Un silencio que duele
En los últimos años, Nigeria y otras regiones del África subsahariana están siendo escenario de una tragedia apenas mencionada en los grandes medios de comunicación ... internacionales ni en los foros de las grandes potencias: la persecución y matanza sistemática de comunidades cristianas. Grupos yihadistas como Boko Haram o la rama local del Estado Islámico, junto a milicias fulani radicalizadas, han sembrado el terror en aldeas enteras, destruyendo iglesias, asesinando a sacerdotes y expulsando a miles de personas de sus hogares. Según datos de organizaciones humanitarias y de observatorios cristianos, más de 5.000 fieles han sido asesinados solo en 2024 por motivos religiosos. Pese a la magnitud de estos hechos, el eco mediático y político en Europa ha sido mínimo. Las cancillerías occidentales, tan rápidas en condenar otras formas de violencia, apenas han levantado la voz ante un fenómeno que ya algunos expertos califican de «genocidio silencioso». La falta de empatía institucional y social resulta llamativa, sobre todo en sociedades que se consideran herederas de una cultura de raíces cristianas, basada en la compasión y la defensa de la dignidad humana.
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Este contraste se acentúa si se comparan las reacciones ante conflictos de naturaleza similar, como el de Palestina. Sin entrar a justificar ni uno ni otro, la diferencia en la respuesta es evidente. En el caso palestino, las calles europeas se llenan de manifestaciones, los líderes políticos pronuncian discursos y los organismos internacionales se movilizan. En cambio, el sufrimiento de miles de nigerianos cristianos apenas suscita un susurro, ni un leve murmullo.
Resulta difícil comprender por qué la sensibilidad occidental es tan selectiva. La defensa de los derechos humanos no debería depender del lugar donde se cometen las atrocidades ni de la identidad religiosa de las víctimas, ni por supuesto si es «de izquierdas o de derechas».
Por eso, como descendiente de una cultura occidental que agradece y se reconoce heredero de una tradición cristiana y humanista, no puedo sino sentir dolor y perplejidad ante este silencio. Miren, con claridad: por no haber seguido con su protesta ante lo que está ocurriendo en Nigeria y en otros países africanos, por eso, podemos reprochar a las Adas Colau, Gretas y compañía que no son objetivas, ni ecuánimes, ni buscan la paz, sino su rédito político. Por eso, Ada, Irene, Yolanda y compañía, muchos no os creen ni os creerán nunca. Una conciencia con sesgo político es lo más peligroso que hay, porque hay silencios que duelen.
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