Hay mujeres a las que les gusta limpiar. Sí, sí. Lo explica Agatha Ruiz de la Prada en algunas entrevistas. Que le relaja. Hay señoras ... que disfrutan mirando un suelo impoluto recién fregado o un cuarto muy ordenado. Se quedan en la puerta de la cocina y lo miran satisfechas. Las hay que son de estirar muchísimo las sábanas y antes muertas que meterse en un lecho arrugado como la piel de un higo. Hay otras a las que les encantan los niños pequeños. Disfrutan jugando con ellos, cantando, organizando meriendas y son capaces de poner a juego las servilletas del cumpleaños infantil con una guirnalda de papel con el nombre del niño, mismo color que los globos en la puerta. Las hay apasionadas de la gastronomía, de documentales sobre platos exóticos o tradicionales, concursos master chef, libros, influencers y vídeos y talleres. Por cierto, en Málaga, tenemos una editorial, Col and Col, que cosecha premios nacionales en la edición de libros maravillosos sobre tartas o panes. Cada vez hay más mujeres deportistas, que le dan al pádel, la natación y a las carreras populares y, en Málaga, se habrán dado cuenta, al remo, preciosas vistas de la ciudad desde la Bahía. O al aquagym, la zumba o el spinning. Las hay que hacen álbumes de scrapping muy elaborados, colchas de patchwork o que han descubierto el croché moderno, como prueba que cada vez se vendan más hilos y lanas. También están las que siguen tendencias en cosmética y son unas hachas del maquillaje, los peinados, las mechas, los tintes y los tipos de uñas. O de la moda e incluso se lanzan a coser sus propias prendas: no hay más que ver cómo ha crecido la tienda de telas de la plaza de Camas, local tras local. Las hay lectoras voraces y ahí están para demostrarlo las estadísticas de venta de libros y lectura por géneros y género. Otras sacan tiempo para jugar al rummy con sus amigas y otras prefieren socializar en organizaciones benéficas. Las hay que caen rendidas de noche con una copita de vino y y una serie romántica turca. Muchas de ellas hacen compatible cualquiera de estas cosas con sus trabajos fuera de casa. Y no seré yo quien juzgue con superioridad moral las aficiones de cada una.
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Por lo que sea, hay mujeres que renuncian a extender su jornada laboral más allá de lo necesario con horas de supuesto networking, ya sea en congresos o en sobremesas largas. Suelen tender ellas a una vida más rica que la de ellos en cuanto a familia, trabajo y aficiones. Lo explica Susan Pinker en 'La Paradoja Sexual': las mujeres que compatibilizan estas facetas suelen ser más felices, siempre que se ponga mesura y no acaben agotadas. De hecho, es una de las hipótesis que explica que vivamos más que ellos.
El otro día, Manuel Castillo, director de este periódico, explicaba que no es fácil encontrar a mujeres para jornadas y congresos. Recuerdo una ocasión en la que yo fui una de las que afeó al organizador de un congreso de columnistas en León que no hubiera ninguna mujer. Por privado, un amigo al tanto de las gestiones me contó que había sido imposible. Que se lo habían pedido a varias y que no lo habían conseguido. ¿Eso es discriminación? ¿Cuáles fueron las razones que las llevaron a ese rechazo? La versión victimista que elucubra siempre con la opresión femenina dirá que a nosotras nos da más remordimientos dejar a los niños solos, qué cenarán, quién llenará la nevera o quién los llevará a baloncesto. O el llamado síndrome de la impostora, qué les voy a contar con lo poco que yo sé y luego van de público y los que allí hablan controlan menos. Puede que haya algo de eso. Pero puede que haya más. ¿Y si prefieren quedarse en casa porque les da una pereza mortal esos eventos? ¿O son muy responsables y no ven un retorno claro y sí demasiadas horas fuera del puesto normal de trabajo, lo que enmarrona al resto del equipo? ¿Y si piensan que no pueden dejar tiradas a sus compañeras de remo? Vete a saber. El caso es que no quieren así que Nadia Calviño dejará de hacerse bastantes fotos, porque ha dicho que no se las hace mientras ella sea única mujer. Hasta que llegaron los cataríes, por otra parte, y hubo que firmar algo del gas.
A ver si nos entra en la cabeza que medir el éxito en la vida en parámetros tradicionalmente masculinos es machista
Si hay un trabajo plagado de esos eventos es la política. Ha estado bien, como escribía Txema Martín en una columna, que Juan Marín, vicepresidente de la Junta por Ciudadanos, admitiera que la política le ha costado el matrimonio. No hay agenda de pareja que aguante eso. Bueno, la del alcalde. Estaría bien comprobar cuántas de las mujeres que han entrado en política desde la introducción de las listas cremallera son madres, por ejemplo, en proporción a la población general o cuántas se han podido permitir que sus parejas se ocupen al 100 por 100 de los niños. O quizás habría que ver la tasa de divorcios de las parejas en política. Cómo se puede compatibilizar llevar una mínima vida familiar con tener que estar inagurando los miles de eventos para los que cuesta trabajo encontrar a mujeres en las mesas redondas. Incluso podríamos debatir si la política precisa ese presentismo en todo tipo de cónclaves públicos o quizás fuera más necesario pararse a reflexionar sobre cómo mejorar la gestión de tantos aspectos que atasca la burocracia.
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Porque no se puede estar a todo. Por cada elección, hay una renuncia. Por eso me parece tan absurdo el lema de #YoNoRenuncio de Malas Madres. Porque esos señores que sí que van a los congresos y a las mesas redondas, también están renunciando. Ah, qué cachondos, pensarán algunas. Renuncian a la compra en el súper, a la recogida de niños, al entrenamiento de baloncesto. Pues sí. Y a lo mejor resulta que, conforme el trabajo de dentro y de fuera de casa se vaya equilibrando, a veces forzado por las custodias compartidas, haya más hombres que piensen que la vida doméstica no es un infierno. ¿Qué tiene de malo tener otros intereses y aficiones al margen del trabajo? A ver si nos entra en la cabeza que medir el éxito en la vida en parámetros tradicionalmente masculinos es machista. Estar en muchas mesas redondas. Por ejemplo.
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