La Tribuna

Lo sagrado no desaparece, sólo espera

Alfonso Palacios

Ingeniero industrial

Domingo, 29 de junio 2025, 02:00

Dice Nick Cave que no cree en Dios, pero que lo siente en la música. Afirma también que, si creyera, se arrodillaría para suplicarle que ... jamás, nunca jamás, le hiciera daño a quienes ama. Cave, como tantos otros músicos y artistas, percibe la creación como una forma de entrega ante lo sagrado, algo que no tiene por qué ser religioso, pero sí profundamente trascendente. Hablan de la música como una forma de acortar la distancia con lo invisible, con lo sagrado. Pero cuando ese acercamiento a lo sagrado no se logra ni a través de la creación, ni en la propia vida, solo queda la rendición. Leonard Cohen dice que cantar es una forma de rendirse. Equipara el acto de cantar con una entrega: una manera de dejar atrás el ego para alcanzar algo más grande; rendirse como vía de acceso a lo sagrado.

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Sin embargo, es Bono, de U2, quien ha hecho de la rendición el hilo argumental que teje casi toda su trayectoria artística. En sus memorias, tituladas precisamente 'Rendición', escribe Bono que ese momento llega cuando decides soltar el control de tu vida, ese instante de impotencia donde confías en que algún tipo de poder superior tomará el relevo, porque tú, con certeza, no lo harás. No se trata de aceptar una derrota, sino de un acto radical de humildad: abandonar el control y confiar en algo más grande que uno mismo.

Lo canta con la voz más desgarradora y desesperada que le conozco en 'Moment of Surrender' ('Momento de rendición'): «En el momento de la rendición, me doblé de rodillas; no noté a los transeúntes, ni ellos me notaron a mí». Un momento íntimo, de colapso espiritual y emocional.

No se trata de aceptar una derrota, sino de un acto radical de humildad: abandonar el control y confiar en algo más grande que uno mismo

Bono se refiere a un instante en que ya no puede sostenerse de pie, ni literal ni simbólicamente. El momento de rendición es también un aislamiento radical: como si el mundo siguiera su curso mientras él quedara suspendido, en otra dimensión. Una experiencia solitaria, pero sagrada, una desconexión del mundo para conectar con lo esencial.

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Tuve la fortuna de estar en el concierto en que la tocaron en directo por primera vez. Bono la presentó como un regalo que Dios les había hecho. En el largo coro, mientras The Edge, el guitarrista, lanzaba una sucesión infinita de oh, oh, oh, Bono, arrodillado, se mecía sobre sus piernas dobladas, con lágrimas en los ojos.

El irlandés compara la oración con estar en medio de un mar agitado, en una barca sin remos. Lo único que tienes es una cuerda que está amarrada al puerto en algún lugar remoto. Puedes tirar de ella para acercarte a Dios, aunque no siempre lo consigas. Bono jala esa cuerda con la música: cada verso, cada nota, es una oración lanzada al misterio. Sus canciones son sus rezos.

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Volviendo al hombre de la voz de oro, Cohen nos ofrece en 'Hallelujah' un perfecto ejemplo de cómo lo sagrado no siempre se manifiesta con claridad, pero puede intuirse en lo humano, incluso en la ruina. Convierte la alabanza al Señor en un grito que es, a la vez, de adoración y de desesperación. Jeff Buckley la reinterpretó con aún más intensidad, llevándola, junto a él, lo más cerca posible de Dios.

Eddie Vedder, de Pearl Jam, describe en 'Given to Fly' ('Dado a volar') a alguien que aprende a volar espiritualmente, elevándose por encima del sufrimiento. No para alejarse, ni para salvarse a sí mismo, sino para compartir con otros una posibilidad de libertad. Porque, aunque no haya una revelación divina, sí hay una promesa: la libertad existe, está en nosotros, y espera ser compartida.

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Canciones como 'Moment of Surrender', 'Hallelujah' o 'Given to Fly' no celebran una certeza espiritual, sino una tensión constante entre la búsqueda y la ausencia, entre el anhelo y el silencio.

En estas y tantas otras canciones, lo sagrado no siempre es evidente, ni accesible, ni responde a nuestra búsqueda racional. A veces se esconde. A veces se aleja. Pero nunca deja de estar ahí, esperando. Lo sagrado no es una figura, ni una doctrina, ni un dogma. Es una presencia huidiza, un horizonte. No se deja tocar con facilidad. A veces, ni siquiera se deja nombrar. Pero está.

Lo que no se encuentra no está perdido. Lo sagrado sigue ahí, esperando ser hallado más allá de la vista, en lo profundo de la música, de la rendición, de la vida. En el simple y valiente gesto de seguir buscando, incluso sin saber. Como yo lo seguiré buscando, siempre.

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