Sobreexcitación política
El ecosistema político y mediático de Madrid se ha entregado a una batalla campal con el único objetivo de aniquilar al oponente, sin percatarse de que así no hacen más que alimentar al monstruo
Hace unos años le comenté a un columnista que si sus artículos se hacían previsibles acabaría perdiendo su credibilidad. Y ello porque siempre, por una ... razón u otra, terminaba criticando a los mismos, o al mismo. Cuando el odio se impone a la razón uno se queda sin argumentos. Todo está perdido. Y esto es lo que está ocurriendo en ese territorio delimitado por la M-30 que se llama Madrid. Todo el ecosistema político y mediático se ha entregado a una batalla campal con la única misión de aniquilar al oponente, llámese Pedro o Isabel. Todo vale porque, visto lo visto, el fin justifica los medios. No se dan cuenta de que así, con esta permanente sobreexcitación, no hacen más que alimentar al monstruo y facilitar que por el camino de la victimización se hagan más fuertes.
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Y es lo que está pasando, entre otros, con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, al que los partidos de la derecha y un buen puñado de medios de comunicación tratan de derribar a toda costa, con un punto de obsesión que empieza a ser preocupante. Tienen motivos más que suficientes para criticarle, para exhibir sus contradicciones –que son innumerables– y sus mentiras –que también lo son–, pero se pierden en esa obstinación en la que el sentido común queda en un segundo plano.
Sánchez se erige en una suerte de salvador de la patria frente a la ultraderecha con una mayoría progresista y resulta que se apoya en la derecha vasca del PNV y en la ultraderecha catalana independentista –Junts–, sin contar con su voto a favor a la 'fachosfera' de Giorgia Meloni y Víctor Orbán para conseguir que Teresa Ribera sea vicepresidenta de la Comisión Europea. También dice Sánchez que ganó las elecciones –cuando las perdió– y que la Justicia le tiene manía porque investiga a su mujer por un presunto delito y que por eso, entre otras cosas, apoya sin reservas a un Fiscal General del Estado investigado por otro presunto delito. Todo este despropósito, que en muchos países hubieran provocado dimisiones, incluso la de él mismo, es posible, precisamente, por el ambiente de hostigamiento político que hay en Madrid y que ha provocado que todo, absolutamente todo, se vea desde la trinchera. Y así, claro, todo se reduce a defender a los míos y a atacar a los otros. Sólo hay un razonamiento: conmigo o contra mí.
Y Sánchez ha entendido perfectamente los códigos que se abren paso en la sociedad actual, cada vez más parecida a la pasión futbolística, en la que prima la camiseta, la pasión irracional, los colores, la tribu, el himno y la épica de la resistencia, de la victoria. El PSOE no es un partido político, es un club identitario que, por encima de todo, persigue el triunfo, que no es más que la permanencia en el poder. Pedro Sánchez se ocupa de los suyos y de proporcionarles estímulos para fortalecer el sentimiento de pertenencia. «Es el puto amo», como diría Oscar Puente, todo un ministro abducido por el líder, del que Almodóvar destaca su belleza. El socialismo patrio asiste a un enamoramiento de Pedro, el capitán que les ha llevado a cotas inimaginables. Y eso él lo sabe. Y lo utiliza. Mientras tanto, su personaje no para de crecer, y con él la fascinación que genera entre sus fieles.
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Porque ninguna contradicción es suficiente, ninguna mentira demasiado grande, ninguna traición lo suficientemente inesperada. Él tiene un plan y todos le siguen mientras medios y partidos de la oposición se desesperan cada mañana y salen a vocear lo que todo el mundo sabe y millones de votantes admiten. Ese no es el camino.
Es la nueva política, la heredera de los ingenuos del 15M. Lo importante, como en el fútbol, no es jugar bien sino ganar. Y el PSOE acumula triunfos después de sus derrotas. Pierde pero luego gana, porque es el mejor en los minutos del descuento. Cuando todos se ponen nerviosos, Pedro Sánchez se mueve como pez en el agua, quizá porque, como Groucho Marx, tiene un saco de principios en el cajón para utilizarlos a conveniencia con tal de negociar sus pactos.
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Haría bien el PP en reconocer que parecen niños al lado de Pedro y cambiar de estrategia porque gritar y gritar contra él no les sirve de nada. Y quizá, si quieren ganar algún día, deberían aprenderse las nuevas reglas del juego en este campo embarrado. Y los medios de comunicación de Madrid podrían algún día escucharse y leerse a sí mismos y se darían cuenta de que cada mañana, al sintonizar la radio o abrir la web, son absolutamente previsibles, con lo que ello significa. Será la Justicia, como siempre en este país, la que desbroce tanta maleza como hizo en las etapas más oscuras sin discriminar siglas ni ideologías. Ni siquiera de la Zarzuela.
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