He asistido a mi primera comunión de la pandemia -una sobrina- y he dado por inaugurada la temporada de pioneras eucaristías y otros actos sacramentales ... que, si se puede, encontrará su punto más álgido en mayo y se extenderá sin remedio hasta el otoño, o incluso más allá. Las fechas se mantienen pese a la incertidumbre que ya no recae en la lluvia, sino en el brote. No en el llanto, sino en la ola. Se anula el caer en la tentación de celebrar comuniones como si fueran bodas, como pasó con la mía. Al mismo tiempo, las limitaciones de aforo y de horarios amplían las posibilidades de celebrar una comunión de alto nivel, más intensa, y que palía la lejana posibilidad del contagio con una mayor cuota de agasaje por asistente.
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Las primeras comuniones regresan en su versión mínima, más humilde y a la vez más sofisticada. Respiran muy levemente las empresas de catering y los salones en los que se celebran cosas, los hacedores de tartas blancas de varios pisos. Vuelven las fotógrafas que te piden que sonrías y que hacen a la niña alternar con su mirada. La foto de la primera comunión vale para toda la vida, por eso hay columnistas y escritores maduros que la siguen usando a día de hoy, al lado de su nombre o en la solapa.
La comunión pandémica se convierte en una cuchipanda familiar. A esto se le suma el núcleo duro de amistades. Hay algunos niños, menores no acompañados, que no se sabe bien cómo han llegado ahí. No existe la barra libre como tal, sirven siempre los camareros en mesa, más fino. En la tradicional apertura de regalos, este año triunfan las cámaras que imprimen fotos al momento (versiones chiclosas de las antiguas Polaroid), relojes modernos que a duras penas dan la hora y el regalo que más ilusión hace a la larga: la primera cuenta bancaria del homenajeado, un dinero que se estira durante muchos años, los billetes más duraderos que vas a encontrarte en toda la vida. El día en el que terminas de fundirte la cuenta de tu primera comunión, todo empieza a resultar más caro.
Pasó de moda el terror de las comuniones laicas. Se mantiene el vestido de tul. Caen el disfraz de marinero y el de almirante. Suben los magos, bajan los payasos. El cuerpo de Cristo se recibe en la misma mano que tirita, húmeda de hidroalcohólico. Durante la ceremonia, el único que bebió vino fue el cura. Luego se empieza con la salve y se termina con el Chivas. El agua bendita la distribuyen Pfizer o Moderna.
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