EL RIESGO DE PESCAR
NIELSON SÁNCHEZ-STEWART
Miércoles, 30 de enero 2019, 00:37
Cuando no hay niños alrededor -primera vez en casi treinta años- y se ha cumplido con los deberes propios de la festividad, poco hay que ... hacer durante las mañanas del día de Navidad. La comida está ya preparada, la mesa puesta, el cava frío y no queda más que esperar la hora de comer. Tampoco es cuestión de ponerse a leer De animales a dioses, un libro que me regaló mi primo y que recomiendo calurosamente. Una breve historia de la humanidad es el subtítulo y su lectura es entretenida y muy original. Queda, pues, la tele, eterna compañera de los ratos perdidos. Pero tuve mucha suerte porque emitían la misa para toda Europa desde la Catedral de Perpignan. Una vez estuve en esa ciudad pero no reparé en el templo, lo que lamento. Un entorno precioso y el órgano más gigantesco que se pueda uno imaginar. La homilía del señor obispo que la ofició me hizo meditar pero, además, me permitió hilar dos palabras que son casi, casi antónimas en francés: pescador y pecador. La primera, en lugar de la ese castellana, se escribe con un acento circunflejo, como todo el mundo recordará. El origen de las palabras en cuestión es bien diferente, claro. Pescar y pecar no es lo mismo pero, curiosamente, hemos visto últimamente dos situaciones que afectan a pescadores a los que se les imputa ya no un pecado sino todo un delito. Y ha resultado que los pobres eran totalmente inocentes a pesar de lo cual estuvieron entre rejas una buena temporada. Uno era pescador en el pantano de Susqueda y se le atribuyó autoría en el homicidio de una pareja que andaba por ahí. Recuerdo las imágenes de su detención cuando clamaba a gritos su inocencia pese a lo cual, el juez lo enchironó sin contemplaciones. Después de un tiempo lo han dejado en libertad porque aparentemente, los cargos no se sostenían. El otro era un pescador de Marbella que estaba en la playa cuando se produjo un alijo o algo así y, quizá por la pinta con la que andaba ese día, también lo detuvieron e ingresaron cuando se demostró después que sólo pescaba.
Hoy se habla mucho de la prisión provisional. Siempre ha sido un tema controvertido y los teóricos del derecho han fracasado en su intento de explicar su auténtica naturaleza. El personal la sigue contemplando como una anticipación de la pena porque lo de la presunción de inocencia está muy bien pero hasta por ahí no más. ¿Cómo se va a presumir inocente al que comete in delito flagrante que lo ha presenciado medio mundo o el mundo entero, gracias a la globalización? Cuesta entender que la presunción no es un concepto sociológico sino estrictamente jurídico que determina no una consideración social sino la conservación del status del que se gozaba antes del lío. El público, con olvido del consejo aquel de no juzgues si no quieres ser juzgado, opina sobre quien debe y quien no debe sufrir esta medida que por su gravedad debería ser siempre excepcional. Este carácter no es un desiderátum: es norma positiva. Es que a través de la odiosa, aunque, a veces inevitable, institución se restringe uno de los derechos fundamentales más fundamentales que, como la salud, no se aprecia hasta que se pierde: la libertad. Por eso, los motivos para decretarla están tasados: posibilidad de ocultación o destrucción de pruebas, de reiteración delictiva, de daño a la víctima o a sus bienes y el riesgo de fuga, este último más acentuado ya que ya no es necesario escapar a Laos, con viajar a Bélgica ya es suficiente. Ya lo de la alarma social pasó a la historia y bien hecho porque no en raras oportunidades lo que alarmaba no era el delito sino la detención. Algunos y. singularmente, la reclaman para determinados delitos y lo hacen con manifestaciones espontáneamente convocadas en el curso de las cuales se debaten a gritos conceptos de derecho con tipificaciones específicas. Otros, invocando argumentos basados en la piedad y recordando precedentes la exigen para quien soporta un castigo mayor que la privación de su facultad ambulatoria. No nos ponemos de acuerdo.
Lo grave es que la proporción de presos preventivos en relación a los condenados, iba a decir rematados que es correcto pero alarmante para el que no maneja estos términos con frecuencia, sigue siendo muy alta. Ya no se trata de los números de los años de principios de siglo pero se mantiene bastante por encima del diez por ciento de la población carcelaria que, por cierto, acoge a más del uno por mil de los habitantes de la piel de toro, con perdón de los animalistas.
Hoy se habla mucho de la prisión provisional, siempre ha sido un tema controvertido
Los jueces, en su mayoría, hacen lo que pueden pero, si entre todos, le echásemos más carbón a la maquinaria, las sentencias saldrían más rápido.
Y así, cada uno estaría donde le corresponde.
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