El Pfizerazo

VOLTAJE ·

Después de la segunda dosis, estoy igual que si me hubiera atropellado un camión de Limasa

Ayer me dieron el segundo chute de Pfizer. Escribo estas líneas sin apenar poder levantar el brazo izquierdo y con la misma sensación que si ... me hubiera atropellado un camión de Limasa. No tengo fiebre, pero para mis articulaciones la segunda dosis ha sido como un envejecimiento de veinte años, nos vemos sumidos en la derrota que supone cancelar pilates y la cabeza lo ha entendido todo como una resaca gloriosa. Tengo un bulto en el brazo y cualquier desaprensivo podría pensar que es ahí donde llevo el chip.

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En mi, por ahora, última visita al centro de vacunación del Palacio de Ferias, tuve otra vez la sensación de estar en algún lugar del futuro, en la antesala de un viaje por placer a Marte o en el set de rodaje de un capítulo de 'Black Mirror', sobre todo porque cuando vas allí hay una posibilidad, que fue la que a mí me tocó, de ir 'de corrido', sin tan siquiera un minuto de espera, y eso sí que es ciencia-ficción. Cuando llegué al puestecito que me correspondía, de nuevo con un orgullo inconmensurable por la sanidad pública que tenemos, contemplé las jeringuillas de la vacuna dispuestas de cualquier manera sobre una bandeja de plástico. Como buen hipocondríaco en permanente propósito de dejar de serlo, consulto a la enfermera si esta vacuna es la que me corresponde, si es correcto que estén 'a temperatura ambiente', si esto será suficiente para las distintas variantes que puedan llegar, si voy a tener reacción y si me va a ir bien en la vida, en el trabajo y en el amor. Para las personas como yo, propensas a fantasear con que albergan en su organismo una enfermedad rara e incurable (la primera que aparece en Google cuando pones que te duele la cabeza), los médicos y el personal sanitario en general funcionan como gurús, pitonisas, analistas de inversión, magos de la química y predictores de todo lo que pueda pasarnos.

Al día siguiente, tal y como me viene pasando desde los años noventa, amanecí con la sensación inextirpable de que puede que esto no vaya a terminarse nunca. Me planteo una vida cómoda pero aburrida que se somete al mismo grupo burbuja para siempre. Abro la edición digital de este periódico y da la impresión de que no tardará en tocarme a mí. Hay amigos de padres que también son padres y que están ingresados en el hospital con las dos dosis. Los que todavía no nos hemos contagiado somos surferos que vamos camino de superar con éxito hasta cinco olas. Llevamos sorteando balas desde marzo del año pasado, si no antes, porque de alguna manera u otra todos llevamos media vida esquivando balas.

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