ILUSTRACIÓN: FELIP ARIZA

OLOR, MÁQUINA DEL TIEMPO

EL FOCO ·

Málaga podría ser una mezcla de jazmín, de dama de noche, de salitre y un poco de monte

Domingo, 4 de septiembre 2022, 10:59

El olfato es el verdadero teletransporte, es la máquina del tiempo que nunca hemos inventado, que no hemos podido llevar de la pantalla a la ... vida. Pero, por ahora, nos queda nuestra nariz y subirnos a esa máquina del tiempo en la que viajamos sin ser conscientes de sus poderes. En verano, además, es cuando muestra todo su potencial, cuando funciona a pleno rendimiento porque, en estos meses, la temperatura hace que los olores sean más intensos, se lo ponemos fácil a la nariz y el olfato se da todo un festín, no siempre para bien, como sabemos los vecinos que habitamos cerca de unos contenedores de basura que, en invierno, son muy cómodos tan cercanos y ahora sufren de halitosis cuando abren sus bocas al llegar los camiones o los que usamos el transporte público en el que sólo muy de vez en cuando se monta un enemigo del desodorante. A la fiesta del olfato acude rauda la memoria, que nos asalta desde el rincón del cerebro que estaba a la espera de ser activado.

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Recuerdo la primera vez que fui consciente de ese superpoder del olfato: subía por unas escaleras de playa, encaladas, a la casa que se construyó en los años 50 uno de mis abuelos, cerca de un mar que baña una orilla de piedras pequeñas. Habían pasado varios años desde la última vez pero, de repente, ahí estaba ese aroma en el que se mezclaba la higuera, las chumberas, la humedad de las toallas secándose, los cipreses, un poco de la fragancia del chiringuito de debajo, otro poco de cremas solares y, voila, volvía a tener cinco años y el pelo revuelto de un día entero de olas, flotadores, esquí acuático de los mayores, comidas sin horarios y meriendas de colacaos con mucha espuma.

Y, por supuesto, están las colonias y los perfumes tan personales. El otro día me sorprendí sonriendo cuando identifiqué por la calle, muy de mañana, el olor que desprendía el peatón que andaba delante de mi: era Álvarez Gómez, la colonia de tantos de mi familia desde hace décadas. Estuve a punto de felicitarle el buen gusto. A veces, la sonrisa es una extraña mezcla de nostalgia y de pena, cuando identificas el perfume de los que ya se han muerto. Pero, a la vez, sabes que ahí está su recuerdo, que se activa con un botón invisible en la nariz de una manera automática: Air de Temps de Nina Ricci y aparece una abuela, como si fuera un hechizo. Chanel número 5 y aparece la otra, como si se tuviera una varita mágica.

Hay personas que hicieron caso a la sabiduría japonesa que aconsejaba hacerse jardinero para alcanzar la felicidad

También identifico el perfume 'Paseo Marítimo' de temporada alta y, cuando lo empiezo a percibir, me entra la alegría que sentimos algunos con el anuncio de la llegada del verano. Tiene las dosis perfectas de espetos, ensalada de pimientos, cremas protectoras -ya nunca más bronceadoras, como aquellas de zanahoria de nuestra niñez- y salitre. Y el azahar siempre me recuerda al pasillo de naranjos que hay en un lateral del Parque, por Cortina del Muelle, camino de La Aduana.

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Por supuesto, el mercado sabe perfectamente del poder de evocación de un buen olor. Hay marcas que apuestan por tener un perfume corporativo para que sepamos identificarlas y, en ocasiones, se pasan y las detectamos incluso desde fuera del establecimiento. Los que frecuentamos, aunque solo sea por su banda sonora, las tiendas de Zara Home sabemos cómo huelen. Y, por supuesto, los estrategas del marketing conocen cómo un olor puede abrir el apetito y por eso tienen bien formulado el del pan recién hecho. En La Casa de Guardia no les hace falta contratar a ningún gurú de ese marketing: el paso de los siglos ya ha conseguido que identifiquemos como único ese aroma que te invade al entrar, mezcla de madera y vino, y que, en mi caso, es sinónimo de viernes y pajarete o vermú con amigos.

Desde hace muchos años, existe un agua de colonia que lleva el nombre de Sevilla. No es difícil intuir que pretenden evocar el azahar y la naranja con esa nomenclatura. También hicieron bien los responsables de las tortas de Inés Rosales de sacar una edición con sabor a naranja y añadir ese sabor a ese otro olor que nos lleva a meriendas infantiles o de abuelas con café con leche y mesa de camilla. Sevilla también ha conseguido ser mermelada de naranja amarga porque así lo han querido los británicos más amantes de untar esa crema con trozos de cáscara, aunque ahora en Málaga podamos presumir de que los alumnos del IES Jacaranda de Churriana consiguen medallas mundiales en Cumbria con la suya, inspirada en la receta del hotel Savoy de Londres.

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¿A qué huele Málaga? Vayamos a su mejor versión, que ya sabemos que hay calles que huelen a basura y necesidades de perro mal recogidas. Podría ser una mezcla de jazmín, de dama de noche, de salitre y un poco de monte, con toque delicado de plumaria y vino dulce, un pajarete, quizás y ceniza de haber asado espetos durante todo el día. Hace años, escribí un artículo en el que contaba cómo los promotores de Nueva Andalucía, en Marbella, le pidieron al paisajista británico Gerald Huggan que plantara damas de noche y jazmines para que perfumaran las calles. ¿Por qué no promoverlo a gran escala en Málaga? Es una bendición que sobrevivan los biznagueros pero ¿sabemos de qué jazmines sacan los capullos? ¿Podrían ser más y así proporcionar buen olor? ¿Por qué no fomentar en las barriadas de alta densidad que los vecinos coloquen macetas en las aceras con ellas? Se trataría de poner en marcha, en vez de un desodorante, un 'odorante' de calles natural, un ambientador de flores que requieren cuidado y proporcionan belleza, a diferencia del eficaz, eso sí, aroma con el que se baldea la ciudad después de cada jornada de feria.

Cuando paseo por una calle de Pedregalejo, algunas de El Limonar, otras de Conde Ureña, algún trazado aislado ya de casas matas por Bailén Miraflores, Huelin o Ciudad Jardín, reconozco ese olor que me encantaría que se extendiera por toda la ciudad y, además, sé que detrás de cada jazmín esplendoroso, cada plumaria, dama de noche, hay personas contentas que, sin saberlo, hicieron caso a la sabiduría japonesa que aconsejaba hacerse jardinero para alcanzar la felicidad.

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Ojalá, como con tantos perfumes, los malagueños no seamos conscientes de cómo olemos pero que, al irnos, y volver, días, semanas o años después, se nos active ese botón en la nariz y sepamos que estamos en casa, que huele a Málaga, a aquella de nuestra infancia, natural. Que podamos viajar en el tiempo pero lleguemos siempre al mismo, a una ciudad amable, que se cuida. Que en invierno huele menos pero que nos regala en mayo ese momento andando en el paseo marítimo, con esa mezcla perfecta, que nos permite decir que ya está el verano aquí. El que se nos está yendo ya.

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