Sr. García .
Carta del director

Todos a la calle

La masificación que viven todos los destinos turísticos sin excepción es el resultado de una nueva forma de entender la vida basada en el ocio y exige un análisis inteligente alejado de prejuicios absurdos

Manolo Castillo

Málaga

Domingo, 17 de diciembre 2023, 00:05

La masificación de todas las ciudades con algún atractivo turístico constituye uno de los grandes cambios de este siglo, acelerado sin duda desde la pandemia. ... Y sucede en todo el mundo y en todos los destinos. La razón no es otra que la democratización del turismo y el deseo de todos de viajar, de conocer, de experimentar sensaciones en otros lugares y con otras gentes, una vez superado aquel tiempo oscuro que nos obligó a encerrarnos en casa para curarnos en salud, meses sin poder abrazarnos ni apenas socializar, sin sentarnos en una terraza a tomar algo y sin coger un tren o un avión o el propio coche para visitar lugares nuevos. Casi todo el mundo quiere y puede viajar. Y son muchos los motivos, pero basta señalar el abaratamiento de los desplazamientos y el hospedaje, la globalización y homogeneización de las preferencias de los viajeros o el impacto de las redes sociales.

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Basta asomarse a las noticias durante cualquier periodo festivo para escuchar hablar sobre las ciudades abarrotadas de visitantes, como si fuese una novedad o una sorpresa. Y luego están los que pretenden demonizar a esos viajeros olvidándose con frecuencia de que todos, también ellos, solemos ser esos 'turistas incómodos' cuando salimos de fin de semana o cuando nos sentamos en la terraza de un bar. Porque es evidente que existe una preferencia generalizada, cuando viajamos, por el centro de las ciudades; por eso son las zonas más tensionadas pero también los motores económicos y sociales de los destinos.

Es cierto que esa masificación genera ciertas incomodidades y no sólo a los residentes sino a los propios turistas que sienten insatisfacción y frustración por no encontrar la tranquilidad y singularidad que esperaban. Cada vez más, esos turistas se topan con situaciones de estrés y decepción y hasta cansancio por las aglomeraciones y colas. A esto hay que unir la degradación y pérdida de autenticidad de los destinos, la saturación de infraestructuras y servicios públicos y la expulsión y descontento de los residentes.

Con ello quiero decir que los nuevos usos turísticos han pillado desprevenidas a la mayoría, por no decir todas, de las ciudades del mundo, sobrepasadas ahora para gestionar una situación que resulta difícil de manejar. Y todo lo que tenga que ver con restricciones, prohibiciones o límites sin más no parece que sea lo más adecuado. Igual que las ciudades aprendieron, con mayor o menor éxito, a gestionar el tráfico de vehículos por sus calles, deberán ahora desarrollar acciones para absorber todos esos flujos de turistas. Y eso sólo se puede hacer con la implicación de todas las partes, la aceptación de regulaciones y controles de la oferta y la demanda, la planificación y la sensibilización sobre la importancia de un crecimiento y un turismo sostenibles. Quizá, teniendo en cuenta la lentitud de las administraciones públicas, se llega demasiado tarde, porque todas esas medidas requieren de infraestructuras y servicios de alto coste, especialmente por lo que se refiere a la movilidad y a la convivencia de turistas y residentes.

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Y habría que empezar por asumir que todos somos turistas y residentes y que las soluciones no pasan por demonizar un sector básico. El turismo, y especialmente en Málaga y Andalucía, es una actividad económica fundamental y con enormes capacidades de desarrollo. Del mismo modo habría que evitar medidas que discriminen por capacidad económica y conviertan las ciudades en destinos sólo para privilegiados.

El turismo es una suerte para Málaga y así se debiera concebir. Lo que ocurre es que los nuevos usos requieren una profunda adaptación no sólo de las ciudades sino de los propios turistas y residentes. No se puede hacer todo durante todo el tiempo, ni se puede estar sentado y de pie al mismo tiempo. Quiero decir que hay que aceptar los momentos y espacios de masificación y también las progresivas incomodidades y restricciones para canalizar esas aglomeraciones. Lo que es absurdo, y lo digo en la doble condición de turista y residente, es pretender lo imposible: una ciudad sólo para mí, entendiendo esta frase como una generalización.

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Málaga, entendiéndola como espacio provincial, está aún a tiempo de adoptar medidas para no morir de éxito, para establecer estrategias que permitan gestionar la masificación y, sobre todo, para entender que este modo de vivir las ciudades ha venido para quedarse. No es momento de levantar muros y tampoco de cerrar los ojos a situaciones que pueden derivar en problemas a medio o largo plazo, sino de ser comprensivo con las realidades propias y ajenas y gestionar el éxito, que no es más ni menos que darse espacio para seguir creciendo.

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