Desde hace un par de semanas estoy pendiente de la manada de elefantes que abandonó la reserva en el sur de China para dirigirse rumbo ... al norte hacia no se sabe dónde. Los científicos y zoólogos andan confusos preguntándose qué intereses ocultan los doce adultos y tres bebés que un buen día decidieron alejarse del lugar en el habían vivido hasta entonces y conocer otros mundos. La manada llevaba una vida tranquila, sin aparentes problemas de convivencia con los seres humanos, tampoco les faltaba comida, simplemente no se encontraban a gusto. Quizá se sentían agobiados e incómodos por el cada vez mayor número de personas que compartían con ellos el mismo entorno y tomaron la decisión de buscar otras tierras donde poder moverse a sus anchas. Hay que tener en cuenta que los elefantes solo duermen un par de horas diarias y el insomnio les concede demasiado tiempo para pensar. Además su inmensa memoria les permite recordar viejos tiempos en los que vagaban con absoluta libertad. Hoy su único problema consiste en encontrar el alimento necesario para mantenerse en forma durante la larga travesía. Un animal de seis mil kilos de peso necesita zampar ciento cincuenta kilos de productos comestibles todos los días para seguir adelante. O sea que la manada arrasa las cosechas de maíz, frutales y hortalizas que encuentra por el camino. Nadie se atreve a pedir cuentas a tamaños responsables.
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Desde casa sigo la senda de los elefantes como si fuera una teleserie. Un dron los filma mientras atraviesan bosques y poblados. Al caer la noche, paran en una gasolinera para echar una cabezada igual que los clientes que se detiene a repostar combustible. Un rato después emprenden la marcha. Quién sabe qué lugar elegirán para instalarse a vivir, quizá ninguno. A fin de cuentas todos estamos de paso por este mundo. No hay diferencia entre animales y personas. La mayoría de los elefantes llevan una vida ordenada y tranquila dentro de lo que cabe. Sin embargo hay a quienes les tienta una insaciable curiosidad por conocer otras tierras. Unos se instalan en parques naturales y pasan la vida sin dar demasiadas vueltas a la cabeza, otros buscan la aventura. Unos son nómadas y otros sedentarios. Apenas hay diferencias entre ellos y nosotros.
Hasta la fecha la manada de elefantes continúa vagando lenta y silenciosamente hacia el norte. La otra noche visitaron una destilería y se entretuvieron más de lo habitual. Está claro que el alcohol coloca a todo bicho viviente. Tal vez las autoridades chinas decidan cortarles el paso y conducirlos de regreso a casa, pero ninguno de ellos olvidará esta experiencia y la placentera sensación de saborear la libertad. Sin duda los bebés se han convertido en unos aventureros precoces y estoy convencido de que si al final los detienen acabarán fugándose de nuevo.
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