Hacia la victoria final

Viernes, 25 de mayo 2018, 07:43

El pasado 9 de marzo, por la mañana, una mujer sintió que ya no tenía que ir más a la psicóloga. Así se lo dijo ... a su amiga Silvia Nanclares, que lo cuenta en 'La Maleta de Portbou' (hay que citar la fuente y el dossier de la revista bien lo merece). De los muchos datos, análisis, argumentos, estadísticas, declaraciones que estamos leyendo en estos días, este sencillo comentario da una clave esencial para advertir el calado profundo del movimiento feminista. No diré que es un proyecto de felicidad, porque sería demasiado naïf hasta para mí, pero sí que además de una cuestión de justicia y de igualdad, se trata de un asunto de salud social, un tema sanitario, curativo con incidencia en el bienestar de algo más del 50% de la población.

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Estamos ante un momento profundamente liberador, que tiende a encajar las piezas en su sitio. No solo las más evidentes, el fin de la violencia de género, del acoso sexual y demás formas de agresión, la igualdad salarial y laboral, la pulverización del techo de cristal, la conciliación efectiva y el reparto de las tareas domésticas. También se refiere a estructuras más hondas, que se vienen forzando desde antiguo para que encajemos en los cánones de los hombres, que no son los nuestros, como los pies vendados de las niñas chinas o los bárbaros collares de las mujeres jirafa.

He rebuscado en mi biblioteca hasta dar con un libro que hace quince años me regaló una compañera, 'Mujeres que corren con los lobos', de la psicoanalista Clarissa Pinkola Estés, que ahora vuelve a ser leído por las jóvenes con un renovado interés. La idea, que entonces me pareció muy conectada con los movimientos étnicos en plan 'new age', rollo Carlos Castaneda con pasadas de peyote, consiste en que la esencia femenina es la Mujer Salvaje, dotada de una gran fuerza interior, de instinto y de creatividad, sabia y apasionada, pero que todos sus dones son reprimidos por la sociedad, es decir, por la imposición de los hombres, o sea, el machismo. El libro, de hecho, ha servido para curar a muchas mujeres angustiadas hasta el lexatin por no poder encajar en esa ortodoxia social, porque querían algo más de la vida. No es que me convenza esta terapia junguiana de cuentos con mensajes conectados a la naturaleza, aunque tiene su encanto, lo que sí es evidente es que se nos ha obligado a adoptar unos códigos que nos son extraños, piénsese en las formas de la sexualidad dominante, o la sutil discriminación que hace que las niñas de seis años ya se crean menos capaces que los niños. Las mujeres tenemos al fin la oportunidad de abrir nuestro camino, encontrar el espacio propio, dejar atrás el miedo y la angustia, hasta el viejo 'malestar sin nombre' de Friedan, y no tener que ceñirnos más al estándar masculino, ni en lo público ni en lo privado. Esa es la liberación final. Va llegando.

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