Las refugiadas de Esquilo
El trágico nos recuerda que la solución a la migración y a la violencia machista ha ser política. Y eso se echa en falta hoy
aurora luque
Domingo, 1 de septiembre 2019
Un barco con más de cien solicitantes de asilo –la mayoría mujeres– parte clandestinamente de un punto de la costa del norte de África no ... muy lejos del delta del Nilo. La embarcación, de vela, es frágil; su casco es de madera. Logran desembarcar penosamente en un puerto griego y piden a sus dioses que les protejan y que los gobernantes de la tierra a la que han arribado no ejerzan violencia contra ellos.
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No, no estoy resumiendo un telediario de agosto de 2019. Cuento lo que pasa en la escena de un teatro de Atenas en el año 463 antes de Cristo: Esquilo estrenaba sus 'Suplicantes', una tragedia mal entendida en el mundo académico durante siglos –se la consideraba primeriza o primitiva porque su protagonista era un coro colectivo de mujeres– y que hoy, dos milenios y medio más tarde, nos parece de una feroz actualidad. El trágico dramatiza aquí dos inacabables problemas humanos: la acogida de los extranjeros y la violencia sobre las mujeres. Esquilo la escribió para nosotros, para nosotras. Al releerla y traducirla encuentro estimulantes resortes para el análisis, para la crítica y para la indagación de soluciones: los mismos resortes que aquellos dramaturgos querían activar en los asistentes al viejo teatro.
En la tragedia, las hijas de Dánao huyen de Egipto hasta Grecia para no verse forzadas a casarse con sus cincuenta primos. Es el arranque del mito de las Danaides. Cincuenta mujeres iban a ser forzadas a contraer matrimonio sin desearlo. Para evitarlo, cruzan el mar y buscan una tierra propicia de acogida. Aunque Esquilo sitúa la acción en Argos, las instituciones mencionadas son las reales de Atenas (ciudad que «habla con lengua de boca libre»). El rey de Argos se resiste a las súplicas de las fugitivas; acogerlas traerá problemas a la ciudad, pero Zeus es protector de los refugiados: despreciar al extranjero es una ofensa religiosa. Y, oh, sorpresa: nos enteramos de que existía en Atenas, más allá del imperativo religioso de acogida, una legislación civil que la regulaba. La asamblea de la ciudad decide en votación otorgar a las suplicantes de asilo el estatuto de metecos; existía un funcionario, el próxenos o mediador, encargado de tramitar su situación. Y releemos esto en un párrafo en el que antes no habíamos caído: la ciudad ofrecía viviendas públicas a las recién llegadas, destinadas a su ocupación por parte de extranjeros y metecos.
Esquilo nos recuerda que la solución ha de ser política. En nuestros días se echa en falta eso: una visión política coherente de la problemática migratoria. Lo denunciaba Ilya U. Topper, periodista corresponsal de EFE en Turquía, en un artículo iluminador ['Antes muerto que pardillo', en el diario digital sobre temas mediterráneos M'sur: https://msur.es/2018/09/12/topper-muerto-pardillo/]. La izquierda carece clamorosamente de un discurso político sobre el tema; se limita a un reacción humanitaria discontinua y efectista (el alcalde de Cádiz ofrece un puerto a los migrantes; el presidente en funciones lo imita y envía un buque de guerra), pero no va a la raíz del problema, que en el caso de la migración es el consentimiento hacia las mafias que convierten al migrante en esclavo. Y a la migrante, generalmente, en prostituta.
Se preguntarán a estas alturas qué tiene que ver este artículo con la temática feminista que anunciaba esta serie. Les respondo: la necesidad de la política. La sustancia, la voluntad, la envergadura política de las soluciones necesarias. No hay otra vía. Porque a nuestros países siguen llegando miles de Danaides que huyen de la no-libertad. Porque viven aquí otras miles para quienes la recuperación de la libertad personal es un camino que las lleva a naufragar en una muerte violenta. Y la libertad de las mujeres necesita una atención política específica. Cincuenta mujeres iban a ser forzadas a contraer matrimonio sin desearlo (Atenas, ficción del siglo V a. C.). Cuarenta mujeres desearon deshacer una relación matrimonial o de pareja y fueron asesinadas (España, realidad del siglo XXI d.C.)
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Políticas para la libertad desde la que podrá construirse la efectiva igualdad. De la izquierda quisiéramos esperar discursos más profundos, más audaces, más sistemáticos. (¿No era la izquierda el rincón de pensar, al margen del vasallaje economicista y de las lógicas supremacistas del capitalismo?) Porque el humanitarismo en el mar –tan urgente– es equivalente a la protección de las ya víctimas de violencia machista: un apaño sobre las consecuencias, sin tocar las causas profundas. ¿Por qué se llena el mar de barcos frágiles? ¿Por qué no acaban nunca los asesinatos de mujeres? Hay que ir, por ejemplo, a las causas, a las raíces, al origen sacralizado y ancestral de los injustos repartos de roles, a la crítica del imaginario vigente aún. Retomar, por ejemplo, la separación real del estado y la(s) iglesia(s): hasta que una educación pública aconfesional no señale la potente carga simbólica de hostilidad a la libertad de la mujer que las tres religiones monoteístas siguen vehiculando (la mujer originalmente mala como hija de la curiosa Eva pero modélica como esclava del Señor en el cristianismo; la brutal aniquilación de toda autonomía femenina en el islam) en nada podrá avanzarse. El desmantelamiento del patriarcado exige un esfuerzo más arduo. Hay que sumar nuevos esfuerzos a los logros ya sólidos en el feminismo de estado (ese que irrita tanto a la ultraderecha, precisamente por lo que sus avances tienen de políticos). Decisiones políticas para tocar lo intocado hasta ahora: la televisión basura profundamente embrutecedora, la publicidad que sigue relegando a las mujeres a roles de servidumbres camufladas, la educación (revertir seriamente, por ejemplo, a favor del conocimiento, el estúpido diseño del bachillerato actual que convierte a los y las adolescentes en enloquecidos perseguidores de puntos de selectividad –qué años perdidos. Ese conocimiento serio y fundamentado que ayuda a saber pensar).
Recuerdo a las chicas, a las mujeres violadas, apaleadas, asesinadas. No tuvieron barco en el que huir y la polis, la Ciudad, el Estado, les falló. Les fallamos. Las mujeres en posición de peligro vital; los migrantes en los márgenes de la legalidad; los recursos naturales o esos espacios degradados que ya apenas podemos llamar naturaleza; la libertad cívica agredida desde las estrategias del neoliberalismo sibilinamente paralizador: estos son los cuatro grandes grupos de riesgo, de desfavorecidos, de sometidos, de maltratados. Dejémonos ya de aparatosas y efectistas actuaciones superficiales: «Y el apelar únicamente a los sentimientos, no a la realidad, impide todo debate» (Topper, art. cit.). Hagan Política, por favor.
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