Sandra

Le quedaban cuatro días para cumplir los 15 pero nunca llegó a soplar las velas de la tarta. En lugar de eso sólo hubo flores ... en su tumba. Se llamaba Jokin y aguantó un año más desde que le dijo a sus padres que ya no aguantaba más. Aquel día cogió su bici, condujo hasta una de las murallas de su ciudad y se arrojó al vacío. Seguro que recuerdan aquel caso. Sucedió el 21 de septiembre de 2004, y aunque no fue ni mucho menos el primero que nos ponía frente al horror del acoso escolar, sí fue el que marcó el despertar social ante una de las realidades más devastadoras y crueles de la condición humana. La que te crece y te devora en silencio en la habitación y en el aula de al lado.

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Más de dos décadas después, estamos aún peor. La última ha sido Sandra, que tampoco soplará las 15, pero antes fueron Kira, Alejandro, Diego o Lucía. Antes fueron los intentos de Pol y de Ana. Los suicidios en menores de 15 años se han triplicado desde la pandemia, y en la mayoría de los casos es el acoso escolar lo que está detrás. España es el país de la Unión Europea con mayor tasa de bullying. Las cifras cortan literalmente la respiración. Las historias, aún más.

Las noches sin dormir. Las ganas de vomitar. La bajada en las notas. La mirada de tus padres, de no entender o, en los peores casos, de reproche. La artillería pesada en el cole pero también en casa, porque lo que llega al móvil es aún peor que lo que llega en el recreo. Las ganas de morirte. El ojalá te mueras. Querer ser invisible. El puede que mañana haya tregua pero mañana sigue la guerra abierta. El no ir tranquilo por la calle, ni al baño, ni a la mesa del profesor, ni a dar una vuelta con el único amigo que no te ha dado la espalda. Querer gritarlo sin que te acusen de chivato. La ansiedad. Querer evitar el dolor del alma haciéndote cortes en las muñecas, en los brazos y los tobillos y que al menos ese dolor inmediato te haga olvidar el otro, el que te come por dentro. Las risitas de los que no hacen nada para que los matones no la tomen con ellos. Estar solo. El día en que algo hace clic porque ya no puedes más y reúnes el valor de decirlo a los mayores. Ver que el suelo se abre bajo los pies de tus padres como antes te pasó a ti pero que en el cole, a veces, pasan de puntillas. Que vaya que nos cuelguen la mala fama. Que son cosas de niños. Que si estás seguro de que no lo provocaste tú. Que vamos a ver, que abrir un protocolo es un lío. Tu vida en un papel. Creer que la única salida es huir. No ver la luz. Salir en las noticias. Ahora sí, que te lleven velitas y flores. Las cartas y las lágrimas de los que te veían y no hacían nada. El espanto y la devastación. El algo habrá que hacer. Los padres de Sandra. Quién será el próximo. Hasta cuándo vamos a dejar que esto pase.

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