La explosión de series turcas es el fenómeno televisivo del año en España en el salón de mi vivienda familiar, donde últimamente parece que no ... se ve otra cosa. Los capítulos suelen ser larguísimos, alrededor de dos horas, y en ellos resplandece una asombrosa decoración de interiores y un doblaje demencial, aparecen buenos coches, cuerpos masculinos y rostros que suelen estar dominados por la belleza, series ideales para señoras y señores que no quieran pensar demasiado, ni en la trama ni en sus cosas.
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El mundo sentimental de estas teleseries es frío, apenas beben alcohol ni tienen vicios ni excesos más allá del bigote o del tinte rubio, o del machismo más o menos imperante. Hay una total ausencia de conciencia social y también hay buenas dosis de enfermedades extrañas, embarazos no deseados, estafas y amores, mucho amor que aquí se enseña con bellezas pero sin contacto físico, acaso algún tímido beso, siempre envuelto entre el paradigma del lujo de la miseria que siempre es más leve, relaciones que son el principal detonante que convierte estos contenidos en verdaderos culebrones; las producciones otomanas han desbancado a las latinoamericanas de una manera pronta y radical gracias a que en el mundo hay telespectadores con mucha paciencia.
Esta semana se dieron los premios Emmy y por supuesto no hubo presencia turca por ninguna parte, pero el país dominado por Erdogan se ha convertido en el segundo productor de series del mundo, seguido de Estados Unidos. El año pasado, en nuestro país se emitieron 3.286 interminables horas de estos contenidos, para desesperación de los críticos más inflexibles, que no comparten la pasión por estas series que tienen en vilo a unos 400 millones de espectadores en todo el mundo.
Pero si hay algo que debamos agradecer al aterrizaje de estas telenovelas en España no es sólo el reconocimiento de la figura actoral de Can Yamal ni el ilustre conocimiento del estilo de vida de esas regiones donde pasan cosas tan fuertes todo el tiempo; lo mejor es que estas teleseries están comiéndole el terreno al circo que tiene organizado Mediaset en Telecinco y que está cada vez más desesperado. El final de 'Sálvame' sería una feliz noticia para la salud mental de los españoles y de los propios colaboradores del programa. Al menos, en las producciones otomanas no se da la impresión de que lo que se está viendo es real.
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