La primera pregunta que se me vino a la cabeza fue qué hacía toda esa gente cuando no se celebraba Halloween, porque hasta hace poco, ... en Málaga, la fiesta con mayor densidad de muertos vivientes por metro cuadrado en la calle se daba durante la Feria. Ahora se ve a gente disfrazada dos días antes de que le toque, como en un ansia natural por encontrar una noche en la que no seas del todo tú. El Centro estaba inmerso en proponer otro trance tan común en el que uno siente que ese sitio ya no le pertenece, que antes era su ciudad, y ahora se ha convertido en otra cosa. Pasa en muchas partes.
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El sábado, el cambio de hora alargó la noche, que es lo que suele hacer el ron. Esa hora de más nunca se hace tarde, siempre viene bien, igual que dicen que hay que beber ron para no pensar en la muerte, al contrario que en México, donde esta relación viene de las entrañas, me imagino que algún día muy lejano se convierte en el primero de una tradición y luego se enraíza el proceso, igual que en Madrid hubo gente que empezó a llevar pelucas por Navidad, solo ese complemento, y a partir de diciembre ya ves a cada vez más gente haciendo la compra o tomando copas con la peluca puesta. Discuten con peluca. No pasa nada. Aquí también hay mucha gente que se disfraza para luego hacer vida normal. Siempre la ha habido. En los autobuses, estos días se ha visto a mucha gente disfrazada de Halloween que se reconocen entre ellos y que están funcionando como cómplices de la misma fiesta.
Igual hay que asumir que Halloween se ha instalado como una nueva tradición y que contra eso poco puede hacerse, a no ser que quiera uno dedicar su vida al lamento y a la contemplación estupefacta de la realidad de los demás. Tampoco se puede asegurar que uno en un futuro también acabe de alguna manera instalado en el aparato 'halloweenesco' al que estamos invitados de una forma bastante machacona. Hemos visto cómo ha crecido un fenómeno, y tampoco parece que Halloween sea un invento del demonio. Su fundamento me parece igual de aceptable que el de una romería moderna. Y no son los jóvenes, ni los anglófilos, ni aquellos que se apuntan a cualquier cosa que brille, es que son los propios ayuntamientos los que se dedican a organizarlas, pero todo esto también fruto de una brecha generacional, como la que existe entre los que amanecen con una resaca de muerte y quienes madrugan para llevarle flores a las tumbas, acto que potencia la idea de la resurrección para el que se propone hacer las dos cosas. Pronto dejaremos de llamarle Puente de todos los Santos.
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