La única certeza con vistas a las elecciones generales del próximo 28 de abril es que el escenario político está más tenso que nunca, con ... una violencia dialéctica más propia de las gradas de ultras que de las personas que están llamadas a dirigir este país. Nunca desde que voté por primera vez afronto unos comicios con tanta inquietud. Demasiada agresividad, demasiados enfrentamientos, demasiados insultos. Los políticos y los partidos deberían reflexionar sobre ello, aunque si algo está demostrando esta campaña es que no hay tiempo para pensar, sólo para disparar con rapidez, disparar a todo lo que se mueva. Es desconcertante y triste observar el nivel de crueldad con el que se emplean los partidos y sus 'hooligans' contra sus oponentes. No se trata ya de confrontar ideas, se trata de destruir al rival, ridiculizarlo, acosarlo hasta la derrota. Y lo peor es que hay periodistas que entran en este juego; he leído a colegas insultar literalmente a políticos y sólo puedo pensar que es un síntoma más del deterioro social.
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Criticamos los acosos laborales, psicológicos, escolares, machistas... pero asistimos indiferentes al acoso en redes a políticos de todos los colores, tendencias e ideas. Por todo ello, pasa lo que pasa; y pasa lo que nadie quiere que pase. Y pasa que la gente, los ciudadanos, se indignan, se cansan. Y votan con las entrañas, con el hígado.
Sería el momento de las ideas, de las personas de Estado. Sería el momento de la alta política, pero la política hoy es barriobajera. El electorado no es tonto, por mucho que los partidos se empeñen en pensarlo. Por eso, ese alto porcentaje de indecisos puede dar la sorpresa el próximo 28 de abril.
Es penoso que la política española quede escenificada en una pelea de gallos, en la que Pedro Sánchez, Pablo Casado, Pablo Iglesias, Albert Rivera y Santiago Abascal quieren ser los dueños del corral y sacan sus espolones para herir y dañar a quien haga falta. Y estos gallos no representan a la sociedad española, especialmente porque a pesar de sus siglas, ideas e ideologías están expresando una uniformidad de conductas, estrategias y discursos que da miedo por tanto vacío. Uno escarba y no descubre nada; y lo poco que se aprecia es desconcertante.
Las personas que se sienten cómodas en la centralidad, en la mesura, en el diálogo, en el pensamiento, en la flexibilidad o en la tolerancia andan perdidas sin hallar alguien que, hoy por hoy, les representen. Y creo que esos millones de votantes son los que, finalmente, alejados del fundamentalismo o la militancia, deciden los Gobiernos. Veremos.
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