En el fondo de todos nosotros hay un Fitur. Y el de este año ha sido raro, claro, pero ha sido. Fitur es el paseo ... por el mundo y Andalucía, que es más grande que el planeta entero. Hay un encanto en ir a ver al alcalde, al stand de nuestra tierra y comprobar que nos vendemos muy bien de cara al exterior. Allí, con amigos viejos, se va analizando este año pandémico y volvemos a vernos. A ver a aquel compañero que se especializó en turismo o a un diputado al que conocemos vagamente y no podemos poner nombre así, de primeras.
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Más allá, obvio, está el politiqueo feliz y paseante. Y los Reyes, y hasta el propio alcalde con unas energías que ya quisiera yo para mí. Por encontrarme, me encontré con mi compañero de pupitre, encorbatado y saludador. Y luego los souvenirs, el moscatel de Manilva, alguna beldad con sombrero cordobés y unos tuaregs que curiosean. Volver a Fitur es verme hace diez años haciendo prácticamente lo mismo: esperando que me inviten a catar vinos de Jumilla o productos de la huerta navarra. Es el discreto encanto de lo gratis que este año, por la pandemia, no pudo ser. Y bien que lo fuimos sintiendo. Pero se celebró Fitur y algo entendimos de que, más que menos, vamos saliendo de estos tiempos tan bélicos, tan tristes y tan negros.
Como anda uno a espera de vacunarse, estas excursiones a Fitur y cenas paralelas son lo más parecido a la felicidad que podemos permitirnos. Acaso por eso mismo, porque nos reencontramos en un pabellón con conocidos con los que quedó un café pendiente. Y eso lo da Madrid, el calorazo de Madrid, el agua de Madrid y la emoción del AVE, que existe.
Porque Fitur es también que hayan convertido la estación de Sol en la estación Costa del Sol, y el templete cercano al Kilómetro 0 sea la mejor embajada de nuesta provincia. Allí coincidieron mi tito Enrique y el presidente de la Diputación, en una felicidad conjunta que viene de la confesión de Enrique de jubilarse en Benagalbón. Enrique se ha empeñado en hacerse ermitaño en la Axarquía, y voto a Dios que lo merece más que ninguno.
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Verán que hablo de Fitur como de una feria del centro o de unos Juegos Olímpicos. Yo así lo siento. Y la excusa es la de recordar la mejor Málaga a 370 kilómetros en línea recta. Que no se nos olvide, ahora que hablamos del turismo y de la memoria, de lo que era Tívoli. Era el paraíso cercano con el que inaugurábamos el verano, si las notas habían sido buenas. Y si no, también. Tívoli era Manolo Escobar sonando en el auditorio, y junio que iba acabando con sus vagas promesas. O las comuniones de los más nuestros, y el barco aquel, y todo un mundo que no podemos dejar languidecer.
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