EL POSTUREO DE LA BONDAD DE MARKETING
EL FOCO ·
Vivimos en la paradoja de que escuchamos más que nunca hablar de tolerancia a los intolerantes, de pensamiento crítico a los del pensamiento único y de pluralidad a los más sectariosNo me importa lo que digas, quiero ver lo que haces; una cosa es predicar y otra dar trigo; hechos son amores y no buenas ... razones. No faltan frases hechas que subrayen la importancia de nuestras acciones frente a nuestras opiniones y, aun así, vivimos una época en la que parece que hay que estar permanentemente posicionado ideológicamente, siempre del lado que evite que te llamen facha o te sitúen en la extrema derecha. O, al menos, parecer que se está en ese lado, con etiquetas en redes sociales y símbolos en los perfiles de nuestras cuentas. Si estamos en el mes del Orgullo Gay, toca arco iris, en mi cuenta y en la de grandes multinacionales porque parecer bueno ya es una cuestión de puro marketing. Personal y multinacional. Y, si hablamos de la pandemia, todavía hay quien tiene puesto en sus perfiles un «Quédate en casa», pese a la evidencia que se acumula sobre el daño que han causado los confinamientos estrictos en este año y pico, económicos y mentales. Si eres partidario de las medidas más restrictivas, estás con el Bien. Ese es el nivel de polarización al que llegan los que se toman la política como antes los integristas religiosos seguían los mandamientos de cada credo. Ahora, también hay infieles señalados.
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Hace unos años, James Damore causó un revuelo en Silicon Valley al cuestionar la política de favorecer el ascenso de mujeres en la rama de programación de su empresa, Google. En escritos internos y luego en un manifiesto (si lo buscan en la Red lo encontrarán a menudo con el adjetivo «machista») venía a decir que todas las políticas de animar a las mujeres a programar no daban los resultados porque ignoraban aspectos de la biología evolutiva que decían, en su opinión, que nos suele gustar más tratar con personas que con máquinas, frente a los hombres. Era una variante más del eterno debate entre educación y naturaleza, la construcción del género y la biología. Pero ya empezaba a no estar el ambiente para sutilezas y el ingeniero informático fue señalado como miembro de la derecha alternativa y un machista irredento. Otra de las cuestiones que señalaba es la poca importancia que le daban ciertas empresas, todo el día hablando de inclusión y tolerancia, a la diversidad ideológica entre sus empleados. Pudiera pasar que una plantilla estuviera conformada de mujeres, hombres, trans, razas distintas, personas con minusvalías pero pensando lo mismo sobre asuntos clave de cómo ver el mundo. A Damore, o a mí, eso no le parece muy enriquecedor. Vivimos en la paradoja de que escuchamos más que nunca hablar de tolerancia a los intolerantes, de pensamiento crítico a los del pensamiento único y de pluralidad a los más sectarios.
Hace unos meses, otros emprendedores redactaron un manifiesto igualmente polémico: Protocolo Misión. Contaban que, en sus empresas, necesitaban a empleados con el foco puesto en mejorar sus productos y no en presumir de posturas ideológicas. En el postureo. Ese propósito sonó a revolucionario y es simplemente repetir la Historia. En el blog de economía Marginal Revolution, el profesor Alex Tabarrok citaba Las Cartas Filosóficas de Voltaire, donde éste explicaba la maravilla que le causaba la Bolsa de Londres, con negocios de gente de varias religiones. Al acabar, unos se iban a por el whiskey y otros al templo de religiones que, en algún caso, prohibía el alcohol. Pero, en el trabajo, eso les daba igual. Los grandes líderes se definen por conseguir que gente muy diversa coopere con un alto grado de exigencia y eso, decían los firmantes del protocolo, se llama centrarse en la misión específica de la empresa.
Los grandes líderes se definen por conseguir que gente muy diversa coopere con un alto grado de exigencia
En la bolsa londinense, ocurría. Se centraban en los intereses comunes: hacer buenos negocios. Ese ha sido el objetivo de los empresarios y, gracias a él, hemos llegado a un bienestar nunca alcanzado por la humanidad, algo de lo que hablarán hoy domingo los liberales del Instituto Juan de Mariana que, felizmente, han elegido Málaga para su escuela de verano.
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Venían a decir que no se va al trabajo a parecer buena persona según los cánones de cierta izquierda, que pueden llegar a incluir ser vegano, ir siempre en bici y que todos los perros sean adoptados. En la mayoría de los trabajos, se pueden aparcar en la puerta las diferencias ideológicas, por eficacia y por considerar que las de uno no tienen porqué ser mejores moralmente que las de otros. Este año hemos tenido que ver cómo científicos dejaban de investigar la hipótesis de la fuga del coronavirus de un laboratorio de Wuhan sólo porque era la tesis de Donald Trump en una actitud absolutamente anticientífica. Esos laboratorios donde pensar 'como Trump' estaba penalizado es exactamente lo que quieren evitar los firmantes del Protocolo Misión.
Además, si el ambiente se vuelve asfixiante al percibir la presión por opinar lo correcto, ocurre que las urnas, con el voto secreto, den sorpresas y surja un voto reaccionario.
Cuando Vox entró en el Parlamento andaluz, el profesor Juanito Libritos, de Mijas, expresó su enorme tristeza al comprobar que alumnos suyos, a los que consideraba buenas personas, habían votado al partido de Santiago Abascal, según había podido ir viendo él en las redes sociales de los chavales. No le cabía en la cabeza que esos niños fueran los mismos buenos estudiantes y personas que él recordaba. Si no estaban con él ideológicamente, tenían que ser malos.
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Está bien que en algunas empresas, las de Protocolo Misión, se hayan dado cuenta de que prefieren a personas que dejan que su trabajo hable por ellas, no los tuits o lo que voten. Entiendo perfectamente la preocupación por este ambiente que pretende decirnos qué pensar, qué comer y qué banderas adorar así que bienvenida sea esta reacción de Protocolo Misión. Esa es justo la batalla cultural. Sacar a la ideología de los ámbitos donde nunca debió entrar. Como en el Siglo de las Luces pasó con la religión, como explicó Voltaire en aquellas cartas.
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