movimientos, cofradías y comunidades a romper la tentación del silencio; a ofrecer espacios seguros donde las víctimas puedan ser escuchadas; a subrayar en la catequesis y la predicación la dignidad de la mujer y la igualdad en Cristo; a respaldar iniciativas que protejan a quienes están en riesgo y, en definitiva, a promover el Evangelio de la vida. Invito también a la sociedad a revisar y mejorar las estrategias públicas para vencer esta violencia, y a cuidar la formación humana de nuestros jóvenes, de modo que los fortalezca interiormente para reconocer, prevenir y rechazar cualquier forma de maltrato.
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Deseo señalar también la importancia del compromiso personal, porque la violencia empieza muchas veces en gestos pequeños, en desprecios cotidianos, en silencios que normalizan lo inaceptable. En nuestro lenguaje cotidiano —en la familia, en el trabajo, en los lugares de ocio y en las redes sociales— hemos de visibilizar a las mujeres, rechazar expresiones machistas y defender a quienes sufren. Todos estamos llamados a detectar signos de violencia psicológica, verbal, física o sexual y a acompañar activamente a las víctimas. Del mismo modo, es necesario afrontar con firmeza realidades como la pornografía y la prostitución, ámbitos donde la dignidad de la mujer es gravemente vulnerada y que alimentan una cultura de explotación.
La violencia machista es, además, un terreno donde con demasiada frecuencia se libra la pelea política del momento. Pero aquí no hablamos de ideología: hablamos de vidas truncadas, de familias destrozadas, de un mal que nos exige unidad y responsabilidad. Cuando está en juego la vida humana —la de las mujeres asesinadas, la de los migrantes, la de los niños de Gaza, la de las víctimas olvidadas de tantos conflictos en África, la de los no nacidos y la de quienes se encuentran al final de su existencia—, nadie debería mirar hacia otro lado. Toda vida humana merece ser protegida y defendida. Toda. No dejemos que la violencia tenga la última palabra. No miremos hacia otro lado. Está en juego nuestra humanidad.
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