Escribo estas líneas nada más terminar de redactar la entrevista a Elena Bárcena, la catedrática malagueña que ha entrado a formar parte de la Comisión ... Asesora para el Salario Mínimo Interprofesional. Experta en estudiar la desigualdad y la pobreza desde el punto de vista económico, la profesora malagueña constata con indicadores estadísticos lo que muchos intuían: que Málaga no está aprovechando esta fase de vacas gordas para reducir su elevada tasa de pobreza (el 34,3% de las personas viven en riesgo de pobreza y exclusión social en la provincia). En otras palabras: el crecimiento de la renta media que se está registrando gracias al auge del turismo, de la tecnología, de los negocios inmobiliarios y de la economía en general es sólo eso: una media, ya que en la realidad ese incremento de riqueza no llega a la parte baja de la pirámide social. Los pobres siguen igual de pobres y los ricos son más ricos, con lo cual la desigualdad aumenta.
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Esto, insisto, no lo dice Cáritas ni Cruz Roja ni Podemos ni el Sindicato de Inquilinas: lo dice una catedrática en Economía Aplicada. Porque la pobreza, además de ser un problema social, es un problema económico de primer orden. Otro economista, en este caso sevillano, José Manuel Hidalgo, me decía hace unos meses en otra entrevista con ocasión del 28F que la pobreza no es sólo consecuencia, sino causa del retraso endémico de la economía andaluza. Recuerdo una frase lapidaria suya: «No puedes pretender ser una región puntera cuando siete de cada diez barrios más pobres de España los tienes en capitales andaluzas». En estos barrios, explicaba, no sólo se hereda la pobreza, sino el bajo nivel educativo: los niños que nacen en hogares con vulnerabilidades tienen más probabilidad de caer en el fracaso escolar y, por tanto, de entrar a la vida adulta y al mercado laboral sin cualificación. Y eso los convierte en carne de cañón de empleos de bajo valor añadido, de bajos salarios para toda su vida y de dificultades económicas: la envenenada herencia de la pobreza.
Esto no suele mencionarse cuando se habla del problema de productividad y de valor añadido que sigue teniendo la economía andaluza. Tampoco recuerdo ningún informe del Colegio de Economistas, de Analistas Económicos de Andalucía o de la Confederación de Empresarios –por mencionar algunas de las instituciones que toman el pulso a la economía malagueña– que haya abordado la evolución de la tasa de pobreza o de desigualdad en Málaga, como sí hacen con los problemas de movilidad, la carestía de la vivienda o la carga fiscal.
Quizá porque la pobreza se sigue abordando desde un enfoque asistencialista no se toma conciencia de lo que nos cuesta, como sociedad y como economía. Como sociedad, porque estamos condenando a miles de niños a vivir peores vidas por el mero hecho de haber nacido en un hogar y no en otro. Como economía, porque tener una parte importante de la población sumida en la pobreza lastra el desarrollo y el crecimiento. Lo que sale caro no son las 'paguitas', es la pobreza. Si esto se entendiera y se divulgara, quizá algún político se atrevería adoptar las recetas que recomiendan expertos como Elena Bárcena como tratamiento de choque para la pobreza infantil: ayudas universales, o sea, que lleguen a todos los hogares con niños (y que después a las familias con nivel suficiente de ingresos se les deduzcan vía impuestos). O mejorar el Ingreso Mínimo Vital, que es un quiero y no puedo: palia la necesidad extrema pero no permite salir de la pobreza. Y esto, para el corto plazo, porque para el largo el único camino es la educación.
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