No puedes venir a casa a Madrid con los niños y yo tampoco puedo ir a tu casa a verte. Pensé en agarrar el coche ... y pasarme por el arco del triunfo la cosilla perimetral, y llegar a Donosti para pasear contigo, pero estás con el jodido catarro y no quería hacerte salir. Va a ser muy raro pasar esta Nochebuena sin ti, la primera de todas. Cómo te recuerdo ahora en casa de los litos, y en Cádiz aquel día en que se nos quemó todo y nos quedó la cena malísima. ¡Los langostinos que compré sabían a gasoil! O en la casa del Boulevard en aquellas cenas en las que estaba la abuela, y cuando te apoyabas de un lado de la mesa, se vencía la tabla, quizás como una metáfora de la inestabilidad de cualquier familia. Se me vienen cosas de aquellos días y te me apareces con los labios pintados de rojo, el pelo rizado y la piel oscura como una diosa morena. Guardo tu calor, tu cariño y tu tacto, y una imagen muy exacta de cuando te arreglabas para la cena. Y desde que se fue el aita, también de ese momento en el que, cada vez que brindamos para festejar algo, tú miras al cielo como si buscaras una lucecilla entre las ruinas del edificio de nuestra nostalgias.
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Sé que la niebla que te rodea hoy no es por la Nochebuena, sino por no estar con los niños, que andan locos por verte. Y porque llueve sobre mojado. Este año hemos sentido todas las emociones. ¡Y qué miedo has pasado! Has luchado mucho en este tiempo. Reconozco el humo de tus batallas en la amargura de tus despertares, en la pelea de la gimnasia en la silla en los días en los que charlabas con la vecina y en los que intentabas buscar el ánimo donde fuera. O en las fotos de las cosas bonitas que te encontrabas por la calle: el puente, el árbol, el atardecer y todas esas antorchas con que intentas ahuyentar al lobo de la soledad. Ya lo tienes hecho. Ya no queda nada. Ya pronto vamos a verte.
Feliz Nochebuena, mamá. Mañana será otro día.
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