Perdón a Dolores Vázquez

VOLTAJE ·

Dolores Vázquez sigue esperando a que alguien le pida perdón

Jueves, 1 de julio 2021, 08:53

Los cimientos de la crónica negra de la Costa del Sol se retuercen con el estreno en Netflix de 'El caso Wanninkhof-Carabantes', un documental ... que trata sobre dos crímenes cometidos hace 20 años y cuyas heridas fueron tan profundas que no están cerradas del todo. Es una historia de violencia y, en paralelo, otro ejemplo de una mala investigación y del azote de los medios que tejieron una trama falsa protagonizada por una mujer con la que no se ha hecho justicia.

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La vida de Dolores Vázquez se tiñó de negro en varios tiempos. Primero, el 9 de octubre de 1999, cuando a Rocío Wanninkhof se la dio por desaparecida cuando no regresó a casa de Mijas. Poco después, el 2 de noviembre, cuando se encontró el cuerpo descompuesto de la chica. Hay un momento en el documental que ilustra el momento exacto del anuncio a la familia, y se escucha un grito desesperado que solo puede venir de una madre. Otra desesperación, la de la Guardia Civil, que venía calentita de Alcásser, por encontrar culpable a toda costa y un motivo que fuera más allá del azar, culminó con su detención el 7 de septiembre de 2000 y, a partir de ahí, se empezó a construir un relato falso y una pornografía de las emociones que no fue exclusiva de la prensa rosa, sino también de 'programas serios' que son los que hacen telebasura. En el documental, la ausencia de Dolores no se reprocha. La madre de Rocío tampoco aparece, por respeto y por salud, y tampoco el abogado Pedro Apalategui que tanto ha luchado por la dignidad de esta señora.

El calvario por el que pasó esta mujer no tiene nombre. Pasó 17 meses en prisión, 519 días que cayeron como losas, muchos de ellos en aislamiento, porque Dolores fue durante mucho tiempo la enemiga número uno de la opinión pública. El lesbianismo era entonces innombrable y se ocultaba bajo el eufemismo de 'amigas íntimas', como pasa con las folklóricas. Curiosamente la lesbiana era ella y no su ex, la madre de la víctima que, con el desconcierto que reside a veces en el dolor cuando este es insuperable, colaboró a fomentar el diseño de un monstruo en connivencia con fiscales, policías, jueces y un jurado popular que trajo el veredicto del sofá de su casa.

Su delito fue no parecer amable. Dijeron que era fría, calculadora y antipática, pero no hubo ni una sola prueba en su contra. El juicio se anuló después por falta de motivación y tuvo que morir otra chica, Sonia Carabantes, en Benalmádena, para que se descubriera al verdadero asesino, un paria británico que vino a la Costa huyendo de sí mismo, algo que casi siempre suele salir mal. Desde entonces, Dolores está esperando a que alguien le pida perdón. Lo mismo ya ni lo espera.

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