Sandra Peña
ROBERTO LÓPEZ
Jueves, 13 de noviembre 2025, 01:00
Ahora que dejamos de hablar de Sandra Peña es el momento de escribir sobre Sandra Peña, sobre el acoso escolar, sus terribles consecuencias y sobre ... la responsabilidad común. Sandra era una chica sevillana de 14 años que se suicidó por que no podía más. Hablo con su tío Isaac y me cuenta que era una chica normal y feliz y que le encantaba jugar al fútbol. Qué pena más grande, qué ausencia tan espantosa, qué fragilidad sutil...
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Solemos decir: «Esto se arregla educando en el respeto». Y sí, la frase queda fantástica, pero luego el mundo funciona al revés. Pretendemos que los niños no se rían del diferente mientras medio país se mofa de la nariz de Lucas. Exigimos empatía a los adolescentes, pero les mostramos cada día cómo se compite por humillar, cómo el que grita es el que gana, cómo el más guay y el más gracioso es el que más degrada e intimida.
Queremos acabar con el acoso y es nuestra lengua materna. El ejemplo entra por los ojos, no por los discursos. Trump convirtió el Despacho Oval en un patio con empujones verbales y motes, y millones lo aplaudieron. Shakira sacó un tema para ajustar cuentas y medio planeta celebró que se humillara en horario estelar. En tertulias televisivas se interrumpe, se pisa, se caricaturiza... En redes, cualquier error es motivo de señalamiento y vituperio. No digo nada del fútbol. Y luego pedimos educación a los niños.
El acoso escolar no es un problema de niños malos. Es el espejo límpido de los adultos. Los chavales no se inventaron la crueldad: la comprendieron por capilarización. Si un país se burla, grita, ridiculiza y convierte cada diferencia en diana, el insti no hace más que replicar el guion. Queremos que los pequeños respeten, pero somos nosotros los que no lo hacemos. Acabar con el bullying será imposible mientras los mayores sigamos siendo los mejores bullies de la clase.
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Solo me queda un consuelo me dice el tío de Sandra: «Que su muerte valga para acabar con esta lacra», y guarda un silencio que quiebra el viento húmedo sevillano. Que su recuerdo, pienso yo como padre, nos obligue a mirar más cerca, a detener el daño antes de que sea tarde, a ser mejores en el ejemplo... Que la memoria de Sandra Peña no nos haga olvidar que para educar a un niño nos hace falta a la tribu entera.
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