La sociedad enfurecida
Una parte de la ciudadanía está cada vez más irascible y busca, a veces desesperadamente, a quien culpar de un descontento que se sostiene en el reduccionismo de las ideas: conmigo o contra mí
Resulta llamativo que en plena era de la información las personas estén cada vez más incomunicadas. Grupos con intereses comunes conviven en sus micromundos y ... generan redes que se retroalimentan con argumentos que no persiguen tanto la verdad como reafirmar sus posiciones. Esto lleva a un progresivo reduccionismo que se sostiene en el primitivo principio de conmigo o contra mí. No deja de ser una versión de la vieja construcción del relato, de ese proceso con el que convencer y persuadir. Y cada una de esta redes necesita para sobrevivir combinar parte de verdad con un mensaje seductor que permita un control social, como expresa el ensayista Yuval NoaḥHarari en su última obra, 'Nexus'. La perspectiva, el análisis o el rigor han sido derrotados por lo inmediato, lo sencillo y lo directo. No se busca la verdad sino refrendar el pensamiento propio. Quizá por ello estamos asistiendo al mayor proceso de polarización de los medios de comunicación. Muy pocos buscan informarse y muchos se levantan cada mañana con la necesidad de una buena dosis de doctrina.
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En todo esto tienen mucha responsabilidad los políticos, que han convertido la política en un cuadrilátero irracional que a diario es un insulto a la inteligencia. Trabajan y comunican sólo para sus trincheras, sin el más mínimo interés en compartir, debatir o colaborar. Más madera, gritan permanentemente, para alimentar una caldera que siempre parece a punto de estallar. Quizá puede parecer ingenuo, pero, en este sentido, escuchar a Isabel Perelló, la primera mujer presidenta del Consejo General del Poder Judicial, desmarcándose de la política y de su poder y apelando al sentido común resulta reparador. A ver cuánto dura.
En esta atmósfera, el ciudadano se siente cada vez más descontento por las dificultades para satisfacer sus necesidades y la frustración de verse en un páramo sin futuro. Si el confinamiento generó la necesidad de vivir el momento, de apurar la vida, en los últimos tiempos se está asistiendo a un deterioro del estado de ánimo colectivo encaminado a generar una sociedad enfurecida que necesita a toda costa encontrar culpables y hallar soluciones fáciles a problemas muy complejos.
Sin necesidad de ser alarmista ni pesimista, este proceso se observa en la propia ciudad de Málaga, donde se percibe la ansiedad de muchos ciudadanos que, simplemente, están enfadados. El riesgo es que estas redes de insatisfacción crezcan y construyan un relato que muchos terminen por asumir.
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En Málaga hay muchas personas angustiadas por la dificultad para acceder a una vivienda por los altos precios tanto para la compra como para el alquiler, también los hay disgustados por la masificación de algunas zonas turísticas, por el ruido, por la subida de los precios y por muchas cosas más. Hay muchos a los que no les gusta el cauce de este modelo de ciudad, pero también hay que destacar que hay otros muchos encantados. Digamos que en ciertos sectores, la tensión se palpa en el ambiente.
Es una realidad, no sólo en Málaga sino en muchas ciudades del mundo, que el modelo necesita importantes retoques y diría que todos en el mismo sentido: el equilibrio. Como es evidente, la regulación de los flujos turísticos, de las viviendas turísticas, de las terrazas de bares y restaurantes y de cualquier actividad es necesaria y conveniente, como lo es que las administraciones asuman su responsabilidad en facilitar y promover la construcción de viviendas protegidas y de renta libre. También sería muy saludable que todas las partes implicadas reconozcan y asuman que se ha llegado tarde en muchos casos y que la ciudad –como otras muchas– se enfrenta a un enorme problema originado, sobre todo, por el impacto que tienen en la vida de muchas familias las dificultades para encontrar una vivienda.
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El peligro de todo esto es que se extiendan relatos poco o nada rigurosos. En la situación actual ni hay un único culpable ni hay una solución fácil. Culpar al turista o a las viviendas turísticas de todos los males no sólo es absurdo sino muy peligroso. Además, tampoco se puede generalizar como si en Málaga y en toda su provincia no se pudiera dar un paso por culpa del turismo que, por otra parte, es el principal motor de la economía malagueña. Es una insensatez culpabilizar al turismo y al turista de todos los males.
El caso de las torres de Martiricos, con las tensiones entre los residentes, los turistas y los propietarios de VUT, representa muy bien todo esto que estamos hablando. Es como un tubo de ensayo con el que se demuestra que si no hay previsión, regulación y equilibrio es muy compleja la convivencia entre todas las partes. Al final, ninguno está contento y se está devaluando la imagen de lo que surgió como un emblema de la nueva ciudad.
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La sociedad está furiosa y pide una solución rápida a un problema extremadamente complejo, lo cual es imposible. Basta detenerse en las reacciones y comentarios a cualquier noticia de la ciudad para darse cuenta del nivel de disgusto de algunos conciudadanos. Nada está bien, todo les parece mal. Todo es criticable. Todo el mundo es sospechoso. Y eso no es más que el síntoma de una insatisfacción que no sabemos a dónde nos llevará, pero que requiere atención y análisis. Si el modelo de ciudad, por muy exitoso que pueda parecer, genera esa desazón en algunos ciudadanos es que tiene defectos que hay que corregir. Y cuanto antes.
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