Ha muerto Octavio Aceves y casi por accidente he leído varios obituarios que me han hecho lamentar su fallecimiento tanto que por un momento me ... he inundado de dolor. De alguna manera, la lectura encendida de este réquiem de dos o tres artículos me ha sometido a un estado de luto del que tendré que reponerme. Me han venido a la mente algunas apariciones espectrales de Octavio Aceves en el salón de mi casa. He echado de menos su pérdida, no volver a verle en directo. Dicen que Octavio Aceves, además de futurólogo, era una persona culta y sensible. Educadísima. Alguien fino y delicado que ha escrito veinte libros con unas manos suaves, de las que jamás tocaron la tierra. Una persona con la que sería placentero pasar por lo menos cinco minutos, para preguntarle qué tal está y qué tal me ve para soportar el timo y la complacencia. Es una maldita paradoja, un futurólogo con alzhéimer. Dicen que estaba en la ruina. La cultura y la sensibilidad, por sí solas, no dan dinero ni aportan beneficio. Adivinar el futuro, si eso es posible, que lo mismo sí.
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Octavio murió más o menos pobre. No fue porque no ganara dinero, sino porque ha invitado mucho. Una de las cosas más lamentables de la condición humana es que cuando las cosas te empiezan a salir mal, hay amigos que desaparecen. La casa de Octavio era una ebullición de visitas divertidas y amables que no se perdían una, pero cuando el dinero se fue por la ventana, los invitados salieron por la puerta y ya nunca más se supo. Derramaron copas en su casa y después le dejaron solo.
La lectura de obituarios y la ilusión de abrir el periódico por las esquelas han provocado que Octavio Aceves se haya convertido en mi héroe de hoy y que me fascine su enfrentamiento con Rappel: una enemistad profunda y enraizada en sí misma, como todos los odios absurdos entre personas que van a encontrarse toda la vida: «Yo empecé mucho antes que Rappel. Él era tendero. Creo que todavía cose», dijo una vez, y es en esa frase, «creo que todavía cose», donde se esconden la rabia y un celo que sólo pueden mantener entre sí dos videntes, homeópatas de la psique, dependientes de una clientela de ricas que deambulan entre la farándula y la 'jet set'.
Cuando uno va a un tarotista no busca conocer el futuro, sino que le escuchen. Eso lo sabría Octavio. Hay un pacto tácito entre adivino y cliente que se rige por la confianza y por la comunicación no verbal. Hay una representación mutua, un simulacro en el que no entra la ciencia, pero sí la literatura. He leído un titular que dice que Octavio Aceves no pudo predecir su decadencia y pienso que escribir eso es una grosería.
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