Odio
A estas alturas de la semana probablemente a usted ya le habrán llegado por tierra, mar y aire los vídeos de los nuevos asesinatos en ... directo que vuelven a ponernos frente al espejo del espanto. Digo nuevos y no últimos porque los que están por venir, eso seguro, escalarán un peldaño más en esta espiral de locura que parece no tener fin. No sé qué efecto les habrán causado, si ya están anestesiados, pero yo no dejo de darles vueltas. Les hablo por supuesto del tiro fulminante que acabó con la vida de Charlie Kirk, 31 años y padre de dos hijos pequeños, mientras participaba en un encuentro multitudinario con estudiantes en una universidad del valle de Utah; pero sobre todo de otro vídeo que aún no habíamos terminado de digerir cuando ya teníamos encima el siguiente: chica de 23 años en un vagón de metro en Charlotte (también en EE. UU) que recibe por la espalda una puñalada mortal de un pasajero que ni siquiera conoce. La chica se desangra y muere allí mismo. Fin.
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Charlie e Iryna, que así se llamaba esta joven ucraniana que huyó de la guerra en su país sin saber que iba a otra peor, son los últimos ejemplos del escenario salvaje en el que nos hemos instalado en apenas unos años. Vaya por delante que los culpables únicos de estos crímenes son los tipos que empuñaron el rifle y el cuchillo, pero tampoco se puede pasar por alto que ambos casos son sólo el síntoma de una sociedad polarizada y enferma a unos niveles que asustan. Y no, no es algo que pase sólo en Estados Unidos; el horror lo tenemos también aquí, en la puerta de casa.
Porque los crímenes de Charlie e Iryna son sólo la punta de este iceberg de odio que lo está arrasando todo. Antes de todo esto, y de lo que está por llegar, han llegado los muros, las trincheras, los mensajes sencillos pero efectivos que prometen soluciones rápidas a problemas complejos, las cancelaciones a los que no piensan como nosotros, la muerte social del diferente, la falta de respeto por algo tan sencillo como una opinión -ojo, absolutamente nadie merece morir por eso-, los bandos, los gritos, los linchamientos públicos y los portazos. Añadan a todo eso el acelerante de las redes sociales, por supuesto, pero también el ejemplo nefasto y corrosivo de una clase dirigente que no quiere ciudadanos libres e iguales, sino soldados de su causa. Y cuando todo eso se riega con la dosis adecuada de demagogia y verdades a medias las consecuencias terminan helando la sangre. Que malnacidos y locos dispuestos a apretar el gatillo siempre los ha habido, pero quizás ha llegado el momento de preguntarnos qué papel jugamos todos en esa espiral de odio y por qué demonios seguimos mirando para otro lado.
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