O gestionamos el territorio, o el fuego lo hará
El foco ·
Muchos aún creen que el fuego solo se combate con mangueras, aviones y helicópteros, cuando lo que importa es la prevención, la inversión y el sentido comúnCada verano, el fuego irrumpe con furia en nuestros montes. Prácticamente no hay día en que no sea noticia un nuevo gran incendio forestal que ... está fuera de capacidad de extinción en algún punto del arco mediterráneo. Observamos con incredulidad lo sucedido en Grecia, Turquía, Portugal o Bulgaria –con víctimas incluidas–, sin dejar de lado que España es uno de los países más afectados. Si ampliamos la mirada a lo ocurrido recientemente en lugares como Estados Unidos, Canadá, Australia o Chile, el panorama resulta desalentador.
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Los incendios se han convertido en parte del paisaje veraniego, como el Tour de Francia o los atascos de la operación salida, y los asumimos con una preocupante desidia. Por eso conviene recordar el lema elegido este año por Castilla-La Mancha para su campaña de prevención: 'No pasa nada, hasta que pasa'. Y aunque se ha puesto de moda hablar de 'incendios de sexta generación', una etiqueta atractiva que pretende explicar la dimensión de estos eventos, la realidad exige una mirada más profunda y compleja.
Los incendios forestales más graves –los que arrasan cientos de hectáreas y ponen vidas en peligro– no son solo consecuencia del clima extremo, aunque este contribuya decisivamente a su intensidad. Son, sobre todo, el resultado de una enfermedad crónica, el abandono del medio rural, la ausencia de gestión activa en nuestros montes y una estrategia basada en la reacción inmediata, que prioriza la extinción mientras descuida la prevención. Seguimos intentando apagar fuegos cada verano, cuando en realidad llevan años gestándose en el olvido de nuestro territorio. Y ya se sabe, quien siembra vientos, recoge tempestades. O en este caso, brasas y cenizas.
La mayoría de los incendios forestales se apagan con rapidez. En 2024, más del 70 % fueron conatos de menos de una hectárea, una tendencia similar a la de años anteriores. Sin embargo, basta con que unos pocos escapen al control para que el daño sea enorme. En 2022 y 2023, los grandes incendios forestales (aquellos que superan las 500 hectáreas), menos del 0,5% del total, fueron responsables de más de la mitad de la superficie quemada. Es la paradoja de la extinción, cuanto mejor apagamos los fuegos pequeños, más combustible dejamos acumular para los futuros y violentos grandes incendios que vendrán.
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Pese a ello, no debemos olvidar que detrás de la gran mayoría de los incendios forestales –ya sea por negligencia o intencionalidad– está la mano del ser humano. La meteorología y el clima no provocan el fuego, pero sí lo agravan, lo aceleran y lo vuelven incontrolable en un escenario de alta combustibilidad como el que tenemos.
Proteger nuestros montes exige actuar sobre el paisaje, no solo combatir las llamas. Herramientas como la selvicultura preventiva, el pastoreo extensivo y las quemas prescritas son esenciales para intervenir antes de que el fuego llegue. Solo así pueden convertirse en una medida estructural, no puntual.
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La inversión decidida en el medio rural es indispensable. Gestionar al menos el 1% del territorio forestal cada año requeriría una inversión cercana a los 1.000 millones, con un coste medio de 3.130 euros por hectárea. Hoy se destina menos de una cuarta parte. Esa inversión no debe verse como un gasto, sino como una oportunidad: empleo verde, fijación de población, mejora hídrica, biodiversidad y protección del suelo. Cada euro invertido en prevención ahorra mucho más en extinción, restauración, emergencias y emisiones de CO₂ evitadas por los incendios.
Es urgente revisar la relación entre urbanismo y paisaje. Las zonas de interfaz urbanoforestal –donde las viviendas, habitualmente, se sumergen o lindan con el monte sin planificación ni medidas de protección adecuadas– se han convertido en puntos críticos frente al fuego y condicionan gravemente los protocolos de extinción. Aunque la legislación obliga a que existan planes de autoprotección, en muchos casos ni se redactan ni se aplican. A ello se suma un problema de fondo: entre buena parte de la población no existe una percepción real del riesgo. Se vive al borde del monte como si no pasara nada… hasta que pasa.
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Sostener el vínculo entre mundo rural y entorno es esencial. Consumir productos de proximidad vinculados al bosque –como madera certificada, leña, corcho, miel, resina o carne de pastoreo extensivo– no solo impulsa la economía local: contribuye a una bioeconomía forestal sostenible que genera riqueza sin agotar recursos. La bioeconomía circular permite transformar biomasa forestal en energía o productos, reducir el riesgo de incendios y dinamizar zonas rurales al tiempo que se regeneran sus bosques. Porque, como dice el refrán, 'si el monte vive, el pueblo no muere'.
Los incendios forestales no son solo fuego. Son también el reflejo de un país que ha evolucionado hacia lo urbano olvidándose de lo rural; que ha dado la espalda a los pueblos vacíos, ha arrinconado al sector primario y ha descuidado sus montes. Muchos aún creen que el fuego se combate únicamente con mangueras, aviones y helicópteros, cuando en realidad se combate –y se previene– con planificación, conocimiento, inversión, sentido común y, sobre todo, llenando de vida y servicios el mundo rural.
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La solución requiere un cambio de enfoque. Apagar no basta. No se trata de eliminar el fuego del territorio, sino de aprender a convivir con él, gestionarlo con inteligencia y devolverle su papel cultural y técnico, como hicieron durante siglos muchas comunidades rurales. Solo así será posible apostar por fuegos prescritos y controlados, junto a otras actuaciones selvícolas estratégicamente planificadas, en lugar de enfrentarnos a incendios descontrolados que escapan a toda capacidad de extinción.
La prevención ya no es una opción. Es una obligación moral, ecológica y económica que exige una mirada a largo plazo, una política de Estado y un compromiso colectivo. No estamos solo ante un problema ambiental, sino ante un verdadero desafío de seguridad nacional. La realidad es clara y tozuda: prevenir no es caro. Lo verdaderamente costoso es no hacer nada. Porque si no gestionamos el territorio, el fuego lo gestionará por nosotros.
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